CULTURA
Edición celebrada

Vuelve el corazón de Goscinny

La nueva historieta de Astérix, publicada por Libros del Zorro Rojo, permite recuperar e indagar en los resortes creativos de uno de sus hacedores, René Goscinny. Ciudadano del mundo, con vidas en Buenos Aires, Brooklyn y París, Goscinny supo fundar la sátira con corazón y con adultez para establecer un diálogo artístico con las nuevas generaciones.

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El nombre de René Goscinny es conocido por haber creado uno de los personajes de historieta más celebrados del siglo XX. La reedición de Astérix abre la posibilidad de sopesar la calidad de su trabajo y establecer un diálogo artístico con nuevas generaciones. | cedoc

Astérix vuelve. Con libro nuevo y con reediciones de títulos clásicos. La edición de La hija de Vercingetorix, el más reciente álbum de la dupla creativa hoy a cargo de la leyenda gala el guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrad, es otro paso en el visto bueno, y polémico, que el dibujante original y cocreador Albert Uderzo dio: una vida post René Goscinny y Uderzo. Algo que obviamente era inimaginable allá por 1959, cuando los irreductibles aldeanos de bigote rubio y de panza enorme vieron la luz y empezaron a repartir, a diestra y siniestra, bofetadas a los romanos.  

Goscinny ocupa un lugar especial en estos relanzamientos, ya que se suma a estos títulos El gran visir Izgonud, otro de sus clásicos. Suelen decirse muchas cosas sobre René Goscinny, el guionista que cambió para siempre la historieta mundial con su Astérix. También en su paso por Lucky Luke. O en su vida como editor de la famosa revista semanal francesa Pilote, que generó oportunidades y abrió puertas a nombres gigantes como Jacques Tati, la leyenda de la comedia elegante, cotidiana y absurda, y Moebius, quizás el nombre más precioso de la historia del cómic. Pero lo cierto es que lejos de la viveza criolla de quedarnos como nota de color con la vida porteña del pequeño Goscinny, que se crio en Buenos Aires gracias a que sus padres escapaban de la guerra, hay muchísimo más. Hay mucho más en Goscinny y su vida nómade que el mero grito chauvinista con olor a dulce de leche, con mención a Patoruzú y fascinado con la energía de los inmigrantes en barrios.  De hecho, hay mucho hasta en su muerte. 

A los 51 años, René Goscinny murió un sábado a la mañana. Un 10 de noviembre. Goscinny había cumplido su sueño de la infancia: ser Disney. Ser el creador de un imperio audiovisual. Astérix solo subía en ventas, y lo sigue haciendo: desde su primer álbum, las ventas solo aumentan y hoy son millones los ejemplares vendidos. Así se ha llegado a que el galo sea traducido a más de cien idiomas y que este lanzamiento sea el libro #38 de la saga. También, claro, eso llevó en el pasado a que Goscinny pudiera dedicarse a su adorado cine, con sus queridos personajes como principal pero no única franquicia. Más allá de sus éxitos o fracasos, ese 10 de noviembre Goscinny se quejaba. Le dolía el pecho. Y los brazos. Le hicieron una prueba, para testear su nivel estrés. Se volvió a quejar del ardor. No pudo volver a hacerlo. A las 10.30, Goscinny estaba muerto. Es decir, si alguien ignoraba su nombre, y eso era bastante difícil ya que su presencia mediática era enorme y el fenómeno creado era global, ya no lo volvería hacer: su muerte lo convirtió en sinónimo de mala praxis. Su muerte alteró la dinámica francesa a la hora del tratamiento de los pacientes cardíacos. Que incluso su muerte, y su nombre, esa palabra, genere esa resonancia en otro ámbito, que incluso la gente que ignora los cómics lo cite como ejemplo frente a un estudio cardíaco, parecía otra de sus bromas. De sus brillantes bromas, de su comedia que, créase o no, le pesaba mucho en su pecho. 

  

La comedia viajera. Hay en Goscinny mucho del mundo, mucho de diferentes comedias, sobre todo aquellas que leyó, que vio crecer y ser leyenda, y aquella que le costó que el resto del mundo entienda. La clave porteña viene siendo que presenció el nacimiento de Patoruzú (ya que tanto se ha hablado de la influencia de Dante Quinterno en los famosos galos, toma poción mágica). Pero también la vibración, el zeitgeist: cuando Goscinny llegó a Nueva York casi sin un céntimo en 1945, después de la muerte de su padre a los 56 años y de perder a muchos de sus familiares en campos de concentración, y, siempre junto a su madre (de adulto, ella vivía en la puerta de al lado), se decepcionó. Alguna vez dijo: Venía de Buenos Aires, una ciudad cómoda, moderna. Nueva York se veía vieja y escuálida, lejos del mundo del jazz y de Fred Astaire. Para peor, casi de inmediato tuvo que partir otra vez a Francia, a una Francia en ruinas. En 1948 vuelve a Nueva York, y más allá de que trabajaba haciendo postales, sus amigos eran realeza de la historieta. Bueno, al menos lo serían en muy poco tiempo. Ahí estaba Morris, padre de Lucky Luke, y el historietista Jijé. Pero también estaban Wally Wood, Will Elder y Harvey Kurtzman, el nombre considerado cerebro y alma de Mad, la revista de sátira que redefinió la comedia en Estados Unidos y cuya influencia lleva directamente a la comedia moderna y posmoderna en Estados Unidos. Todos ellos fueron cruciales en el nacimiento de Mad. En Estados Unidos, Goscinny, que adoraba la historieta francesa que conocía desde niño por los viajes frecuentes desde Buenos Aires, estaba fascinado por el arte popular elegante, que algunos ignoraban que tenía ese potencial estético: amaba a Tex Avery, el animador que definió una forma de comedia física (con mucho revoleo de personajes) y a los hermanos Marx, reyes de la locura absurda. Poco de la comedia popular americana, sea clásica en ese entonces o reciente, no pasaba por él: de Buster Keaton y su manejo legendario de los espacios para hacer comedia hasta Jerry Lewis, famoso por ejecutar el mismo arte pero en modo intencionalmente bufón, todo le hablaba. Goscinny podía ser un gran dibujante y un gran escritor, pero también era una espectacular espectador, uno que se moría de ganas de contar en este instante de Estados Unidos. 

En una entrevista para la mítica revista The Comics Journal, Harvey Kurtzman declaró a Gary Groth y Kim Thompson: René fue uno de mis mejores amigos. Y fracasó en todo lo que intentó mientras vivía en Nueva York. Una cosa fascinante de René era que tenía un flujo de humor que nunca se frenaba, sin límites, y podía bromear y bromear y seguir hasta casi generar un monólogo. Podrías hasta quedarte dormido de lo mucho que podía seguir bromeando sin parar. Era una buena persona, era brillante, y cuando volvió a París, todo eso finalmente se convirtió en oro puro. 

La revolución Goscinny. Goscinny venía entonces de Buenos Aires y su idiosincrasia inmigrante, de barrios gritones y nuevos, atiborrados y cariñosos. No es difícil ver eso en Astérix, ni remotamente. O en sus libros, ilustrados por su querido Sempé, de El pequeño Nicolás. No es difícil que su fe en la historieta tenga que ver con la potencia que tenía en aquel momento en nuestro país o la ebullición que vio en Estados Unidos. Hay en Astérix una idiosincrasia que pareciera cercana a ese universo. Todo en Astérix es siempre energía, de gritos italianos y españoles, de inmigrantes en su hogar, de nervios a flor de piel y de trompadas de cartoon, de espacios explorados con la agudeza de Jacques Tati pero con la amabilidad en el trazo de Tintin. 

En su paso por Nueva York vio nacer a Mad, al genio de Harvey Kurtzman. Es más, vio que esa forma le era posible, que se le escapaba entre los dedos. Hasta la revista Pilote, hasta Astérix, si bien Goscinny tenía oportunidades aisladas, había remado cuesta arriba. Le pesaban sus esfuerzos, pero nunca desistía. Era, por supuesto, irreductible. Después de convertirse en el director de la revista Pilote, fundó varias cosas: por ejemplo, el autor empezaba a ser una presencia, una firma. Ya lo era, pero no como Pilote lo permitió. Como lo legitimó. Y en el país de la revista Spirou, donde la aventura y la historieta eran infantiles, le permitió al medio ser adulto, ser para un público adulto. Ir más allá de la aventura magistral de Tintín, y así crear y sembrar un paradigma que desde su sonrisa comprendía que los niños no eran tan básicos y que la historieta podía ser inteligente y hablarle a varios públicos. Gracias a su concepción de la comedia y del poder del medio, Goscinny logró dar cuenta de que había autores, no solo personajes. Quizás por eso al mundo décadas después le costó adaptarse a la idea de que la serie iba a seguir sin ellos. Y todo eso que Goscinny generó desde finales de los años 50 lo hizo desde una revista popular, que hablaba con el cine de la época, con el mundo sacudido de desilusión, con enojos globales, con el Mayo Francés, y, por supuesto, con 1,5 millones de lectores semanales. Lo hizo en primera plana. Lo hizo casi como un director de cine: era meticuloso, era amplio en su capacidad de oír a otros, de descubrir a autores que serían el futuro del medio. Aun así, su pobre corazón de comediante sufría siempre ante las críticas. Así fue que los autores de Pilote, a finales de los años 60, quisieron un cambio y se enojaron con él, y él peleó por ellos, incluso dando la espalda a autores que habían crecido con él. Peleó por darles espacio y lo que reclamaban. El mismo Moebius, que siempre tuvo una relación complicada con Goscinny, declarará: Las cosas llegaron adonde pudieron llegar porque él parecía muy fuerte. Resistió todas las presiones de aquel momento con su cuerpo. Todos esperábamos que se enojara, y que discutiera. Pero así era Goscinny: cada ataque solamente lo golpeaba más fuerte. 

El legado.  La fuerza de Goscinny, su fe en la comedia, su experiencia en el mundo, su fe en el arte como algo popular, fueron fundamentales para la reconfiguración de la sátira en Francia. Y en el mundo. Astérix es una obra maestra porque aglomera lo que Goscinny sentía y aquello en lo que creía: la posibilidad de un futuro más allá de la aparente realidad (el triunfo de los romanos). La suya es una pelea constante, pero también una constante fe en los relatos. Era un enamorado del cine, de la comedia en pantalla. Pudo generar una energía en las historietas que en apariencia es simple pero que es fácil de identificar como, valga la redundancia, irreductible: sus anacronismos, su juego con el lenguaje, con el tiempo, con la comedia de personajes, con el barrio galo, no son méritos; son pruebas al paso del tiempo. Goscinny capitalizó sus experiencias para generar la comedia más poderosa de la historia del medio. Él era su propia poción mágica.

 

El legado de Goscinny

J.M.D.

Si hay alguien que comprende el legado de Goscinny, ese es Jean-Yves Ferry, el nuevo guionista de Astérix que visitó nuestro país en la última edición del festival de historietas Comicópolis en 2017. Desde Francia, respondió sobre el gigante y sobre su trabajo tras sus huellas. A la hora de describir los momentos en que Goscinny creaba, decía: Fue una época de relativo optimismo y nos orientábamos –se creía– hacia el bienestar. La economía era prometedora y una suerte de energía positiva alimentaba la comedia. Era una época en la que uno se reía de las diferencias (sociales, religiosas, raciales, etc.) y en la que se enterraban las viejas rivalidades. La caricatura era tomada con bondad. Goscinny caricaturizaba a los franceses y a todos los pueblos vecinos con la misma glotonería sonriente y cómplice. ¿Cómo traducir el legado de Astérix al presente de nuevas generaciones? Es casi intraducible. Yo solo intento mantener la misma distancia y la misma forma clásica de contar. Por lo demás, el mundo cambió y aparecieron temas nuevos. El desafío consiste en mantener la misma legibilidad. Creo que lograr la complicidad del lector es el desafío principal.

 

Los otros milagros

J.M.D.

A la hora de hablar sobre la comedia de Goscinny, sostiene Jean-Yves Ferry, el nuevo guionista de Astérix: “En mi opinión, la particularidad de Goscinny es la de ser un amante de las palabras y utiliza la imagen dibujada. Esto no es tan frecuente. Dicho de otra manera, se interesa mucho por la formulación humorística eficaz pero no pierde de vista ni el ritmo ni el tempo visual de su historia. Su fuerza radica también en su objetividad. No hay melodrama ni tesis en Goscinny. Saca todo el jugo cómico de sus historias con método. A la vez, sus historias son cálidas (en parte también gracias al aporte del dibujo de Uderzo)”. Ferry entiende, por supuesto, como pocos esa comedia, pero ha sido parte de publicaciones recientes en Argentina: El pequeño Nicolás puede conseguirse para nuestro público infantil, y El gran visir Iznogud vuelve a editarse. ¿Es cierta la leyenda del cruce entre Astérix y los Patoruzek, la familia de Patoruzú? Ferry cuenta: “Conocí a los sobrinos de Quinterno en el Festival de Historietas de Buenos Aires. Ellos fueron quienes me propusieron un encuentro en la cumbre de los dos personajes… pero no es tan simple ya que estos héroes evolucionan en universos y en tiempos diferentes. Lo mejor sería ver el tema directamente con el druida”.