Jaime Siles (Valencia, 1951), es filólogo, poeta, crítico literario y traductor. Es autor de obras como Canon, 1973 (Premio Ocnos); Música de agua, 1983; Semáforos, semáforos, 1990 (Premio Loewe); Himnos tardíos, 1999 (Premio Internacional Generación del 27); Desnudos y acuarelas, 2009 (Premio Tiflos de Poesía), y Horas extra, 2011 (Premio Universidad de León de Poesía). De paso por Buenos Aires (ciudad que no visita desde hace treinta años) para participar del Festival Internacional de Poesía, dialogó con PERFIL sobre su manera de entender el mundo y la poesía.
—Usted publica su primera obra muy joven, a los 19 años, y rápidamente se lo asocia a los novísimos.
—Mi primer libro, como usted le llama, era un cuaderno con tres poemas, pero que participaba del espíritu de la generación de los novísimos, a la que por edad sí pertenezco, aunque yo no estaba en la antología de Castellet de 1970 [N de R: Nueve novísimos, Barral Editores]. No podía estar por obra. Luego he estado en otras antologías y me considero históricamente dentro de los novísimos, que tuvieron dos fases: el culturalismo, primero, y luego la metapoesía. Yo pertenezco más a esta última. Pero sí participo de su idea de la cultura, y sobre todo de la idea de que la poesía se inscribe dentro de la cultura y es un proyecto de cultura. En el caso de España, el principal problema que la poesía tenía que resolver era la recuperación del lenguaje poético, que había quedado empobrecido por la dictadura y por los que habían reaccionado contra ella: por el realismo social y la poesía social. Había que volver a conectar con la gran tradición occidental.
—Severo Sarduy decía que muchas veces, cuando se ponía a escribir, pensaba en una imagen, en un color. Me da la sensación de que su poesía podría tener este punto de partida. ¿Cómo es su proceso de creación?
—Entiendo muy bien lo que Sarduy dice y mi caso es parecido, pero en vez de venir precedido por colores viene precedido por sonidos. Sonidos que no se han articulado en una palabra concreta, pero sí en un ritmo. Ese ritmo es el que yo debo llenar con palabras. Ese es el proceso, pero no el punto de inicio. En mi caso, el poema surge cuando en la realidad de todos los días, que es igual a sí misma, encuentro un punto de deslumbramiento. Hay una revelación, una epifanía.
—Usted tiene un trabajo muy profundo con las formas. Ha pasado por el soneto, el verso libre… ¿cómo surge la forma? ¿Hay temas que se prestan mejor a la métrica?
—No lo sé exactamente, pero yo empecé con el verso libre, muy largo, de más de veinte sílabas, y luego tuve una etapa muy minimalista, donde me interesaba conseguir el máximo con lo mínimo y me condené a una economía de lenguaje de gran austeridad. Luego, en los años en que viví en Alemania y en Austria, la forma y la métrica me atrajeron porque encontré una manera de afirmar mi lenguaje y que no se me perdiera. Experimenté con el romance, la lira, la endecha… En verdad, es el poema mismo el que impone su propia forma, y el poeta lo debe saber desde el primer verso.
—Quisiera preguntarle sobre sus lecturas. ¿Usted está constantemente releyendo, o bien a la búsqueda de nuevos poetas?
—Yo estoy a la búsqueda y a la relectura, porque también la relectura es una búsqueda. En un poema ve uno siempre cosas nuevas. Pero, yo por mi formación (soy filólogo) he traducido de nueve lenguas, y siempre leo en otras lenguas. Las novedades las sigo en mi propia lengua, y en las demás busco la clasicidad. Los clásicos son aquellos que nos hacen contemporáneos a nosotros mismos. Hay que estudiar los clásicos al milímetro.
—¿Se considera usted un poeta de la ciudad? “Semáforos semáforos”, por ejemplo, podría considerarse un libro urbano.
—No. Yo he sido un poeta de la naturaleza, en el sentido que la palabra naturaleza tiene en latín, y que tiene en griego la palabra physis, que es lo que llamaríamos hoy la realidad. Hasta el siglo XVIII se llama naturaleza a lo que usted y yo entendemos hoy por realidad. Pero sí es cierto que la experiencia que he vivido en los años 80 en Viena me dio unos referentes que yo antes ignoraba. Y me sentí ciudadano. Me sentí como un poeta helenístico en una gran urbe del siglo IV a.C. transitando por la calle. Sentí un deslumbramiento ante la ciudad. Y tenía que conseguir introducir esas imágenes en la gran cadena simbólica de la cultura. Eso hizo que me sirviera mucho de las técnicas de la vanguardia y la publicidad. Por eso éstos son para mí poemas videoclip. Intenté adaptar un sistema de descripción a un videoclip.
—¿Quién es el lector contemporáneo? ¿Es un lector crítico?
—El lector cambia porque cambia la sociedad. Pero la gran literatura debería aspirar a crear un nuevo tipo de lector. La poesía no tiene público: tiene lectores. Pero la poesía posee un lenguaje. Es como una partitura musical. Si uno no sabe solfeo no puede leerla. El problema es que la cultura de masas no conoce las leyes de la partitura. La crisis de la poesía es la crisis de la cultura. Y la crisis de la cultura no es otra que la crisis de la sociedad. Y la crisis de la sociedad es la crisis del individuo y del Estado.