San Lorenzo y Banfield son, probablemente, dos de los equipos con presentes más antagónicos de la Liga Profesional. La luna y el sol. Anoche parecía que eso quedaba neutralizado en un triste y aburrido empate en el Sur hasta que, en el último minuto de descuento, el Perrito Barrios homologó esa dualidad: el Ciclón festejó, se abrazó y se acercó al líder River, mientras que Banfield se fue sin nada, con su gente demostrando bronca y frustración.
Con Rubén Insúa como conductor, San Lorenzo logró construir un equipo que mejoró sustancialmente con respecto al último año. Es duro en defensa y, aunque no juega lindo, es pragmático. De ese modo consiguió resultados que lo llevaron a la segunda posición del torneo. Y de ese modo conquistó la victoria ayer.
En contrapartida, Banfield vive una pesadilla desde hace varios meses: además de no haber logrado una identidad ni puntos bajo la dirección técnica de Javier Sanguinetti, el fantasma del descenso directo –el último de la tabla general desciende junto a los dos peores promedios– lo empieza a acechar. Es por eso, que la dirigencia apostó ahora a un viejo conocido como Julio César Falcioni, que ayer tuvo su debut. Y como pasa siempre con Falcioni, lo que hizo fue empezar por los cimientos del equipo. Puso el inodoro en el baño y la heladera en la cocina, diría algún viejo futbolero. Pero no le alcanzó: a pesar de formar un mediocampo robusto, a pesar de que complicó y alteró al San Lorenzo de Insúa porque usó su misma receta (fricción y orden), a pesar de que en el segundo tiempo dominó, se quedó sin nada sobre el final.
San Lorenzo empezó bien, aunque se fue desdibujando a medida que pasaban los minutos. A los 11 minutos de juego, Jalil Elias se sacó su marca de encima dentro del área y definió suave al segundo palo de Facundo Cambeses para marcar el 1-0. Todo pintaba bien. Sin embargo, sobre los 28, Brahian Alemán envió un gran centro al punto penal donde se encontraba Juan Bisanz, quien remató de primera y empató. A partir de ahí, el partido entró en una fricción permanente de la que nunca salió. Hubo algunas jugadas más o menos claras, pero nada demasiado interesante. Hasta que al final, cuando parecía que el empate era un destino inevitable, Barrios dio una media vuelta de volea que hizo delirar –e ilusionar– a todo Boedo.