En agosto de 1871, un joven desconocido de 16 años llamado Arthur Rimbaud le escribió una carta a Paul Verlaine, en aquel entonces uno de los poetas más destacados de París: “Tengo el proyecto de hacer un gran poema y no puedo trabajar en Charleville. Me veo en la imposibilidad de ir a París por carecer de recursos”. Rimbaud acompañó la carta con varios poemas de su autoría, mismos que llamaron la atención del reconocido poeta por su originalidad extrema. “Venga usted, querida gran alma, le llamamos, le esperamos”, contestó Verlaine, enviándole además un boleto para su viaje y una invitación para hospedarse en la casa de sus suegros, los Mauté de Fleurville.
Nadie hubiera pensado que aquel joven y humilde “campesino”, con ojos azules de bárbaro, rostro infantil, y cuya ingenuidad aún nos asombra, llegaría a ser considerado unos meses después por los mismos outsiders, poetas y bohemios de París como “el genio de la perversidad”, “el diablo mismo”. Nadie hubiera pensado que sólo dos años de ejercicio literario le bastarían para reducir a cenizas la tradición de la poesía francesa. Luego no hizo más que viajar terriblemente, hundirse en un silencio inexplicable, y morir muy joven.
Lejos de toda mitológica “maldición” que hoy rodea al poeta francés, lo cierto es que Rimbaud percibió rápidamente la hostilidad y desaprobación de los Mauté de Fleurville en París, especialmente de la esposa de Verlaine, Mathilde. Nadie con el aspecto de este joven había entrado nunca en su casa. Rimbaud llegaba sin equipaje, sucio y desaliñado, y sus modales resultaban ajenos para una familia bien acomodada con pretensiones artísticas e intelectuales. Pese a su eminente pobreza, y a los 200 kilómetros de verde campiña que lo separaban de “la emputecida de París” (como la llamaría más tarde), Rimbaud llevaba con él distinciones nada deleznables: premios en gramática, historia y de composición en latín en la escuela; así como experiencias inigualables (ya había recorrido a pie esas mismas distancias, y había sido coronado por los pájaros como rey de los poetas a orillas del río Musée). Ya había esbozado, además, su concepción de Vidente, “mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”.
Rimbaud no se esforzó por ocultar su desprecio hacia los valores burgueses de la familia de la esposa de Verlaine, y hacia todo círculo literario que este último le presentara. Comenzaron así las excentricidades conocidas de Rimbaud: destrucciones localizadas en los hogares de los Fleurville y del escultor Henry Cros, los mismos que lo habían hospedado por un tiempo. Sus agresiones verbales y físicas se hicieron públicas a lo largo de todos esos años (basta recordar la puñalada que le dio al fotógrafo Carjat con un bastón). Su destino era la expulsión de todos los círculos, la definitiva expulsión de Occidente.
El principal objetivo de Rimbaud era nada menos que convertir vida y poesía en una sola cosa, y el único que lo acompañó en su proyecto (de hecho, hasta desbordó sus límites) fue Paul Verlaine. Nadie podría decir con exactitud qué poeta forjó al otro para arrojarse en los infiernos. Pero lo cierto es que lo que comenzó como una mutua alianza experiencial y poética, con fragancias de absenta y hachís, terminó con el exilio de los dos poetas, primero en Londres y después en Bruselas, donde Verlaine le disparó a Rimbaud, luego de que este último amenazara con abandonar definitivamente al primero.
Perseguido y acusado por su ex pareja y su familia, Verlaine fue sentenciado a dos años de prisión por mantener “relaciones inmorales” y por abandonar a su esposa y a su hijo. Si bien Rimbaud había retirado su denuncia, esos cargos bastaron para encarcelar a Verlaine.
Rimbaud terminó de escribir, un tiempo después, su único libro publicado en vida: Una temporada en el infierno. Si el joven autor ya había cercado con las enredaderas de su imaginación las formas de versificar de la poesía francesa (versos impares, con frecuencia mezclados con versos regulares, liberados de la tiranía de la rima perfecta), con este libro destruyó lo poco que quedaba de esa tradición.
Todo lo que encontramos en sus primeras cartas, incluso antes de conocer a Verlaine, resultará de algún modo profético: “Inefable tortura para la que se necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana, en la que se llega a ser, entre todos, el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito –¡y el supremo Sabio!– ¡Porque llega a lo desconocido!”.
Convertir vida y poesía en una sola cosa, como quería el autor, debe llevarnos a apreciar toda su obra (cartas, borradores y versiones) como el único rostro posible de estos eslabones herméticos. Así lo comprendió René Char que en una selección de poemas de la obra de Rimbaud incluyó dos de sus cartas. El mismo Heidegger reivindicó este desplazamiento, hoy promovido por uno de los críticos más aclamados en estudios rimbaldianos, Steve Murphy, quien comenta al respecto: “Si leemos la correspondencia de Rimbaud con suficiente cuidado, terminamos de comprender –por ejemplo– que él ya estaba obsesionado con la idea de marcharse de Charleville desde muy temprano. Todo lo implícito de sus poemas se hace explícito en sus cartas. No puede haber nada más transparente que sus cartas a Izambard o Demeny, cuando autopromocionaba su carrera poética y se proclamaba vidente”.
Si bien en Francia circulan desde hace tiempo ediciones completas de la obra de Rimbaud (como las preparadas por Murphy para Honoré Champion, o las de Pierre Brunel para La Pochothèque), la reciente aparición de la edición publicada por Atalanta (Gerona, España), viene a remediar esta ausencia en nuestro idioma.
Traducida y anotada por Mauro Armiño –escritor y periodista, y merecedor de premios de traducción como el Fray Luis de León y el Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres–, cuenta que en su edición “puede considerarse novedad la traducción de Un corazón bajo una sotana, no porque no estuviere traducida antes; Vargas Llosa tradujo ese texto en 1959 y lo editó al parecer en Lima en 1989; pero no podía conocer los trabajos de Marc Ascione, Jean-Pierre Chambon y Steve Murphy que levantaron la capa de la lectura en superficie para descubrir los múltiples sentidos eróticos e incluso escatológicos implícitos en los términos utilizados por Rimbaud”. Además de la Correspondencia, por primera vez completa, la recuperación del Album zutista, que en España había sido omitido en traducciones de Poesías completas hechas incluso por poetas españoles como Martínez Sarrión. “Desconozco los motivos de esa omisión, quizá la extremada dificultad para sacarle algún sentido a esos poemas que utilizan la jerga, muy exclusiva, de la pandilla zutista”. Armiño además ha completado el mundo rimbaldiano con apéndices, con un breve Diccionario Rimbaud, situando su entorno personal y literario: “Estos clásicos necesitan un acompañamiento para una lectura seria: además de los poemas escolares y las traducciones latinas del colegio, prácticamente inéditas en traducción (me refiero a ediciones españolas) también incluyo un apéndice sobre el affaire Rimbaud-Verlaine en Bruselas, y con la anotación, he pretendido informar al lector de la situación crítica e interpretativa de la obra en este momento”.
En cuanto a la traducción, Armiño cuenta: “Descarté la rima, salvo en casos fáciles, porque en última instancia rimar en español sólo traduce el esquema preceptivo, pero no los rasgos propios de la rima francesa: masculina, femenina, rica, pobre, etc. He buscado un ritmo, el mayor posible, sin recurrir, para conseguirlo, a eliminar términos del poema francés, o a inventarlos para rellenar. La ya rica tradición del verso libre me ofrecía una plantilla en la que las pérdidas resultan las menores posibles. No otra cosa fue el intento de Baudelaire cuando tradujo en Los paraísos artificiales algunos versos de Milton y de Shelley, o los de Poe, aunque en su caso sería más apropiado hablar de imitación que de traducción”.
Críticos como Pierre Brunel, profesor emérito de la Universidad de París-Sorbona y editor de las obras completas de Rimbaud, afirma “no puedo hacer más que disfrutar de esta primera edición de las obras completas de Rimbaud en español, y su llegada a Argentina, país que he visitado cuatro veces. Era un trabajo absolutamente necesario, y debe ser recibido como tal”. Para Brunel, la lectura de Rimbaud en el siglo XXI resulta indispensable, “En este nuevo siglo incluso Rimbaud parece más moderno que nunca. Hay que ser absolutamente moderno, escribió el poeta en Adiós, último poema de Una temporada en el infierno”.
En Adiós, además, Rimbaud se despedía de su carrera de ángel y mago: “¡Soy devuelto al suelo, con un deber que buscar, y con la rugosa realidad por abrazar! ¡Campesino! Nada de cánticos: mantener el paso ganado”. Visto y conocido suficiente: las interrupciones impostergables de la vida. ¿No podríamos entender el posterior e “inexplicable” silencio de Rimbaud tras este texto autorizado, como un reconocimiento del que el poeta –después de todo, y en su propia época– no fue vencido? “Rimbaud no sólo quería convertirse en un vidente”, comenta Steve Murphy, “sentía el deseo de ver (en el sentido fuerte de la palabra), pero además sentía el deseo de ser visto”. Experiencia que logró.
Arthur Rimbaud: el ‘voyant’ de piel oscura
Según Claude Jeancolas, autor de Le Nouveau Dictionnaire Rimbaud, el término “vidente” (voyant) en Rimbaud deriva de las escrituras: “Venid, vamos al vidente; porque al que hoy se le llama profeta, antes se le llamaba vidente” (1 Samuel 9:9).
El vidente es aquel que obtiene el primer lugar para hacer una exploración completa (extremo autoconocimiento): hace experimentos, rastrea las emociones puras, para ir más allá de las edades y los espacios que se adhirieron a la creación original, la única verdad.
Este ascetismo, muy próximo al de William Blake, presupone una necesaria purificación: la eliminación de las escorias sociales y culturales que cubrieron las almas en los tiempos originarios (¿qué es, si no, La edad de oro o La eternidad para Rimbaud?).
Sólo y de esa forma la luz dará finalmente un verdadero testimonio... Aunque Rimbaud se pregunta cómo hacerlo, sin utilizar las muletas propias de las reglas habituales del lenguaje: el desarreglo de todos los sentidos necesita de la invención de un nuevo idioma: “La poesía no ritmará ya la acción; estará por delante”, “¡libres los nuevos! de execrar a los antepasados: estamos en su casa y tenemos tiempo”, “exijamos a los poetas algo nuevo, ideas y formas”.
La teoría del voyant en Rimbaud se desarrolla en dos cartas (13 de mayo de 1871 a Izambard y 15 de mayo de 1871 a Demeny), mucho antes de conocer a Verlaine, instalarse en París, y comenzar a escribir sus trabajos más reconocidos. El sufrimiento y desarreglo del poeta (“Imagine a un hombre injertándose y cultivándose verrugas en la cara”), o bien lo indicado para ser transformado en vidente, nunca resultó en vano...
Exactamente un año después, en mayo de 1872, aparece firmado su poema La Eternidad. Aquí irrumpe un término que bien podría reemplazar a la figura del voyant: orietur (que textualmente significa “él nacerá”, y que se aplica a Cristo en Malaquías 3:20, y al significado de iluminación dado a la imagen del sol), palabra que se utiliza a menudo en el Antiguo Testamento y que se refiere a la promesa de Dios de enviar un mesías. Rimbaud escribe en el poema La eternidad: “No hay esperanza/ Ningún orietur”. ¿O es que acaso el voyant Rimbaud advirtió –finalmente– que no existirá tal orietur o mesías?
Pruebas de sus visiones abundan en su trabajo: ningún lector de sus cartas dejará de sorprenderse al leer en Una temporada en el infierno, libro que escribió mucho antes de marcharse de Europa, su profético destino: “Mi jornada está cumplida; dejo Europa (…). El aire marino quemará mis pulmones; los climas perdidos me curtirán (…). Regresaré, con miembros de hierro, la piel oscura, la mirada furiosa: por mi máscara, me juzgarán de una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados que regresan de los países cálidos”.
Después de abandonarlo todo, después de irse a traficar a Africa y volver a Europa con ganancias extraordinarias, Arthur Rimbaud murió a los 37 años con una pierna amputada en un hospital de Marsella, junto a su hermana Isabelle Rimbaud.