Junto al nombre de José Luis Landet, el artista que nació en Lomas de Zamora en 1977, desde hace unos años circula el de Carlos Gómez. Con fecha de nacimiento y muerte, 1945 y 2014, se completa una biografía de artista desconocido que también nació en el Conurbano, tuvo su periplo en México y Brasil, una familia, militancia, trabajos varios, una obra compuesta por una multiplicidad de materiales y soportes. Dentro de ese genérico que es su nombre de pila y apellido se volcó una masa abigarrada de información que le fue dando forma a un hombre, a una historia y, sobre todo, a un archivo.
Es muy hermoso dejar las cosas un poco en suspenso, recubrir los hechos con una neblina y opacar las certezas. Todo en la relación entre Landet y Gómez está en el entredós de una verdad a medias, de una mentira incompleta. Sin embargo, para al menos ser precisos con las palabras, esas dos categorías, la de verdad y de mentira, son improcedentes en esta empresa. En realidad, el proyecto de Landet que revisita y descubre la obra de Gómez tiene tanto de literatura como de implicancia en las artes visuales. Entonces, el concepto que le viene mejor es el de “verosímil”. Esa instancia que suspende los criterios de anteriores y crea los posibles de ser creídos, aquello que nos convoca para suspender juicios y dejarnos llevar por los relatos.
Entonces, si Carlos Gómez tuvo una existencia fuera de la creada por Landet y el escritor Marcos Krämer, un número de DNI, una ficha de afiliación al Partido Comunista, que fue la ideología política del Gómez que conocemos, poco importa a la hora de analizar (y disfrutar) del procedimiento de rescate que se hace de su figura. Porque la figura de Gómez, en la apropiación e invención, incita a la pregunta “¿qué es un autor?”. La que se hicieron Barthes, Foucault, incluso Derrida, pero antes Mallarmé y los surrealistas. Para matarlo, para decir que es un gesto, que no es una categoría fija, que está relacionada con la idea de muerte porque su obra lo sobrevive, que es una instancia colectiva y sobre todo, que lo que importa es el lenguaje. Que es el que habla y no el autor, como lo entendía el poeta de “Un golpe de dados jamás abolirá el azar”.
Si esto que sirve para definir que un texto es una idea de citas infinitas donde todos pueden dialogar y que el discurso es una posibilidad infinita de instauración de discursividad, a la vez que su posibilidad infinita de aplicación, se puede utilizar para lo que Landet hace con Gómez (y Gómez, al fin, con Landet). En este sentido, es muy difícil decir quién crea a quién. Como un juego de cajas chinas construido con citas apócrifas de artistas inverosímiles, inquietos falsarios, objetos encontrados, atribuciones, impostores, relaciones filiales, se escribe esta vida imaginaria en el libro editado en colaboración con Ediciones EMA que recopila los fanzines de Gómez, cuando ya nadie duda de que sean efectivamente de él.
Con la luz, por decirlo de algún modo aun cuando las tinieblas son lo propio, del ejercicio con la biografía de Gómez, de la invención de un fantasma, se ilumina Asedio fantasmal de Landet con curaduría de Tania Puente. En la recién inaugurada nueva sede de la Galería Walden, donde funcionó durante tres décadas desde los años 60 el CAyC, un centro de arte y teoría fundado por Jorge Glusberg, Landet despliega un nuevo catálogo de sus búsquedas y obsesiones. Pinturas figurativas de marinas y navíos, una serie de diapositivas datadas de la década de 1970 de comunidades indígenas del Bajío mexicano, una selección de fotografías de galaxias capturadas por la NASA, y un friso de pequeños pero muchos puños modelados en cemento son el repertorio de este asalto insistente como formas de captura de procesos y nunca finales. No tanto por lo inacabado sus producciones son exquisitas y logradas, sino por la inquietud que emanan. Es algo del orden del inconformismo, la falta. Incluso, las ausencias y lejanías entre sus imágenes, la representación y las cosas representadas. Un gabinete de curiosidades pero del arte contemporáneo. Con preocupaciones actuales: la política, el lenguaje, la pulsión de vida. O las mismas de siempre, de los grandes sistemas de pensamiento, pero escurridizas como espectros que acechan y distorsionan. Porque opacar y dar sentido no siempre son antónimos.
Asedio fantasmal
De José Luis Landet
Walden Gallery, Viamonte 452
Para visitar la galería, con cita previa a [email protected]