CULTURA
Entrevista con el fallecido exponente de la Nouveau Roman

Una charla inédita con Alain Robbe-Grillet

El autor y cineasta francés, quien falleció el lunes, visitó Argentina en 1997 y concedió una entrevista nunca publicada, hasta hoy. Entonces, confesó que Bioy Casares alguna vez le sirvió de inspiración.

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Pelo cano bastante largo, alborotado; barba, polera blanca bajo el saco oscuro, mocasines. Esa solemnidad informal, ese aire de soy profundo... Lo miro y lo vuelvo a mirar: estoy ante un intelectual de los años 60, de esos que de niña observaba con admira­ción edípica.

El siglo se termina y ya no soy una niña pero el tiempo no ha pasado para Alain Robbe-Grillet, el escritor de la Nouvelle Vague, el hombre que imaginó Hace un año en Marien­bad. Ver la película de Alain Resnais era, para mi genera­ción, una iniciación obligatoria. Había que zambullirse en ella hasta sentir vahídos porque allí todo termi­na­ba y volvía a empe­zar, el tiempo se disolvía, se multipli­caba al infinito, los objetos se desdi­buja­ban, las certezas tembla­ban, la memoria misma del cine conocido hasta entonces parecía absur­da.

—Los objetos nos son radicalmente extraños. Vivimos en un mundo que no comprendemos. Mi obra no quiere tratar de arre­glarnos con ellos, de camuflar la incomprensión, de simular armonía. Hay angustia, y yo no debo ocultarla.

Así habló Robbe-Grillet ante cientos de jóvenes en los coloquios que dio durante el Festival de Cine de Mar del Plata, donde ofició de presidente del jurado. Con precisión, desarrolló la típica teoría de las vanguar­dias, su vocación de per­turbar al lector-espectador, despojarlo de certe­zas para enfren­tarlo a la libertad, shockearlo y desautomatizar sus percep­cio­nes.

Volví a escucharle lo mismo dos días después, entrevistándolo; lo escuché desde el túnel del tiempo, un poco enojada porque el mundo había cambiado y él parecía no notarlo. Hasta que viajé con él en una combi rumbo a Villa Ocampo y lo vi en el centenario parque de la mansión de Victoria, la exótica anfitriona de los intelectuales europeos (“una sudamericana rica que nos puede llevar a Sartre y a mí a Buenos Aires”, al decir de Simone de Beauvoir en una carta que cito de memoria, de fines de los 40). Inclinado sobre la lavanda del parque de Villa Ocampo, el Escritor de Vanguardia se había olvidado del radical extrañamiento del mundo y acariciaba las hojas con ternu­ra, se sumergía en el arbusto para oler, abrazaba a su mujer.

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