CULTURA

Una bella jugada, por amor de Dios

Corría mayo de 1997 y la edición italiana de El fútbol a sol y sombra acababa de ser editada por el sello Sperling & Kupfer con el título Splendori e miserie del gioco del Calcio. Esta entrevista apareció en el suplemento Tuttolibri del diario La Stampa, de Turín, en aquellos días.

Corría mayo de 1997 y la edición italiana de El fútbol a sol y sombra acababa de ser editada por el sello Sperling & Kupfer con el título Splendori e miserie del gioco del Calcio. Esta entrevista apar
| Cedoc

Al igual que todos los uruguayos, quiso ser jugador de fútbol. “Pasaron muchos años y terminé asumiendo mi propia identidad; no soy otra cosa que un mendigo de buen fútbol. Ando por ahí, sombrero en mano, y en las canchas ruego: “Una bella jugada, por el amor de Dios”. En el café montevideano O Brasileiro, Eduardo Galeano reconoce dos influencias literarias: Faulkner y Pavese, normales para toda su generación, y asegura que los libros “no se escriben, son ellos los que nos escriben, del mismo modo que un buen vino nos bebe”.

—Pasó mucho tiempo desde “Las venas abiertas de América Latina”...
—Es el primer libro de mi historia de escritor. Lo escribí a los 30 años, después de cuatro largos años de investigación, en noventa noches. Reconozco una prehistoria, un período de aprendizaje, en el que no me tomaba en serio lo que hacía. Para mí, no era otra cosa que un subproducto del periodismo, lo que me interesaba era el periodismo, me sentía, sobre todo, periodista. Desde la publicación de ese libro empecé a sentirme escritor.

—¿Esto significaba un ascenso?
—No. Para nada. En el mundo de la literatura existe la mala costumbre de condenar al periodismo a vivir en los galpones de la literatura, en los suburbios pobres de la literatura, sacralizando al libro en el altar mayor de las belles lettres. Para mí, el periodismo siempre fue otro modo de hacer literatura. Yo me sentía, sobre todo, periodista; por lo tanto, un escritor que trabajaba de periodista. Pero cuando escribí Las venas abiertas... empecé a sentirles el sabor a los libros.

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—Leyendo su obra, se tiene la impresión de que políticamente usted no sufrió grandes cambios, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín.
—Sigo siendo fiel a las ideas  en que creo y a la gente que amo. Podrían resumirse diciendo que el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo sino su consecuencia, que los países del sur del mundo no se encuentran en la infancia del capitalismo sino en su plena decadencia, y que no es legítimo confundir a un niño con un enano, aunque se parezcan. Sigo creyendo, como en los años 70, que el mundo está mal organizado; que es muy injusto y que lo que antes se llamaba “capitalismo” y ahora se llama “economía de mercado” no tiene la más mínima posibilidad de terminar con esta injusticia.

—¿Qué recibimiento tuvo “El fútbol a sol y sombra”?
—Tuvo el efecto de sorprender a mis amigos y consiguió que yo me sorprendiera de su sorpresa. Me refiero, naturalmente, a los amigos intelectuales; porque los otros amigos no se sorprendieron en absoluto.

—¿Y por qué la sorpresa?
—Pienso que tiene que ver con esa tradición de desprecio del intelectual hacia el fútbol. Para el intelectual de derecha, el fútbol es la prueba de que el pueblo piensa con los pies, y para el intelectual de izquierda, el fútbol obliga al pueblo a no pensar. Dos posiciones que tienen en común el desprecio. Tal vez porque es de intelectuales sentir el cuerpo como una realidad separada. La palabra misma, “intelectual”, nace en oposición a “manual”, a “trabajador manual”. En cierto modo, el intelectual es una cabeza que se mueve. Y el fútbol es la fiesta del cuerpo.