Roberto Arlt escribió Casas sin terminar, una de sus Aguafuertes porteñas, como si fuera un arqueólogo de su presente. Un método de desciframiento que hace que la ruina se transforme en un gigantesco sistema semiológico, una parte que remite a un todo, que debe ser interpretado o imaginado. Para el escritor en “el bosque de ladrillos” y soñador de una “modernidad periférica”, esos vestigios remiten tanto a los cuentos infantiles llenos de misterios, fantasmas y ladrones como a las tragedias adultas de bancarrotas, pleitos y juzgados. Lo que debió haber sido deja paso a lo que es: muros desolados, montículos de tierras en las habitaciones insinuadas, albergue de arañas, trapos podridos. Esa instantánea paraliza el tiempo y sucumbe en la incógnita de la interrupción repentina: “¡Qué sensación de misterio y de catástrofe inesperada dan esas construcciones no terminadas donde sobre los muros en desnivel se levantan los marcos ennegrecidos por la intemperie y las aberturas exteriores tapadas por las chapas de zinc, donde el viento chasquea siniestramente en las noches de invierno!” Sobre ese plano literario conviene trazar Obra reciente, los collages de Ana Tiscornia. Porque lo suyo, también, son casas sin terminar. Mejor dicho, son deconstrucciones de planos de casas en las que se ha vivido, pasado la infancia o imaginado que han sufrido un proceso. Por un lado, el que ella misma le imprime con sus habilidades de arquitecta y artista plástica. Tiscornia hace las “reformas” de esas plantas: las amplía, las remodela, las injerta, las tuerce, las quiebra y las transforma para que se alejen mucho de lo que fueron en otro tiempo. A su vez, trabaja con planos que guardan esa relación tan particular con el lugar físico: lo señalan, lo diseñan, lo construyen, pero no lo son. Los planos son el lugar en el que la imaginación toma forma, antes de pasar a la faceta constructiva. Es la manera de aprehender la realidad con el síndrome de Alicia en el país de las maravillas, la micropsia, o de cómo ver un castillo del tamaño de una nuez. Por el otro lado, esta artista uruguaya se inscribe en la buena tradición de un arte conceptual sensible, que atiende y se preocupa por el referente sin abandonar la forma. Porque las casas sin terminar de Tiscornia aluden de manera muy directa a la contemporaneidad. No es la de Arlt, por supuesto, pero es la propia. Los conflictos que se dejan ver entre sus collages de papeles torcidos y bordes desgarrados pueden ser pensados en los de las grandes ciudades, las deficiencias habitacionales, los sin techo, los migrantes, los refugiados. Hasta se podría pensar que es el cierre del ciclo que se abre, al menos en la literatura, con el autor de El juguete rabioso al cambiar, como explica Beatriz Sarlo, la cultura de la literatura y fijar su mirada en otras zonas que no podían ver sus contemporáneos.
Necesita el caos de crecimiento urbano, de esa ciudad deforme y en expansión para construir otra Buenos Aires. También un collage de chapas, hierros retorcidos, armazones de cemento “bellos como mujeres” e historias y pasiones que se infieren de los carteles “de remate judicial” que penden de los escombros. En ese sentido, Tiscornia concluye este mismo proceso: el fracaso del sueño modernizador. La casa “en pedazos” de sus obras es un laberinto que ni encomendándonos a San Minotauro podremos encontrar la salida