DEPORTES
SUPERFINAL SUSPENDIDA

La Argentina oficial vs. la Argentina real

El ataque al micro de los jugadores de Boca es una muestra clara y contundente de la distancia que hoy existe entre la Argentina oficial, presente en los discursos y propagandas de sus elites gobernantes, y la Argentina real, conformada por actores y prácticas formateados por la anomia y, muchas veces, la violencia.

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El ataque al micro de los jugadores de Boca es una muestra clara y contundente de la distancia que hoy existe entre la Argentina oficial, presente en los discursos y propagandas de sus elites gobernantes, y la Argentina real, conformada por actores y prácticas formateados por la anomia y, muchas veces, la violencia. En este caso, no hubo muertos tan sólo por una cuestión de puntería.

La Argentina oficial quería jugar el partido con hinchas visitantes. Hace unas semanas, el Presidente Macri, quien se supone es la persona con mayor nivel de información de la Argentina respecto a los problemas de la realidad y las capacidades estatales para abordarlos, proponía que las finales se jugaran con público visitante.

En dicha inteligencia, la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, había declarado públicamente: “No es un capricho del Presidente, el que no arriesga no gana. Hay que animarse a dar pasos. Hicimos mucho para que no haya violencia en el fútbol” (Como nota al pie, resulta menester destacar que toda política de seguridad seria consiste en reducir los riesgos, no en tomarlos). Alegó también que la situación cambió en los últimos dos años y ocho meses: “Siempre se hablaba de muertos y ahora ha cambiado para bien”. Y remató sosteniendo que “la decisión es mostrarle al mundo que las barras y los violentos no entran al fútbol porque los tenemos en las listas de derecho de admisión”.

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La postal de la Argentina oficial se completa con un dato fundamental para el análisis: la conexión entre la política y el fútbol que atraviesa las entrañadas de los gobiernos porteño y nacional en sus máximos niveles, por un lado, y los dos clubes de futbol involucrados, por otro. El presidente de Boca, Daniel Angelici, ejerce el padrinazgo político de los principales funcionarios de seguridad porteños y del organismo nacional de inteligencia, al tiempo que funcionarios nacionales y porteños lo hacen sobre la dirigencia de River. En ningún otro momento de la historia argentina hubo tanta sintonía entre las elites gobernantes.

A pesar de todo ello, la Argentina real viene desde hace tiempo acumulando prácticas formateadas por la anomia. Se entiende por tal, la situación en que las reglas sociales—formales o informales—se han degradado o perdido eficacia para regular las conductas de los miembros de una comunidad. Esto se debe a diversas causas, entre las que cuentan la impunidad. En la Ciudad de Buenos Aires, a pesar de los discursos y propagandas oficiales, por cada 100 delitos que se denuncian (y apenas se denuncian una fracción de los que efectivamente ocurren) sólo 1 recibe condena.

Tal situación se potencia en el contexto del fútbol. Sucede que hace varios años ha venido mutando la violencia en el fútbol. Mientras que hace veinte años el problema radicaba en la confrontación violenta entre “barrasbravas” de distintos clubes en ocasión del partido de fútbol, hoy día dichas “barrasbravas” se han convertido en empresas criminales orientadas a administrar los negocios ilegales que existen alrededor del fútbol. Tal situación se logra con necesaria asociación/connivencia con la dirigencia de los respectivos clubes, y de esta con la política. Por ello los conflictos “intra-barrasbravas”, por el botín de la empresa criminal, han suplantado a los conflictos “inter-barrabravas”, motivados por cuestiones menos apetecibles como el “honor” o las “banderas”.

Ahora bien, tales “barrabravas” son minoritarias, respecto a la parcialidad de los clubes. ¿Cómo se explica, entonces, el ataque al micro de Boca? Sucede que, como apuntan los estudios en la materia, la violencia es una epidemia que se “contagia”. La exposición a prácticas violentas que no tienen castigo esparce o contagia la violencia. Así, la impunidad con la que se mueven las barras contagia progresivamente al resto de los miembros de una parcialidad, que descuentan que “nada pasa” frente una conducta desviada. Más aún, los funcionarios policiales desplegados en un operativo también descuentan que “nada pasa”, de allí que su accionar se limita a cumplir formalmente con las órdenes que tienen, sin mucho compromiso con el resultado que se espera.  

Como las enfermedades cuando no se las trata, los problemas de seguridad siempre evolucionan, y para mal. Por ello, la violencia enquistada en la sociedad, y en particular en el futbol ya no tiene que ver con la presencia de hinchas visitantes. Lamentablemente, en la Argentina real la sola presencia de “hinchas”, aunque sean solo locales, genera un riesgo de seguridad. Algún día, la Argentina oficial dejará el cinismo de lado, e irá a las cosas.

*Politólogo. Especialista en seguridad.