El mundo se detiene un instante. Todos los puntos convergen en un solo punto: Riquelme es el jugador borgeano. Un aleph con pelota. El cuento de su vuelta no es feliz, como ese estado de ánimo que suelta siempre con su rictus, paradójicamente, tan serio.
El hombre de 36 años, que hizo todas las inferiores en Argentinos Juniors, debuta. Riquelme nunca jugó en su equipo embrionario. Román salió de la placenta de La Paternal y volvió a los orígenes exiliado de Boca. El rival también se llama así, como para sospechar de las casualidades.
La pelota le cae justo sobre el sector izquierdo, casi a la entrada del área. El Diego Armando Maradona vive su letargo. El partido no devuelve el entusiasmo que los hinchas tenían al principio. Riquelme y Lobo Ledesma parecen la sociedad de los poetas muertos. Hasta ese cambio de frente de Iñiguez. La paciencia ya padecía 72 minutos de juego. No había show.
Incluso Boca Unidos había tenido las mejores chances: la más clara, un mano a mano de Raymonda, que erró el disparo desde una posición perfecta. Después el 10 de Boca –no Román– pasó entre los centrales de Argentinos, enganchó ante otro defensor y su remate quedó apretado bajo el cuerpo de Gabbarini.
El espectáculo lo encendía el equipo visitante. Durante un rato largo, Argentinos era sus nombres rutilantes y la expectativa. Poco.
Riquelme, encima, jugaba más con las manos que con los pies: cacheteó a Dening y podría haber sido expulsado, si lo advertía el árbitro. Síntoma de un jugador fuera de su eje.
Apenas un taco fue la música de su sinfonía, atento a los compases de Ledesma. Lobo entregó retazos de su estilo y trató de ser el 5 marca registrada de un club con una jactancia: ser el semillero del mundo.
La tarde se había puesto rara. El equipo sensación no generaba sensaciones. El despliegue de los correntinos alcanzaba para cubrir los espacios reducidos de la cancha y preocupaba al arquero Gabbarini, de muy buena actuación.
Hasta la jugada del partido fue una muestra de que el asunto era al revés: cuando tomó la pelota Lenis fue tras un rebote: el que atacaba era Boca Unidos. El delantero colombiano, en zona defensiva, alargó el pase para Iñiguez, que tuvo la ocurrencia de buscar al hombre que hasta ahí no era el Hombre.
El mundo se detiene un instante. Román controla la pelota con derecha y en un solo movimiento queda perfilado para patear. Frío, apunta al primer palo y vence a Matías Garavano.
Riquelme no grita, como si hubiese sabido de antemano que él, como fuera, iba a definir el partido.
Después, las pisadas, el taco y ese pase a Guerreiro.
Colorín colorado, como Argentinos Juniors.
“Yo soy bostero de verdad”
Hizo el gol, dejó su sello en el final y después volvió a jugar. Consultado sobre una futura candidatura a presidente de Boca, Riquelme disparó: “Pienso jugar mucho tiempo más”. Sin embargo, no dejó pasar la oportunidad de hacer un tiro elíptico para Daniel Angelici: “Yo soy bostero de verdad, en la dirigencia de Boca no sé cuántos bosteros hay”, desafió el diez.
Fue el cierre de su tarde, la del debut en Argentinos.
Sobre el partido, analizó: “Sabíamos que iba a ser difícil, se habló mucho de este equipo, pero tenemos que tener en claro que cada partido será duro, se demuestra en la Copa Argentina. Vamos a tener que mejorar y hacer las cosas bien cada sábado”.
También hizo una pintura acerca de lo que significó para él volver a ponerse la camiseta de Argentinos, donde había jugado entre los 11 y los 17 años: “Estoy contento, hice todas las inferiores acá, la cancha era de tierra y con tablones. Pasaron veinte años y estoy muy agradecido”.
A La Paternal fue hasta Ramón Díaz. Lo acompañó su hijo Emiliano, amigo de Lobo Ledesma. Riquelme señaló: “Fue muy lindo que el técnico más ganador de la historia de mi rival, de River, porque yo soy Bostero, haya pasado por el vestuario a saludar”.