Había que recuperarse. Levantarse después del golpe. Y cuando la misión es tan concreta, no importa demasiado la receta: Boca debía, además de ganar, dar un mensaje de vitalidad y solidez anímica luego de perder el superclásico con River. Y lo hizo. Fue ante Newell’s, al que dejó definitivamente fuera de carrera. Los rosarinos se cayeron de manera estrepitosa, perdieron los últimos tres encuentros y se alejaron demasiado de la cima, que siempre –durante todo el torneo– tuvieron cerca.
En el inicio, como si el partido hubiese sido una continuidad del superclásico con River, a pesar de los días y de los cambios que introdujo Guillermo Barros Schelotto, el nivel de Boca sorprendía por lo bajo. Al menos el nivel del primer tiempo, o de los primeros treinta minutos del partido. En ese tramo inicial Newell’s tenía la pelota, se aproximaba al arco de Rossi pero no podía cristalizar ese dominio en situaciones claras. La única, en rigor, fue un tiro exquisito de Maxi Rodríguez que quedó en el techo del arco. Sin embargo, después de ese susto para casi toda la Bombonera, el equipo del Mellizo comenzó a torcer el escenario.
Y así, cuando el partido vivía una parsimonia insoportable, cuando no pasaba absolutamente nada, apareció Darío Benedetto. Apareció como lo hace muchas veces: con el arco en la mente, y con pocos movimientos que alcanzan para generar un gol. El delantero se dio vuelta, y a treinta metros del arco la puso al lado del palo. La reacción del arquero tal vez podría haber sido más efectiva. Pero el mérito también fue del delantero, que creó un gol de la nada. Fue casi lo único que hizo en toda la noche, porque después, a los 13 del segundo tiempo, debió salir por una molestia.
Pero la salida de Benedetto, el faro que tiene este equipo, no lo desorientó. Porque si bien no jugó bien, siempre controló a Newell’s, que no pudo dominar la pelota como lo había hecho en el inicio del partido, y mostró todas las debilidades que lo hicieron retroceder en la tabla.
La prueba más cabal de cómo Boca controló el final fue observar a Rossi: el arquero tuvo poca actividad (Scocco fue el único que insinuó algo). Y sólo sufrió en la jugada final. Ahí, en ese segundo, la Bombonera recordó el fantasma de Patronato. Pero luego suspiró y festejó.