DEPORTES
argentina 78

Un país hecho pelota

Como un fragmento de sus memorias mundialistas, Macaya Márquez plantea en su reciente libro un recorrido por Argentina 78. La influencia de los militares en la conformación del plantel, los condicionamientos a los periodistas y la sorpresa por la ausencia de Holanda en la cena de los campeones.

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Argentina 78. La influencia de los militares en la conformación del plantel, los condicionamientos a los periodistas y la sorpresa por la ausencia de Holanda en la cena de los campeones. | Salatino

En su afán de conservar a los jugadores elegidos, Menotti consiguió que ninguno pudiera transferirse, lo que iba en contra de los derechos del jugador que, al fin y al cabo, es un trabajador. ¿Quién levantaría la voz? Nadie. Para llegar a ese punto, se estableció un código de procedimientos para limitar el campo de decisiones de los clubes, priorizando al Seleccionado. El técnico aprovechó todos los vientos que soplaban a su favor: le garantizaron que todo jugador del Seleccionado conservaría el puesto en sus clubes una vez concluido el certamen. A meses del inicio del Mundial, la cosa empezó a ponerse movida. De alguna manera, a Menotti hubo que “remarlo”. A pesar de contar con una imagen muy vinculada al gusto del hincha argentino, pesaba la cuestión ideológica.

Pero no todo fue como él quiso. Comenzaron a intervenir las influencias por parte de representantes del Gobierno en cuanto a la composición del equipo y el ingreso de algunos jugadores que no estaban en sus planes.

En algún momento hubo excluidos, como es natural, y quedaron figuras como el caso de Norberto Alonso. El referente de River Plate se lo merecía, pero en un principio no fue tenido en cuenta. Mario Kempes dijo en más de una ocasión que uno de los problemas de nuestra Selección era la convocatoria en masa de jugadores que militaban en el exterior y no se conocían. Es un punto discutible. Si un futbolista profesional juega afuera, es porque se supone que vale. Jugando en el extranjero compite con colegas que a su vez lo hacen con selecciones de otros países. Si se observa a los equipos del fútbol español, se verá que no están compuesto solo por españoles, lo que otorga una experiencia que no se puede lograr jugando en condición de local. Se tiene en cuenta que los mejores son los que venden, porque los peores son los que se quedan. ¿Para qué hacer una selección con los peores?

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Algunos periodistas fuimos críticos con el técnico por muchas razones. Lo demostramos en público a través de los medios y también en privado. Yo no trabajaba para salir campeón, pero quería ser uno de los campeones, ver a nuestra Selección campeona, y por eso la seguíamos muy de cerca y tuvimos alguno que otro encontronazo con él. Cuento una anécdota que puede sonar liviana, pero que demuestra la posición que teníamos algunos periodistas respecto de sus decisiones.

Se dio que una noche organizamos un desafío. Le jugamos un partido de fútbol al cuerpo técnico de la Selección en la cancha de Defensores de Belgrano, once contra once. El Flaco puso a varios tipos que habían sido profesionales. Nosotros teníamos de arquero a un fotógrafo de Clarín, un tal Savataro, que era un fenómeno. Yo jugaba de defensor y había un chico, cuya posición no recuerdo, llamado Blanco, de la revista El Gráfico. Fernando Niembro jugó de cuatro y teníamos al Ruso Ramenzoni de nueve. Ellos formaban con el profesor y preparador físico de la Selección, Ricardo Pizzarotti, de puntero derecho, al que dejábamos siempre enganchado en offside, y a Roberto Saporiti. Eramos un buen equipo que se juntaba regularmente y ganamos por 2 a 1. Cuando terminó el partido, nos fuimos de la cancha dando vueltas con la camiseta al aire, al grito de “Lorenzo, Lorenzo…”, y se la tuvieron que aguantar todos. Ocurrió poco antes del Mundial, y hoy lo recuerdo como una falta de respeto, una locura.

Después del derrocamiento del gobierno civil en marzo de 1976, todas las emisoras de radio y televisión habían pasado a ser administradas por el gobierno. Nosotros, que estábamos en el canal oficial, recibimos una nota antes del Mundial donde se nos ordenaba no hablar en contra del seleccionado argentino. Hablar mal del equipo signicaba estar en contra de todo un país, y el mensaje era algo así como un “cuídese de lo que dice porque lo rajamos”. Sin embargo, entre Marcelo Araujo, Fernando Niembro, Adrián Paenza y yo le hicimos una entrevista a Menotti. Fuimos bastante rebeldes y no nos guardamos nada. Lo criticamos severamente porque entre sus colaboradores no figuraban los grandes capos del fútbol argentino, como Angel Labruna o José Pastoriza. La idea era ir para pelearlo. Pero ¿a quién iba a nombrar si no era a gente de su confianza? Esa nota fue puesta al aire esa noche por el mismo canal y nadie dijo nada.

El equipo del viejo Canal 7 estaba compuesto por Marcelo Araujo, Oscar Gañete Blasco y yo bajo la organización del Gordo Muñoz. Conseguimos contratar a Roberto Perfumo para que oficiara de comentarista, trabajo que actualmente realizan muchos ex jugadores, y al técnico de fútbol Carlos Cavagnaro. Haríamos programas especiales, transmisiones de los partidos que jugaban Argentina y las demás selecciones. Fueron épocas movidas pero lindas. Yo ya tenía muchos mundiales encima, todos ellos en el extranjero, y disfruté de la posibilidad de trabajar en mi país y de la forma en que lo hicimos. Teníamos a nuestro cargo las transmisiones que se proyectaban en pantalla gigante a través de los cines y en el estadio Luna Park. Una empresa privada compró los derechos, y al necesitar periodistas combinamos y pusimos un orden de horarios entre todos los que trabajábamos en el canal. Ese ordenamiento hizo que pudiéramos cubrir todos los frentes.

Argentina fue un equipo parejo, y hay que darle el valor que se merece a una final contra Holanda. Fue una victoria peleada, luchada por una selección que empujó a un segundo fracaso consecutivo al visitante holandés. La Selección no fue brillante ni daba la sensación de que los iríamos a pasar por arriba. Terminó ganando ahí, a duras penas. Después vinieron los festejos, la situación del país pasó a un segundo plano y tanto Menotti como algunos jugadores quedaron en una posición más firme con vistas al próximo Mundial.

En aquel instante de nuestras vidas no pudimos comprender el porqué de la ausencia de Holanda en la cena de los campeones, la misma noche de la final. Había bastante mal humor en el ambiente, y la actitud nos pareció un hecho antideportivo, quizá porque no les dábamos valor a los perjuicios que internacionalmente provocaba el gobierno militar. No conocíamos ni por poco la dimensión de lo que estaba pasando. Pero los europeos sí estaban informados. Por lo bajo se comentaba que el faltazo obedecía a la derrota. ¿Qué hubiera pasado si nos ganaban? La selección argentina y todos nosotros hubiésemos asistido igual. Eso nos disgustaba, porque no suponíamos que el gesto era contra el gobierno del general Videla y toda la Junta Militar.

Entendíamos, sí, que salir nuevamente segundos no les resultaría fácil de aceptar, pero la verdad era una sola: los holandeses no estaban de acuerdo con nuestro gobierno. De haberse perdido aquella final, es seguro que hubieran echado a Menotti atacándolo de izquierdista o de lo que fuere. Venía salvándose por sus buenos resultados, pero no era visto con simpatía. Lo dejaron hacer porque los militares les daban valor a los partidos ganados. Con la gente, la cosa era bien distinta. Había expresiones legítimas que no implicaban segundas intenciones. Los argentinos iban al Obelisco y a las plazas de cada pueblo y ciudad del país a festejar porque tenían ganas de hacerlo, y no por estar de acuerdo con el gobierno. Lo hacían porque festejaban una victoria histórica del fútbol argentino en la Argentina. Por ahí, muchos encontraban alguna forma de expresión que de otra manera no podían lograr. La victoria era propiedad del ámbito cerrado del fútbol, de millones de simpatizantes abstraídos de cualquier influencia externa.