Aunque aún estamos empezando julio, 2015 podría ser un año maravilloso para Lionel Messi y Javier Mascherano. El Barcelona ganó la triple corona –campeonato local, Copa del Rey y la Champions–. Messi se transformó en un líder futbolístico, un genio capaz de hacer aun más cosas en la cancha. Mascherano es, como le dijo a Sergio Romero alguna vez, un héroe, capaz de jugar solo en la defensa en un equipo que ataca sin cesar. Triunfos, reconocimientos, premios. Pero –y eso que aún estamos empezando julio– seguramente ambos coincidirán hoy en que todo tiene un sabor amargo. Aun más amargo porque los triunfos no son con los colores blaugrana, sino con el celeste y blanco. Una vez más, casi que parece transformarse en un estigma: con la celeste y blanca no ganaron. Llegaron a una final y perdieron.
Apenas terminó el partido, las redes sociales fueron unánimes: bronca generalizada –bronca bastante exitistamente argentina generalizada– y alguien que se salvaba de las críticas: Javier Mascherano es el único de los jugadores de la Selección que dio la sensación de haber dejado todo, de haber jugado la final como corresponde (pese a un grave error en el segundo tiempo del partido de noventa minutos que pudo haber terminado en gol de Alexis Sánchez). El consenso que tiene el jugador del Barcelona es casi igual a la ambigüedad que genera el mejor jugador del mundo, Lionel Messi. Ayer pareció en más de un momento que no dio todo lo que podía y que su presencia en el partido no fue definitoria.
Lo cierto es que ambos, líderes y símbolos de una generación que muchos definen como brillante, volvieron a perder. Sí. Masche por cuarta vez y Leo por tercera. Un karma que el ex volante de River definió con desagradable certeza: “Comer mierda”, como dijo antes del partido con Bélgica en los cuartos de final del Mundial de Brasil. Algo que ayer tampoco pudo detenerse.
Otro símbolo de la época, otro jugador que ganó muchísimo –y que fue fundamental en esos triunfos– también demostró que jugar en la Selección le pesa, le llega al cuerpo, le duele. Al igual que en Brasil, a Angel Di María un desgarro lo sacó de la cancha apenas comenzado el partido. Un dolor similar al de Mascherano, que terminó el partido en una pierna. Messi lo pudo ganar, sí, en la última jugada del tiempo reglamentario, que terminó en un fallo de Higuain muy cerca del arco. Aun así –como también pasó en Alemania–, su aporte fue inferior al que se esperaba. Un solo gol y de penal suena a poco. Demasiado, para él.