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Esos madrugones para ver a los pibes

Hoy se cumplen cuarenta años del día que la selección juvenil, con Diego en estado de gracia, gano la copa del mundo en Japón. El recuerdo de los protagonistas.

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El día anterior a la final, Menotti nos dio una larga charla. Dijo que para él ya habíamos cumplido con llegar hasta allí, que la gente se iba a acordar por mucho tiempo de ese equipo” (Rinaldi). “Pero se complicó, yo veía desde el banco que era imposible agarrarlos. Cuando Menotti me dijo que entrara, me quería morir, la verdad es que yo no me sentía demasiado apto para recuperar. Me dijo ‘gambeteá, pero no te vayas al ataque’. Era la única forma de desconcertarlos” (Meza). Acaso no lo advirtió, pero él fue clave en la generación del juego que posibilitó dar vuelta todo, jugando, para que el resultado llegara como consecuencia de la manera de obtenerlo. Y hasta el propio Maradona desde adentro advirtió el alto rendimiento del tucumano, tan necesario en ese momento para reavivar al equipo. Tocando, sin apelar a recursos de urgencia más cercanos al azar que a la elaboración. Eso fue lo que llevó a revertir la situación.

Hasta que Hugo Alves empató de penal. El gol posterior de Díaz, como una rúbrica de lo aprendido en los últimos meses para mejorar la definición, abrió el camino al triunfo. Y terminó de envolverlo todo el tiro libre de Maradona al palo del arquero, abajo, como Rogelio Poncini le imploraba que hiciera desde el banco.

“Tiré el penal muy tranquilo, el único problema fue que Diego lo quería patear él, y tuve que pararlo (risas). El que sí me costó fue el del Sudamericano contra Brasil. Tenía todo el Centenario en contra y si no lo metía podíamos quedarnos sin Mundial. Ahí sí me temblaron las piernas”, confesó el chico de Olavarría. “El festejo por el segundo gol, el de Ramón, duró más que la jugada misma. Es que dábamos vuelta el partido y ya nos sentíamos campeones. Ese equipo es lo mejor que me pasó en mi vida como futbolista”, remarca Calderón, quien recuerda el abrazo con Diego no bien terminado el partido. Y Diego también se confunde en otro, ahora con su amigo y representante Jorge Cyterszpiler, que entra al campo a sonrisa limpia, olvidándose de las limitaciones de su pierna derecha esquiva. Ni hablar del apretón entre Maradona padre e hijo mayor. Ni de la locura del vestuario y a Calderón tratando de escuchar a su padre desde Rawson por la conexión de una radio patagónica.

La potencia soviética frente al juego asociado y creativo de Argentina daba pie a un choque de propuestas diferentes y también a un espectáculo de lujo. La respuesta estuvo en las tribunas, colmadas por 52 mil espectadores. Los filosos contraataques de los soviéticos, especialistas en generar espacios, pusieron en alerta a la defensa argentina. Costaba encontrar la pelota ante tanto despliegue físico rival. Así llegó el gran sobresalto a comienzos del segundo tiempo. Ponomarev venció a Sergio García y, por primera vez en el campeonato, Argentina se encontraba en desventaja.

El impacto no se pudo diluir con facilidad. Recién en el segundo tiempo el Juvenil pudo cambiar la historia. Rememora el colega Vicente que el ingreso del tucumano Meza sirvió para llevar al equipo por otra ruta. “Y también Torres le dio otro aire al ataque. Pero los minutos se consumían y el ansiado empate no se concretaba. Allí asomó la personalidad para superar esos momentos difíciles y ponerle un freno a la desesperación. Faltaban apenas 13’ para el final cuando Hugo Alves, de penal, estableció el empate y trajo alivio. La Selección volvió al camino por el que había transitado durante todo el torneo y en apenas 8’ selló la consagración. Tres minutos después del gol de Alves llegó el golazo de Ramón Díaz que, según recuerda Menotti, “fue el único que como técnico festejé saltando”. Y 4’ después un tiro libre de Maradona al palo del arquero (como habían hablado de hacerlo en caso de haber alguno con Menotti y Poncini en los entrenamientos) le puso el sello al trámite. Lo que siguió fue una postal. Maradona levantó la Copa y el fútbol argentino volvió a levantar sus acciones en el mundo entero. El partido había comenzado a las 7 de la mañana, como un preanuncio del amanecer.