DOMINGO
Revolución de 1890

El rol Elvira Rawson

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Transcurriendo los últimos años del siglo XIX el desgobierno de Juárez Celman venía empujando al país hacia la revolución. En efecto, esta tierra estaba gobernada por una minoría conservadora y autoritaria, el resto no existía. Era la época de la plata dulce, la especulación financiera, los negociados estaban a la orden del día, había corrupción administrativa, endeudamiento externo. En medio de toda esta situación, la Unión Cívica, liderada por Leandro Alem, comenzó a conspirar, al tiempo que Mitre se iba para Europa y, aunque dentro del Ejército solo un grupo aceptaba una salida revolucionaria, en la Armada la adhesión resultó total. Se formó entonces una junta de gobierno revolucionaria que sería provisoria y convocaría a elecciones, su jefe civil fue Leandro Alem, en tanto que el general Manuel Campos dirigía las operaciones militares. Se nombró a los ministros, también al jefe de policía, que fue Hipólito Yrigoyen, ex comisario de Balvanera, sobrino de Alem. Por fin, el 26 de julio de 1890 en la ciudad de Buenos Aires se produjo el estallido del movimiento en el Parque de Artillería e inmediaciones.

La mujer jugó un papel importante durante la Revolución de 1890, a pesar  de que en ese tiempo la política era cosa de hombres. Sin embargo el 26 de julio de ese año durante la denominada Revolución del Parque una mujer, Elvira Rawson, estudiante de tercer año de la carrera de Medicina, demostrando su entereza, solicitó permiso al director del Hospital Rivadavia para intervenir personalmente en la atención de las víctimas. Junto a un grupo de estudiantes quería reunirse con el equipo sanitario que estaba en el Hospital de Clínicas, a fin de partir desde allí hacia el Parque de Artillería ubicado en las calles Lavalle y Talcahuano. La decisión de Elvira no cayó del todo bien en el ambiente médico de aquel entonces y provocó determinadas reacciones, sobre todo en relación con el director del hospital, que no quería que socorriera a los heridos de las tropas revolucionarias, y trató de disuadirla poniendo una serie de barreras e inconvenientes a su accionar, los que Elvira sorteó con una fuerza y una determinación que la caracterizaron. A pesar de que el hecho sucedía en un día feriado, esta valerosa mujer consiguió una ambulancia, que por ser domingo se encontraba sin cochero, contra todo esto, sin dudar, ella misma acabó conduciendo el vehículo, aunque no sin antes salvar un nuevo escollo que consistía en proveer de herraduras a uno de los caballos, y buscar el sitio y la persona que con su oficio realizara los ajustes necesarios. Una vez solucionado este último contratiempo partió junto con otros jóvenes colegas hacia el Hospital de Clínicas para desde allí dirigirse al Parque de Artillería, donde se concentraba la mayoría de los heridos.

No habían llegado todavía al hospital en cuestión cuando en pleno trayecto, desde un cantón gubernista situado en Libertad y Santa Fe, les dispararon, lo que provocó que la ambulancia quedara inutilizada debido a la muerte de los caballos y la rotura de sus vidrios. Con templanza, Elvira bajó del carruaje, aseguró su brazalete de enfermera y continuó a toda costa la ruta establecida, rumbo al Clínicas, maletín en mano. Una vez llegada allí comprobó de inmediato que el grupo sanitario acababa de retirarse. Situación crítica que sin embargo no logró torcer los pasos de la mujer. En efecto, prosiguió sola con la misión hasta el fin, atravesando el tiroteo con valentía y coraje, hasta Lavalle y Talcahuano, donde se encontraban los demás. 

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Por los alrededores, revolucionarios de boinas blancas improvisaron campamentos, alineándose unos con otros y buscando posiciones en los altos de las casas. Los distinguía una divisa con los colores blanco, verde y rosa. Josefina Copmartín de Rodríguez, esposa de un miembro de la Junta Revolucionaria, y Elvira Ballesteros fueron las que confeccionaron banderas, gallardetes y tres mil escarapelas que llevaban todos ellos en el hombro derecho.

Esta estudiante de 23 años de edad curó y socorrió a los heridos, sin tregua ni descanso, durante tres jornadas completas con verdadero valor, tal vez sin siquiera notar que había testigos de su obra. El jefe del hospital de sangre establecido en el Parque, doctor Guillermo Udaondo, tenía bajo su cuidado el área que debía suministrar asistencia sanitaria a los revolucionarios. Desde aquel puesto, el facultativo, luego de reparar en la labor de aquella mujer, expresó su elogio en el parte que dirigió al general Manuel Campos:  “Recomendable también es, señor general, la conducta de la señorita Rawson, estudiante de Medicina, la que, en los últimos días, nos acompañó con celo digno de todo aplauso, cuidando con solicitud y contracción a nuestros heridos.

No había pasado inadvertida la señorita Rawson incluso para el mismo general Manuel Campos, jefe militar de esta revolución, en cuyo informe reglamentario reflejaba su invalorable colaboración.

Apenas dos meses después de estos hechos, a raíz de su destacada actuación, Leandro Alem le obsequió un reloj de oro y un pergamino como un homenaje a los meritorios servicios prestados entre los héroes de las jornadas del Parque. Lo hizo durante el acto celebrado un 1º de septiembre de aquel mismo año en el Teatro Politeama, el más grande de Buenos Aires. Allí se reunieron todos para celebrar con honor el primer aniversario de la fundación de la Unión Cívica. (…). Hablaron Barroetaveña, Castellanos, Lastra, también la señorita Elvira Rawson pronunció un discurso que quedó transcripto en el libro Unión Cívica.

Nuestra oradora, Elvira Rawson había nacido en Junín, provincia de Buenos Aires, un 19 de abril de 1867. Fue docente, fundadora de la Asociación Pro Derechos de la Mujer  y la segunda médica argentina que se graduó en la Universidad de Buenos Aires en 1892.

*Autora de Las mujeres en el radicalismo argentino 1890-2020, Eudeba. (Fragmento).