CULTURA
¿imitador o creador?

Quién es el infame alemán falsificador de obras de arte Wolfgang Beltracchi

Un mero detalle lo hace único: por lo general, los falsificadores niegan haber sido los artífices de una estafa. Wolfgang Beltracchi, por el contrario, lo admite sin rodeos, porque a su modo, siente satisfacción por lo que ha hecho. Recientemente, una galería japonesa descubrió que un cuadro de Moïse Kisling adquirida en 2013 (comprada a un museo, autenticada y tasada oficialmente y subastada por Christie’s) era falsa. El falsificador admitió haberla pintado.

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Beltracchi. Arriba: el gran falsificador alemán junto a su “Salvator Mundi” de Leonardo. | cedoc

“Galería japonesa descubre obra falsificada del infame falsificador de arte alemán”. Con este título, suficiente en sí mismo, el sitio web ArtAsiaPacific difundió que Wolfgang Beltracchi –nacido en Höxter, Alemania, en 1951– reaparece en el mundo del arte. O peor para los inversores en este rubro: sigue allí desde, al menos, hace cincuenta años.

El hallazgo es un óleo sobre lienzo titulado Kiki de Montparnasse, atribuido al artista polaco-francés del siglo XX Moïse Kisling. La pintura estaba expuesta en una galería del Grupo Yamada Bee Company en la prefectura de Okayama. Fue adquirida en 2013 a un museo en Hachioji, Tokio, autenticada por una tasación manuscrita del hijo de Kisling y los registros de la subasta de Christie’s de 1995, por U$S 300 mil.

Cuando en abril pasado el cuadro lo enviaron a préstamo a un museo de Fukuyama, sus autoridades notaron que en el anverso había una etiqueta que hacía referencia a Alfred Flechtheim, marchand y coleccionista de arte judeoalemán, nombre utilizado por Beltracchi para dar verosimilitud a sus obras de arte falsificadas.

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Pero la noticia es más sorprendente. Para confirmar la falsificación, la curadora de la galería mantuvo una videollamada con Beltracchi, quien reconoció haber pintado el cuadro hacia 1990 y, además, no sin orgullo, que “sigue siendo una pintura de Kisling. Era muy apreciada entonces y ahora los coleccionistas buscan mis obras”.

Pero este descubrimiento no fue casualidad. A mediados del año pasado los japoneses descubrieron que los cuadros En el circuito de ciclismo (1986-87) del artista francés Jean Metzinger y Niña con cisne (1990), del pintor expresionista alemán Heinrich Campendonk, también eran falsificaciones del mismo sujeto. La primera formó parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Tokushima durante 25 años; la segunda, casi treinta años en el Museo de Arte de Kochi.

Consultado por correo electrónico por periodistas locales, en esa oportunidad Beltracchi pidió disculpas reconociendo ser el autor de las dos obras apócrifas, y también su ufanó de que realizó alrededor de 300 pinturas falsas a lo largo de 35 años, replicando los estilos de 120 artistas. La valuación de estas dos obras ronda los U$S 600 mil. Dándole crédito a la sinceridad del falsificador alemán, un cálculo apresurado estimaría la estafa total de su actividad en no menos de U$S 100 millones. ¿Y si fuera más todavía?

El adjetivo utilizado en el titular citado al principio resulta atinente y remite al cuento de Jorge Luis Borges, El impostor inverosímil Tom Castro, que forma parte de Historia universal de la infamia. Es que tal ficción tiene aquí una reversión incalculable, especular: al menos 120 suplantaciones de identidad pictórica. Así Beltracchi contiene a los dos personajes del cuento, al genio y su actor de la infamia. Y aquí el destino obra con un carruaje, pero que adoptó otra forma.

Hacia 2009 Wolfgang notó la falta de zinc en su atelier para elaborar la pintura blanca que debía utilizar en una falsificación: Cuadro rojo con caballos del ya mencionado Heinrich Campendonk, pintada alrededor de 1914. Al no conseguir el material en su proveedor habitual, recurre a uno holandés que le entrega el pigmento sin mencionar que contenía titanio. El titanio comenzó a utilizarse en el pigmento blanco recién en 1920, es decir, pasó el carruaje y arruinó todo. Es que el cuadro fue analizado por expertos del comprador, quien pagó U$S 3,6 millones por él, desatando una cadena de sospechas y confirmaciones que culminaron con un juicio en Alemania.

En 2011, Wolfgang y Helene, su esposa, resultaron culpables por falsificación y estafa, con sentencias de seis y cuatro años de prisión, pero que se redujeron quedando en libertad anticipada. Pagaron US$ 38 millones por daños y perjuicios, más un arreglo extrajudicial de no menos de otros 27 millones. El juicio involucró obras falsas de Max Ernst, Fernand Léger, Kees van Dongen y André Derain, entre otros.

El método era el siguiente: Helene vendía las falsificaciones como obras inéditas, heredadas de una colección de arte su abuelo, quien la había adquirido a un galerista judío que huía de la Alemania de Hitler. El sistema de implantación de obras falsificadas arruinó la reputación de varios galeristas, historiadores del arte, incluso la de casas de subastas como Sotheby’s y Christie’s, utilizando esta última una de las falsificaciones en la tapa de un catálogo.

Al menos desde 2015 la pareja vive en Suiza, con Wolfgang ocupado en realizar obras propias, o recreando ajenas en otros estilos, como si fuera una inteligencia artificial, pero con capacidad material de pintar. Porque esto sí es veraz: su talento al falsificar es de excelencia. Copia estilo, trazo, pigmento, densidad, incluso la disposición de elementos, volúmenes, temáticas. Y, como buen tahúr, reinventa su pasado, alimentando el mito que creó como un idealista transgresor capaz de hacer obra propia.

De hecho, Beltracchi tiene dos páginas web y participa en exposiciones. La reciente bajo el título La invención de lo real en Spazio Musa, Turín, Italia; en la que afirmó: “Nunca he copiado una obra. Pinté cuadros que no existían, pero que podrían haber existido”. Por realizarse se encuentra la serie de obras Los grandes/Salvator Mundi, basada en la obra atribuida a Leonardo da Vinci, donde la recrea al estilo de siete maestros, como Picasso, Van Gogh y Leonardo mismo.

Observando estas imitaciones, tal vez el Salvator Mundi –vendido por US$ 450,3 millones en 2017– sea su mejor falsificación o recreación. Entonces, el supuesto comprador, acaso un príncipe saudí, lo mantiene oculto hasta hoy por pudor, para no ser otro estafado más en la historia del arte.