Bife Angosto 3, tercer tomo recopilatorio de las tiras que se edita jueves a jueves en el No! de Página/12, se suma a los kilómetros de papel que llevan la firma de Gustavo Sala (Mar del Plata, 1973). Desde Bife Angosto, así también como, entre varios trabajos en los medios, de sus excesos en Fierro (sobre todo, la impredecible El baño) y su registro bizarro de la realidad en Rolling Stone, Gustavo Sala ha sabido esculpir un disimulado Taj Mahal del humor gráfico argentino. Disimulado porque de frente se ve como si fuera Constitución, pero por dentro es un palacio donde lo soez, lo absurdo abollando lo local (o cierto imaginario cultural, ciertos consumos culturales) y la idiosincrasia argentina generan instantes que definen, como ninguna otra historieta, un instante extremamente contemporáneo. Una sensibilidad contemporánea.
Sala ha generado una fórmula que, con energía infantil, devino aguda y rayos X para con la generación que puede reírse de incestos que devienen directamente surrealismo, de cacas parlantes, de planetas fornicando con expresiones de camioneros, de vacas nazis y de considerar a Arjona el mismísimo diablo. Pero para sorpresa de ese menú infinito que sabe ser dadaísta sin dejar de ser grotesco no siempre fue así. El mismo Sala sostiene: “A mí me gustaba antes que Crumb, autores como Moebius, Jodorowsky, y las historietas de Métal Hurlant”, esa cosa más ominosa, con una proyección más del interior del ser.
¿Cómo llega entonces Sala, desde “un discurso de ciencia ficción política” a su “muy ciruja” Falsa Modestia!, fanzine aparecido en un instante volcánico del cómic argentino? Sala: “La revista Suélteme! acá que fue una especie de oxigenación, como el punk en la historieta: no había que ser necesariamente un dibujante virtuoso para hacer historietas muy emotivas y muy personales. Ahí apareció una especie de tranquilidad para con el dibujo que uno tiene, que es más bien mediocre”.
“Me hacen reír los mensajes de texto mal escritos”, se ríe con voz grave Sala: lo que lo hace reír, entonces, cuenta era un deporte que implicaba testear límites y esperanzas amigas con mensajes mal escritos. Suena bobalicón, pero ésa es la dinámica de su humor si se la atomiza a su núcleo duro: “Lo que me causa gracia es la comedia que sabe dejarte atónito, estupefacto, porque no sabés si corresponde reírse, si corresponde amargarse. ¿Qué carajo hacer? Pero nunca quedás indiferente, siempre quedás afectado. A veces lo que uno quiere es afectar a los demás. O molestar.”
Las tiras de Sala, sean las mencionadas o Los hijitos de puta, parecen bestiales: parecen ese garabato desubicado que salvaba el día en el secundario. Pero Sala sabe que la caricatura creada sobre sus propias caricaturas y su hiperactiva furia podría acusarse de raquítica: “Un degenerado puede ser cualquiera: mostrás los huevos en la calle y sos un degenerado recontraloco. Pero hacer algo gracioso, que tenga sentido, que tenga entidad, que sea original y que puedas generar una obra con eso me parece muy difícil”. Y ahí es donde nombres como Crumb, Johnny Ryan o Ivan Brunetti surgen, gente que “pone en evidencia las miserias y el escaso talento que uno pueda tener”.
Sala también es un historietista de oficio, que entiende que “el chiste lo tiene que entender mi mamá: al menos en su construcción, que dice tal y cual; parece una boludez, pero no lo es”, y que en esa exposición a diferentes públicos fue donde pisó, a la Tex Avery, el rastrillo, cuando un chiste que mezclaba al DJ David Guetta con los ghettos de Auschwitz generó una reacción en cadena que lo puso hasta en el programa de Chiche Gelblung. Sala: “El humor limita. Primero limita con el talento del humorista y después con los cerebros de los receptores. Y en tercer lugar, con el medio que lo contenga. Muchas veces, el límite te lo pone tu jefe, tu editor. En la revista Para Ti difícilmente puedas hacer humor antisemita”. Sala diferencia entre molestia insana y molestia positiva a la hora del humor, ya que “eso puede hablar bien de lo orgánico que es, y de su entidad, de su corpus, de lo que puede generar. No sé si es parámetro que las mejores tiras son las que más hacen reír. Hay humoristas gráficos que simplemente ves su obra en silencio y sos feliz mientras la mirás, y te produce una especie de excitación humorística que pasa por otro lado, que va a parar a otro órgano de tu cuerpo y no sale por la boca como la clásica risa. Quizás haya varios tipo de risa y uno piensa que hay solo una. Ayer escuchaba que hay 600 clases de canarios amarillos, llamados rollers, y uno dice ‘canario amarillo’ y cree que hay uno solo”. Si Sala tiene razón, y si existe la chance de que hayan 600 tipos de risa, él, más que ningún humorista gráfico argentino, sabe que “puede que haya también 600 formas de molestias: positivas, negativas, amargas, dulces”.