Formas de ser machos, por Juan Branz
El rugby, en Argentina, no es un deporte de participación masiva. El prestigio social atribuido por los propios agentes practicantes de este deporte será entonces uno de los ejes centrales de análisis. Hemos reconocido, delimitado y nombrado, provisoriamente, a nuestros sujetos de observación como sectores dominantes. La categoría alude a los agentes mejor posicionados en las estructuras materiales y simbólicas que se establecen a partir de la distribución –desigual– de capitales. Pensamos a la clase, analíticamente en “movimiento”, como experiencia vivida y vivible, como formas de organización que se encarnan en un determinado grupo de personas, que se hacen cuerpo en sujetos reales, organizando formas culturales que se traducen en tradiciones, costumbres y valores. (...)
Entonces mi intención fue sentar bases para pensar el problema de las masculinidades, el poder, la clase social y las violencias de género. Recordemos que, según la ONG La Casa del Encuentro, en nuestro país, allá por 2014, fueron asesinadas 277 mujeres y el cálculo daba que cada 32 horas había un femicidio en el país. (...).
Lo que mata no es el rugby, es el macho
Al comenzar la investigación, el mundo de los jugadores de rugby me parecía lejano a mi mundo. Tal vez mi biografía, en tanto datos que relaciono y reconstruyo para volver legítima, verdadera y eficaz mi posición en el mundo social, me tendía una trampa. Estaba reforzando mis prejuicios (de sentido común) sobre los sujetos investigados. Pensaba al grupo de rugbiers a analizar como una grupalidad homogénea. Creía que todos los rugbiers eran iguales: arrogantes, presumidos y todo el conjunto de adjetivaciones que se relacionen con el mundo de quienes dominan (con una concepción negativa sobre la dominación). Claro, ese es un prejuicio de partida: pensar el mundo social con dominados y dominantes, sin ver los posibles cruces, préstamos, negociaciones y complicidades entre diferentes colectivos en la dimensión material, cultural y simbólica.
Luego de los años de investigación en campo, el vínculo fue intensificándose y las trayectorias familiares, institucionales, políticas, ideológicas (todas pensadas en interacción) podrían entenderse como más distantes, con menos puntos de contacto, como creí imaginar luego de inmiscuirme en el mundo del rugby y tratar de entenderlo. Me refiero a una cuestión central de mi trabajo marcado, sobre todo, por mi reflexión (que intenta ser crítica) de los modos masculinos recreados por los rugbiers. Empecé a pensar como un gran problema (y a la vez obstáculo para mí) que los sujetos que investigaba eran los encargados de ordenar el mundo legítimamente, por ejemplo, en términos de identidad de género. El sexismo, el machismo y la homofobia puestos en práctica –todo el tiempo– por los rugbiers establecían un modelo masculino legítimo de nombrar, sentir y vivir la masculinidad.
Tal vez la interpretación sobre la pregunta de “qué es y qué hace un investigador social”, cambió en mí. Sobre todo porque comprendí que no lograré conocer y entender la totalidad del mundo social que abordo, dada la complejidad y la multicausalidad de las prácticas sociales y culturales. Y además –y principalmente– porque entendí que comparto más símbolos, imágenes y representaciones de las que creía compartir con los sujetos que investigué.
El rugby está en las antípodas del asesinato
El rugby en Argentina. Los antecedentes de la práctica de rugby en Argentina se remontan a 1871, coincidiendo con la fundación de la asociación inglesa de ese deporte. En 1899 se crea la River Plate Rugby Union. Es la etapa formativa del rugby argentino, siendo el 14 de mayo de 1873 el primer partido realizado en el Buenos Aires Cricket Club (es la ubicación actual del Planetario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), sin utilizar las reglas establecidas por la federación inglesa. Un equipo denominado Bancos y el otro Ciudad se enfrentaron. El primero lo hizo con 11 jugadores, mientras que el segundo con 13. Un año después, en la misma fecha, se comenzaron a aplicar las leyes de la Rugby Football Union.
Es 1910 el año de festejos del Centenario de la Revolución de Mayo y, también, el momento de la presentación en Argentina de un combinado de jugadores británicos. Hay algo que comienza a demostrarse y marcará la historia del rugby argentino: los ingleses en el rugby eran los admirados maestros de los aprendices argentinos.
Durante la década de 1910 se produce un desplazamiento que resulta significativo para la historia de la práctica del rugby en Argentina. Los equipos británicos de fútbol se retiran de las competencias para modelar, definitivamente, el espacio del rugby. Las emergentes clases populares se reapropian y conquistan el territorio de la práctica futbolística, reemplazando el esquema ideológico y de clase inglés.
Clubes sociales y el impulso civilizatorio. El impulso de los clubes sociales de las élites porteñas, como el Jockey o el Club del Progreso, marcaron, como afirma Leandro Losada, el pasaje de la “‘civilidad’ a la ‘distinción’ como propósito y criterio central subyacente a la alta sociabilidad”. En estos espacios se reforzaba un modelo aristócrata y europeo de los gustos y las prácticas sociales desprendidas de la belle époque, que intentaba sensibilizar y superar el pasado “bárbaro” o “criollo”. En síntesis, la lógica de estos clubes sociales era la de separar la cultura (y reafirmar la de “alta cultura”) de otros campos y ofrecer, a los sectores mejor acomodados en la estructura socioeconómica de la época, servicios que se traducían en el “soporte de prácticas simbólicas de diferenciación social”.
La vida cultural en Argentina estará imbricada por un modelo que, de igual manera, fue importado de Europa: “La ‘civilización’ y el ‘progreso’ quedaron asociados así en tanto al proyecto político y económico de la élite, como la voluntad de emular al viejo continente” (Adamovsky, 2012:11). De aquí que surja el imaginario sobre el ciudadano argentino “ideal”, piensa Adamovsky. Ideal que no concordaba con los pobladores “reales” del país, debido a las diferentes características y pautas culturales de cada grupo que residía en el territorio argentino. El plan de homogeneizar una imagen ideal del “ser argentino” suscribía al proyecto de construir un ciudadano deseable, a partir de pensarlo dentro del marco civilizatorio, consecuente para concebir a la “razón” como modo legítimo y correcto para moverse en el mundo social.
Pensar el rugby en clave de género. La llegada al espacio del rugby es una cuestión masculina. Esto es, por continuidad en el grupo de socialización primaria, acompañando a los compañeros varones o por la iniciativa de los padres que deciden llevar al niño a practicar rugby. Como decía la mayoría de los interlocutores, porque sus padres creían que “en el rugby te formás moralmente. Y eso es impagable. Ahí te hacés un hombre de verdad”.
La hipótesis y la pregunta en cuanto a las formas de ser macho, y más, de establecer prácticas dominantes respecto de otros modelos masculinos, fueron analizadas a partir de la escucha y la observación sobre cuáles son los relatos que legitiman –reproducen, reafirman– esas prácticas en relación con la masculinidad construida en el espacio del rugby.
El género como categoría ordenadora del campo del rugby. Corporalidades en juego. El rugby sería un lugar más para entender una de las formas del “poder del imaginario masculino en una sociedad concreta” (Archetti (2008:43). Entonces, la pregunta es: ¿cuál es ese estilo masculino vinculado a la práctica deportiva en el rugby? El proceso sociohistórico del rugby indicaría que los agentes participantes tienen mayores posibilidades de administrar culturalmente las diferencias en cuanto a la producción y reproducción de un estilo masculino.
Los atributos sobre la fuerza y el vigor colaboran para presentar y sostener la idea de un cuerpo naturalmente concebido en el rugby.
La idea de fuerza y vigor natural requiere de cierto discurso legitimador que se corresponda más con una esencia o un legado mágico que con una construcción social y cultural del cuerpo. Fuerza, vigor, potencia, revestidas de una moralidad vinculada a la templanza, la racionalidad son necesariamente puestos en acto por los hombres que juegan al rugby. Responden a lo esperado en el campo de acción.
El rugby también son los desaparecidos
Dicen los interlocutores: “No solo tenés que ser un animalito y llevarte por delante lo que sea, sino ser inteligente y pensar”. Dureza y sensibilidad. Allí hay un punto donde se cancela el miedo y el umbral de tolerancia al dolor crece.
En el rugby hay que sostener físicamente la cabeza. Pero la cabeza como símbolo de distinción es el elemento que diferencia. “Si no jugás usando la cabeza al minuto cero te fuiste expulsado, porque es así; porque si jugás solamente con la animalidad de la fuerza, cagaste. Yo creo que es un deporte mucho más racional que de fuerza. Acá, en el mismo deporte, el que usa la cabeza después lo complementa estando bien físicamente”.
Fuerza y belleza son un par necesario en la idea de cuerpo de los interlocutores. Podría decirse que el andar y la estética del andar son otra marca distintiva. La clave es “saber ver” lo que al otro se le escapa.
La exhibición del cuerpo. El trabajo de la estética. Lo masculino se materializa en prácticas corporales, pero también en un lenguaje (distinto y distintivo, hacia fuera del grupo de hombres, pero también en relación con la clase social) que necesariamente construye una otredad no masculina: otros hombres y, por supuesto, todas las mujeres.
En el rugby se aprende, mediante rituales como el bautismo, o en las particularidades del juego, a soportar el dolor que puede generar algún impacto con otros cuerpos o caídas. Son las formas de mostrar masculinidad entre el grupo. La lógica del legado entra en función para aprovechar la posición de estatus dentro de un grupo de hombres, o algunos momentos de estatus.
Los agentes estructuran así las formas de pertenecer a un espacio distintivo, como es la práctica del rugby en Argentina. Y además, son cuidadosos en respetar y mantener los códigos de honor que les permiten, ni más ni menos, identificarse con formas legítimas de ser hombre. Garantía necesaria –y suficiente– para reforzar identidades en juego.
Caballeros y honorables. La caballerosidad recubre una forma honorable de actuar en el rugby: “El rugby es un deporte de animales jugado por caballeros”. Es la bravura y el impulso agresivo, complementado con la templanza. Con la verdadera característica de un heredero de aquel legado y aquellas tradiciones que marcaron a “los de afuera” y a “los de adentro” del rugby.
Ser caballero implica un sistema moral de “buenos” y “malos” tipos. “Hay que comportarse como caballero. Tenés que ser un señor”.
El honor en el rugby se emparenta con la reputación. Con una forma de ver y ser visto, de considerar y ser considerado, de evaluar y ser evaluado, de respetar y ser respetado.
Es la retórica del honor y la caballerosidad que la contiene en el rugby, como cimientos de la respetabilidad social lograda por sus participantes y, a su vez, como mecanismo de diferenciación.
En el caso del rugby, el honor específico intragrupal y el beneficio que trae aparejado resistir, someterse al dolor corporal, tanto en los entrenamientos como en competencia, quizás sea el reconocimiento de mayor valía: garantizar, institucionalmente, los modos de ser macho. Emparentado, claro, con la dimensión social de clase.
Ser caballero y honorable se demuestra, dicen los interlocutores.
Aquí hay una concordancia entre el modelo europeizante instaurado en 1880 en la regulación de un Estado que optó por el plan civilizatorio: desterrar los gestos de bravura y barbarie. El rugby educa hombres, les enseña a responder ante agresiones, dicen los interlocutores. El rugby prepara verdaderos caballeros: viriles, fuertes, corajudos y pensantes. El rugby produce verdaderos ciudadanos.
El rugby será el espacio deportivo de distinguibilidad, donde se perpetúe el sistema moral que distingue a los caballeros y a los honrados hombres, cuyo prestigio social atribuido, se confirmará en la participación de un juego cargado de rudeza y agresión física. Es que también es el espacio donde se reproducirá el modelo masculino dominante por excelencia de lo que, para el Estado, será un verdadero hombre: templado, racional, culto, educado. Pero complementariamente viril, corajudo, audaz y valiente, con una hombría a sostener ante cualquier contingencia.
Preguntas para abrir el campo de análisis. ¿Podemos y queremos, nosotros los hombres, definirnos por fuera de la lógica de la violencia y la subalternización del “otro” que no responde a una heteronormatividad esperada, sostenida y garantizada socialmente? ¿Podemos salir de la idea del “ciudadano ideal”?
Título: Machos de verdad
Autor: Juan Branz
Editorial: Malisia
Género: Investigación
Primera edición: 2018
Páginas: 228
Virreyes, los rugbiers populares de la 202, por Alejandro Cánepa
Domingo a la tarde, noviembre. En el Virreyes Rugby, el local acaba de golear a GEBA en la categoría de menores de 17, por 67 a 0. Ese día el buffet del club lo atiende una mujer de unos 50 años, los ojos rasgados, el pelo recogido muy tirante para atrás. Le pregunto si es nueva ahí, y me dice que no, que en realidad ella atiende hoy el buffet porque es madre de un chico que juega en Virreyes, en las categorías juveniles, y que ese día lo recaudado por la venta de comida irá para financiar una gira de fin de año.
—Y él también es hijo mío –dice, y señala con orgullo a un adolescente que tiene una remera con la cara de un Cristo con corona de espinas y mirada hacia los cielos, estampada en el frente.
Miro al chico, me despido de la señora, que se llama Cristina, y charlo con un jugador de Virreyes de la primera división, que ese domingo cálido está dando una mano en distintas tareas. Es Jonatan David Cáceres, Collar para todo el mundo, y quedamos en hablar tranquilos en un par de semanas.
Llegada la fecha, ya en pleno diciembre, es otro domingo de siesta, chicharras y calor intenso. Estaciono el auto en la entrada de Virreyes y le aviso por mensaje de texto a Collar que llegué. A los pocos minutos, de una de las casas de enfrente del club, en el Barrio Presidente Perón, sale, cruza la 202, se fija que no venga algún rezagado 203 o 321, y con paso tranquilo, musculosa y ojotas me saluda y entramos al Virreyes, silencioso y abierto, al borde de fin de año.
—Vivo enfrente desde que nací, hace veinte años. Vivo con mi mamá, que es empleada doméstica, y mis tres hermanos. Mi vieja labura a full de lunes a sábado. Mi papá está separado de ella; él es policía, del Centro de Operaciones de Tigre. Mi viejo tiene franco cada 15 días. El trabaja de noche, entra a las siete de la tarde y sale a las siete de la mañana. Le toca un horario jodido, y más los fines de semana, pero bueno, él ya está acostumbrado.
—¿Nunca quiso que vos entres en la Policía?
—Nos preguntó a mí y a mis hermanos qué teníamos pensado hacer. Y yo le dije: “Policía no”. Prefiero cualquier otro laburo, cualquier otro oficio, menos policía. No me gusta, es un laburo jodido. Está el tema de la calle, corre riesgo tu vida. En un afano tenés que salvar la vida de los rehenes más tu vida. Entonces no, prefiero otra cosa. A mi viejo lo veo cuando tiene franco. Mi hermanito más chico estudia guitarra, entonces él lo va a buscar y se queda con nosotros a tomar mate. Tiene buena relación tanto con mi vieja como con nosotros. Quedó todo bien.
Collar jugaba al fútbol en el Club Barrionuevo, en San Fernando, y no le interesaba el rugby. Cuando hacía zapping en la televisión, uno de sus hermanos, al ver un partido le decía: “Dejá ahí”. Y él pensaba: “¿Qué hacen estos? ¡Se matan!”. Ese hermano, Damián, empezó a jugar en Virreyes y caía a la casita familiar con una pelota ovalada, y Collar se ponía a jugar con él. En 2007, Damián lo convenció y lo trajo a la pretemporada y se incorporó al club. Debutó en 2009, en la primera división, ante Defensores de Glew, como medio apertura. En el club también juegan sus hermanos Brian y Nicolás. Otro hermano suyo, Fernando, jugó un tiempo pero dejó.
Y dice que el rugby no es violento, que te podés lesionar pero que son situaciones del juego. Y lo explica simple: un equipo tiene la pelota y el otro se la tiene que sacar, como en el fútbol, pero que la pelota se pasa para atrás y con las manos y que se tacklea. Estamos sentados en dos sillas de plástico y se hace un bache en la conversación. Nos quedamos unos segundos, largos, en silencio; las chicharras de fondo, el calor que envuelve al club. En el predio vecino está el campo de deportes del Buenos Aires Cricket & Rugby Club, una entidad tradicional, pionera en el deporte. Por un instante, los dos coincidimos en mirar hacia ese club.
—Laburé en Fargo, de repositor externo, laburé en jardinería, después laburé en una empresa de zapatos de mujeres como cadete administrativo. El más cansador era el trabajo de jardinero, tenías que estar paleando bajo el sol. En Fargo no, lo único que tenía que hacer era reponer mercadería en las góndolas. Venía de laburar, me pegaba un baño, me acostaba en casa un rato hasta la siete y media, me despertaba mi mamá y venía a entrenar.
Ahora Collar trabaja como empleado en una empresa de seguros, de lunes a sábado, gracias a un contacto conseguido en el club. Estuvo estudiando el CBC para Ciencias Económicas, pero dejó cuando había aprobado ya tres materias, porque lo bajoneó una serie de notas malas. Y dice que va a estudiar otra carrera, seguramente. Cuenta que en su casa él solo terminó el secundario. La madre sostiene la economía familiar con su trabajo, pero Damián y Collar aportan para distintos gastos: luz, teléfono, el cable, internet.
La casita enfrente del Virreyes, en el Barrio Perón, tiene dos pisos. En el superior vive Collar con su mamá y sus hermanos. En una pieza duerme la madre y en otra duermen sus cuatro hijos. En el piso de abajo viven sus abuelos maternos, nacidos en Entre Ríos. Y en la casa de al lado, sus tíos con sus hijos y parejas. El barrio, dice, está tranquilo desde que una bandita cayó presa, y que se puede estar en la esquina que no va a pasar nada. Otros jugadores del plantel de Virreyes viven en el barrio, como “Marta”, Chiche y Chicho.
A veces se juntan en la esquina de la casa, enfrente del Virreyes, con algunos de los jugadores. Algunos fines de año colocaron parlantes, música, y se quedaron tomando algo hasta el amanecer. Después cruzan la 202, muda en las mañanas de los 1º de enero, entran al club, renace la música y hacen asado. Dice que en Virreyes son muy unidos y que a veces, en algunos terceros tiempos, cuando son posteriores a un partido en el que le ganaron a un equipo importante, escucha siempre atenuantes de los entrenadores rivales…
—Cuando pierden se quejan del referí, y nunca halagan al equipo, nunca dicen: “Che, la verdad, me sorprendieron, qué buen equipo el tuyo”. No, siempre son cosas como: “Tengo cinco jugadores que se me fueron de viaje, jugué con dos del equipo B”. Y hablan solamente de ellos. Algunos no conciben perder con alguien que sea, entre comillas, inferior a ellos. (...)
Los “bautismos” en el rugby, para los que debutan, a veces son crueles y bordean lo enfermizo. Como un secreto a voces, se comentan en rueda de amigos, pero nadie los revela públicamente para no exponer situaciones violentamente delirantes. Virreyes, por su origen, tiene otro perfil y esos bautismos sádicos no se dan. Como mucho le cortan el pelo, rapándolo, al que debuta. Collar va a decir que ahí no tienen esa “tradición”.
—Vi uno de otro equipo que me dio mucha impresión, salía uno con el orto todo mordido, todo sangrando, hasta que no sangrara no paraban de morderlo. Acá el bautismo nada que ver.
Para salir de noche, Collar se junta con otros compañeros del club, como el Pela, Leandro y Fulbi. Van a boliches como La Resto, en Tigre, Tropitango, en Pacheco, o a Lamónica. Pero también se hizo amigos en otros clubes de rugby a través del hijo de Marcos Julianes, el presidente del club.
—¿Y en el barrio se tiene más levante si sos jugador de rugby?
—Je, acá en el barrio, si les decís “soy jugador de rugby”, te dicen: “Y a mí que me importa”.
Título: Fuera de juego
Autor: Alejandro Cánepa
Editorial: Autores de Argentina
Género: Ensayo
Primera edición: Octubre de 2015
Páginas: 168