CULTURA
Apuntes en viaje

Ruta

Entonces cebo mate y miro por la ventanilla o por el parabrisas. Así puedo ver cosas asombrosas. Un cartel en el medio de la nada que dice Aquí se fabrican prótesis ortopédicas.

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Ruta. | marta toledo

En la ruta siempre se ven cosas asombrosas. Será que una está aburrida. No manejo, pero tampoco puedo dormirme mientras otro conduce, ni leer. Me parece de mal gusto estar haciendo cualquier otra actividad o me da culpa no haber aprendido nunca a manejar, de porfiada, de tanto que me digan que es importante que una mujer, que por cualquier urgencia, etcétera. Pero la cosa es que me parece descortés leer o dormir. Y tal vez, en el fondo, no duerma por no contagiarle las ganas al que maneja, ese pestañeo que dicen puede ser fatal. No duermo porque no quiero morirme.

Entonces cebo mate y cuando no, miro por la ventanilla o por el parabrisas. Así puedo ver cosas asombrosas. Un cartel en el medio de la nada, en el campo uruguayo, que dice Aquí se fabrican prótesis ortopédicas, una flecha enorme que indica una tranquera, un camino de tierra que serpentea entre el pasto, a lo lejos, muy a lo lejos, una granjita. ¿Por qué se fabricarían ahí, en esa casa de campo, patas de palo, brazos? Por las máquinas, seguro, las máquinas que se comen los miembros de los hombres que trabajan en la siembra y la cosecha. A Emilio, un vecino, una máquina de moler maíz le tragó tres dedos, dos a la mitad y el pulgar todo entero. Me acuerdo de eso, en la infancia, el miedo y la fascinación con que le mirábamos la mano, las ganas irresistibles de tocarle la piel finita del muñón, rosada, siempre como acabada de nacer. Al tiempo voy a leer en internet una entrevista a un hombre que fabrica prótesis artesanalmente y que ha enseñado el oficio a su única hija. Una mujer que vive de tornear piernas y brazos, de ajustar articulaciones falsas. Me gusta la idea y escribo un cuento.

Otra vez, mirando una ruta de asfalto destrozado por el peso de los camiones y baches como cráteres lunares, siguiendo la culata de un camión a distancia prudente, voy a ver cientos de tordos posarse sobre el camino a comer las semillas que caen de los acoplados. Se van a quedar posados en la ruta y sólo van a salir volando con el tiempo suficiente para no ser aplastados por los neumáticos del auto, para no quedar agarrados a la parrilla del parachoques, para no reventar contra el parabrisas.

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Haciendo cientos de kilómetros por la ruta 14 voy a ir anotando en el celular los nombres en guaraní de los pueblos y los arroyos, uno abajo de otro, como si fueran versos porque música ya tienen así que versos ya son, un poco. Cuando llegue a destino voy a leer la lista en voz alta y va a parecer un poema hermoso. Me voy a emocionar porque a esa ruta donde se pierden mujeres y niños, esa ruta de trata, contrabando, camiones brasileros y sucuchitos con faroles rojos que en la noche brillan como una brasa maligna, le habré sacado esa música, esos versos preciosos.

Una tarde es verano y estoy cansada de mirar. Salimos de Buenos Aires temprano en la mañana y estamos cruzando la frontera Santa Fe-Chaco. Reparo en esa arboleda desde un poco antes. La veo cubierta de cosas blancas y pienso en la mugre que deja la gente, en decenas de bolsas de nylon, papeles o pañales descartables que los viajeros arrojan por sus ventanillas y que después el viento llevará hasta las copas de esos árboles. Me enfurecen la humanidad y sus desperdicios. Pero entonces cuando estamos pasando muy cerca, raudos en el auto, esas cosas blancas se levantan como espuma, abren las alas, quedan suspendidas un instante y se dejan caer otra vez en el ramerío. No es mugre, es un dormidero de garzas.