CULTURA
novedad

Walter Benjamin en las ciudades

La publicación de “Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin”, de Martín Kohan, publicado por Eterna Cadencia, es una ocasión más que propicia para volver a adentrarnos en la obra del filósofo, crítico literario, crítico social, traductor, locutor de radio y ensayista alemán, suicidado en 1940. Cuatro ciudades demarcan sus intereses como “flâneur”, y como todo aquello que le despertaba interés, esas cuatro ciudades terminaron siendo objeto de estudio, análisis, admiración, desconcierto y escritura.

2023_11_19_walter_benjamin_martin_kohan_cedoc_g
Literatura: Arriba izq., Walter Benjamin. A la derecha, el autor del libro “Zona urbana”, Martín Kohan. | cedoc

La obra de Walter Benjamin abriga pensamientos, citas, imágenes imantadas de sugerencias, que nunca terminan de recorrerse. Como un andar posible dentro de aquella riqueza, se acaba de reeditar  Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin, de Martín Kohan, publicado por la editorial Eterna Cadencia.

El horizonte motivador de esta lectura de Benjamin es la ciudad, y los viajes que sumergen en ella. París, la ciudad luz, es la que animó más intensamente las lecturas benjaminianas, sus percepciones y reflexiones. Por eso “el gran proyecto crítico de Benjamin, el de la Obra de los pasajes, estaba dedicado a París, tanto que, de hecho, en 1935, trocó su nombre por el de París, capital del siglo XIX.”

Benjamin propone un modo de devenir por las ciudades. En su Diario de Moscú, en 1926, se observa que una “zona” solo es experimentada cuando se la recorre en muchas dimensiones. “Hay que haber ingresado a una plaza desde los cuatro puntos cardinales para poder poseerla, y haberla abandonado también en esas cuatros direcciones”. Este modo de experiencia del entorno urbano no pertenece en modo alguno a una sola ciudad. La “ciudad imaginaria” benjaminiana se compone de cuatro urbes, que Susan Buck-Morss sugiere se corresponden con los cuatro puntos cardinales para “poseer una plaza”. París en el oeste, y su rebosante energía política revolucionaria en lo más exaltado de la modernidad ilustrada; Moscú, en el este, que agrega nuevos terremotos políticos; en el sur,  Nápoles, lo mediterráneo y el mito y la infancia de Occidente; y en el norte, Berlín como rememoración de la propia infancia del pensador, empapada por una evocación mítica.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

La experiencia benjaminiana de la ciudad es entonces “ciudad múltiple”,  “zona compuesta por otras ciudades”.

En París, Benjamin “lee” esta ciudad “porque lee a Baudelaire”. París como capital del siglo XIX es percibida desde la mediación sensitiva del poeta de Las flores del mal, desde la percepción de la brusquedad o shock sensorial de las calles, hasta el  flâneur  y su  modo de deambular por la ciudad sin rumbo fijo, como resistencia a la homogeneización rutinaria que trae la organización de la ciudad de masas, que es transformada en su faz edilicia por el Barón de Haussmann. La ciudad es interpretada dentro de una previa representación literaria; aunque también recoge la perspectiva de otros tipos de textos, como los de Engels y Simmel. Su libro trunco sobre París no sería la expresión de una translúcida visión  personal de la ciudad, sino un collage de materiales, de textos fragmentarios disímiles, una corriente de citas literarias, o datos, que hablan por sí mismos. Su intención era remover su propia subjetividad para permitir la prístina irradiación de la “colección de materiales” como narrativa alternativa de lo urbano.

París impresiona a Benjamin desde la Biblioteca Nacional como “una gran sala de lectura”, que orienta y contiene. En Berlín, en cambio, su experiencia urbana es a través del gusto en extraviarse. La amistad de Benjamin con Adorno solo se interrumpe por la muerte del primero luego de su suicidio en la frontera franco-española en 1940, tras la toma de París por el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. En su recuerdo del amigo, y a propósito de un “método Benjamin” para percibir,  Adorno observó que Benjamin “insistió en contemplar todos los objetos tan de cerca como le fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y como ajenos entregaran un secreto”. La propia miopía del pensador lo predispone a acercarse para mejor ver; lo visto en la cercanía deviene luego lo lejano, lo extraño, signo de una ostranenie (extrañamiento) que convierte en ajeno a los objetos, así la ciudad deviene extraña.

La ciudad moderna cambia en un doble sentido: por los procesos materiales de transformación de la modernización, o por las nuevas formas de percepción, recuerdo y experiencia del sujeto inmerso en su ambiente urbano en modificación constante.

El extrañamiento, la lejanía, se experimenta también desde el recuerdo de los viajes, y el regreso cuando niño a Berlín; experiencia que le confiere a la ciudad una dimensión aurática, porque “lo más cercano se carga de lejanía”.

En su Diario de Moscú, Benjamín registra sus modos para orientarse en la ciudad moscovita. Aquí perderse no es un proceso de descubrimientos,  extrañamientos, alumbramientos, sino confusión, desorientación y malestar. Recurre a aprender de memoria nombres de calles, hoteles, como  aprendizaje urbano para no perderse entre calles estrechas, con multitudes apretujadas, con la amenaza continua de la demora y la desorientación; lo que convierte a la ciudad rusa en una mezcla de otras ciudades, de modo que preserva más hondamente su secreto; y en la que el viajero debe primero ser un residente más, para recién luego entregarse “de veras a la mirada descubridora de un viajero”. Ese ver, casi desde el principio de su arribo, sí puede cultivarlo entre las calles napolitanas.

En Nápoles, Benjamin primero encuentra las señales de la pereza y la mendicidad. La pereza es alentada por su abundancia mediterránea de frutas y pescado, pero también por la exigencia extenuante del trabajo fabril. La mendicidad, por su parte, su rastro de miseria “conduce hacia abajo como hace dos mil años conducía a las criptas”.

La urbe napolitana es tejido de la cultura popular, en el que se entremezclan la alegría, las fiestas, el espectáculo. Un artista callejero hace de su vender un arte efímero, como al trazar dibujos de tiza en una calzada como forma de atraer a su público. Nápoles, cerca del Vesubio, es también la ciudad de la infancia porque en ella bullen la alegría y la sorpresa. Y la cultura popular napolitana convive con la disolución de fronteras entre los espacios públicos y privados, “la calle se adentra en las alcobas”; y los tiempos de lo festivo y lo laboral también se mezclan: de modo que “en los días de cada día las calles siempre tienen algo de festivo… y… los domingos tienen algo de día laborable”.

La zona urbana de sus cuatros ciudades que se reúnen en la ciudad múltiple, es zona de concentración de las inquietudes benjaminianas en cuanto a sus intereses políticos y estéticos, sus preocupaciones sociales y miradas personales.

Un caminar por los paisajes urbanos desde el ver de Benjamin, como aprendizajes  laterales, como liberación de la percepción atraída por el latir secreto de las ciudades.

 

* Filósofo, escritor, docente, su último es La red de las redes, Ediciones Continente.