La última vez que un británico ganó Wimbledon vestía pantalones largos. Fred Perry, la raqueta inglesa más importante que gestó Gran Bretaña, se imponía al alemán Gottfried Von Cramm en el court central del All England. Corría el año 1936. Ni el inglés más pesimista imaginó aquel día que esa sería la última postal de uno de los suyos mostrando con orgullo el trofeo del tradicional torneo. Su torneo, el que se juega en las entrañas de su isla y que hace 76 años le resulta esquivo. Aunque evite sostener sobre sus hombros toneladas de presión por expectativas ajenas, Andy Murray sabe que el peso de la historia estará presente mañana en la final que jugará ante Roger Federer.
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