Alfio Basile tuvo su reestreno oficial como entrenador de la Selección en la Copa América de Venezuela 2007, donde, como dice una frase del tango El último acto, de Chico Novarro, “todo fue brillante, menos el final”, ya que después de una fase de grupos perfecta en cuanto a puntos y unas ideales performances en cuartos y semifinales, otra vez Brasil se cruzó en el camino del Coco, tronchándole con un lapidario 3 a 0 en la definición del torneo la chance de sumar su tercer título en esta competencia, después de los que había obtenido en su anterior paso por la Selección, en las ediciones de Chile 1991 y Ecuador 1993.
Este certamen, pese a su frustrante final ante un Brasil que asistió a la cita venezolana sin la totalidad de sus habituales titulares, entre ellos el propio Ronaldinho, fue un mojón para la historia del seleccionado argentino, porque allí se firmó el acta de nacimiento de esta Generación Lio, que comenzó su recorrido de diez años ininterrumpidos con solamente dos de los integrantes que se mantuvieron vigentes en el equipo nacional hasta fines de 2017, y ellos son nada menos que sus líderes, Messi y Mascherano.
Las eliminatorias para Sudáfrica 2010 marcaron un camino que en el arranque Basile no imaginaba resultaría tan pero tan azaroso que le impediría concretar su sueño de volver a una Copa del Mundo con el seleccionado de su país.
Al cabo de diez partidos obtuvieron 16 puntos, que dejaron a Argentina en el tercer lugar de las eliminatorias, por detrás de Brasil y Paraguay. Esa cosecha dejó a Basile sin su puesto al frente del seleccionado nacional y sin revancha.
La erupción de un volcán de rumores respecto de un complot orquestado por esos bisoños primeros integrantes de la Generación Lio, a los que ya se había incorporado Sergio Agüero –para facilitar el acceso al cargo de Diego Maradona, curiosamente mentor del anterior paso de Basile por Boca Juniors–, empezó a erosionar con su lava la credibilidad de estos jóvenes jugadores, y simultáneamente a alimentar ante la opinión pública la leyenda sobre el “club de amigos de Messi” liderado ideológicamente por Mascherano, que se iría devorando, uno a uno, a todos los sucesores del Coco a lo largo de una década, empezando por él mismo.
“Messi ni hablaba. Lo único que hacía era jugar. En ese momento tenía 20 años, pero ojo que no era que no hablaba porque era el más chico del grupo solamente, sino que no lo hacía porque directamente no quería. Era el más callado de todos. Tenía mucho respeto por los demás muchachos. Demasiado, diría yo. La verdad es que no me lo imagino imponiendo nada a nadie, como se dice cuando se habla de que la selección se forma con su ‘club de amigos’. Y yo, que lo conozco bien a Martino, tampoco puedo creer que le impusiera nada. Justo al Tata le va a hacer algo así”, describió el Coco cuando llegó el momento de referirse a Messi.
“También se menciona a Mascherano como el cerebro de ese club de amigos, pero así como digo que Messi es un buen pibe, de Masche debo decir que es un chico que juega más por su inteligencia que por sus condiciones. Eso sí, a partir de la cabeza que tiene es que llegó a convertirse en un gran jugador, porque es un tipo ganador mil por mil”, aclaró.
“Lo que pasó con Messi cuando estuvo conmigo fue que hacía todo bien, pero de tan crack que era. Ahora, tácticamente no sabía nada. Le decías algo, le dabas alguna instrucción, y te hacía todo al revés. Por ejemplo, al principio, yo le decía que se parara detrás del cinco rival y que encarara mano a mano al marcador central de ellos. Pero no había caso. Al ratito de indicarle eso, lo veías parado en la punta, como wing derecho, pero de golpe le caía una pelota, se limpiaba a tres en velocidad y te ganaba el partido solo. Entonces, ¿qué le ibas a reprochar? No podías decirle nada. Solamente aplaudirlo”, reconoció el Coco con un dejo de devoción futbolera. Y finalizó: “Por eso, yo, cada vez que tengo que definir a Messi, digo que es un extraterrestre. Aunque la mejor definición que le cabe a ese pibe es que como futbolista es un hijo de puta. Un hijo de puta”.