Ante la opinión pública, usted se convirtió en sinónimo de la Argentina sojera. La etiqueta con la que se lo caracterizó durante el boom de la soja fue “rey de la soja”. ¿Esa etiqueta sintetiza una realidad del agro como poder concentrado o responde a un prejuicio?
—El campo es un sector muy atomizado. En cambio, el sector minero y el petrolero sí son sectores más concentrados. Precisamente por eso, esos dos sectores tienen una capacidad de negociación mucho mayor que el campo, por ejemplo en temas de regalías. Comparado con la actividad minera, la energética o el supermercadismo, el campo, en el nivel de producción primaria, no es un sector concentrado. No hay productor que pueda operar un millón de hectáreas por sí solo: es un sector donde gestionar a gran escala es imposible. Algunos lo intentamos y nos fue mal. Cuando todos me llamaban “el rey de la soja”, Los Grobo tenía menos del medio por ciento de la producción argentina. Los Grobo está entre los veinte o treinta jugadores que nuclean cerca del 5% o el 7 %. La frase “el ojo del amo engorda el ganado” tiene que ver con esa realidad: se generan deseconomías de escala. Quizás las tecnologías ayuden en un futuro. En la época de los pooles de siembra, todo el mundo decía “se quedan con todo”, y eso no pasó. Hubo una especie de regresión a la dispersión propia del campo. Eso en la producción primaria. En otros eslabones de la cadena de valor, hay mayor concentración, como en el caso de los exportadores, porque manejan un volumen determinado. Pero es inevitable por la misma estructura del sistema. Si no tenés escala, no podés exportar.
—Además de su participación en Los Grobo, ¿hoy usted tiene tierras propias?
—Sí. Yo soy productor agrícola y como tal hoy trabajo en sociedad con Los Grobo. Soy parte de esa red de productores tan virtuosa y central en el modelo de negocio de Los Grobo. Soy un cliente más de Los Grobo y, al mismo tiempo, un proveedor de Los Grobo. Mis hermanas, con sus proyectos, también. En mi caso, toda mi operación está tercerizada en Los Grobo. Como todos los productores de la red, una vez por mes, recibo un informe detallado de lo que hacen con mis tierras.
—Y en general, ¿los productores clientes de Los Grobo están más metidos que usted en la operación diaria del negocio, de la producción?
—Hay unos que sí; otros, no. La mayoría están más metidos: además de la tierra, tienen los equipos de herramientas. En cambio, en mi caso, cuento con el servicio completo de Los Grobo. Hoy, mis decisiones están basadas en ser lo más eficiente posible en cuanto al uso de mi tiempo.
—Si hoy creara una empresa en el sector de los agronegocios, ¿qué tipo de empresa sería?
—Haría una empresa de base tecnológica. Algo no muy complejo: una empresa de agricultura de precisión que permita dar un uso óptimo a cada metro cuadrado de tierra. Una empresa de inteligencia artificial aplicada al agro: me iría por ese lado, porque me divierte y porque creo que hay una necesidad. También me interesan cada vez más las industrias culturales; lo estoy comenzando a explorar y veo el potencial.
—Para usted, hoy, el tema clave no es el uso de la tierra, sino el uso del tiempo.
—Exacto, ni el uso de la tierra ni del capital, sino de mi tiempo. Prefiero tomar algunas decisiones que me cuesten dinero, pero que me dejen más tiempo libre. Más que perder dinero, porque no gano todo lo que podría ganar, lo que me importa es ganar tiempo.
—Es interesante la vuelta de su recorrido: Los Grobo fue el “Uber del agro”, que producía sin tierras, y ahora usted tiene tierras, pero las terceriza para que otro las produzca. Su cabeza de negocios también cambia en función de su situación vital: a cierta edad y luego de tantos años de recorrido como productor y como empresario del agro, no está encaprichado con un modelo.
—Por supuesto. Hay que saber lo que uno quiere y lo que uno está dispuesto a hacer en cada momento de la vida. Hoy tomo decisiones que me liberen tiempo. Creo que uno tiene que ser un ser de su tiempo y cultivarse para tener más opciones a elegir. Los tiempos que vendrán serán aún más desafiantes y turbulentos que los ya vividos. Por eso me quedo con la idea de que hay que “ser de tu tiempo”. Puede resultar ambiguo el concepto, pero cultivar la ambigüedad puede ser, también, muy necesario. Podría ayudar a estar alerta y abierto, estimular el aprendizaje y la adaptación a los escenarios que vendrán, desafiar lo que pensamos y rearmar un nuevo relato con profundas convicciones. “Ser de nuestro tiempo” es primero entenderlo y sentirlo, en la cabeza y en el cuerpo. No es solo un juego intelectual; es poder navegar con gusto en las aguas de los tiempos que te toca vivir porque se entiende la lógica y la dinámica. “Ser de nuestro tiempo” no es solo usar la tecnología; es ponerla al servicio de la sabiduría personal y colectiva. “Ser de su tiempo” es poder fraternizar con el que no es de este tiempo. Por otra parte, pienso el futuro como presente. Peter Drucker decía algo a lo que vuelvo con frecuencia: “La planificación no es pensar en decisiones futuras sino en el futuro de las decisiones presentes”. Muchas veces siento que estoy en el futuro, y eso se ha convertido en un problema. Me cuesta mucho resolver lo urgente; lo cotidiano lo abandono. Intento armarme rutinas que me obliguen a vivir en el presente, y muchas veces dan resultados. La seguridad queda lejos o, mejor dicho, la seguridad está en saber convivir con la inseguridad.
—Hay otra cosa en su proceso: la capacidad de soltar, de decir “hasta acá llegué” y dejar libre la criatura que creó.
—Sí, pero eso también es muy duro. Finalmente, decido soltar. Pero el proceso de soltar no es rápido. Sin embargo, estoy entrenado: cuando tengo una angustia a las dos horas la resuelvo. Y siempre la resuelvo soltando. Yo que era un tipo que estaba al frente de la operación, que me dedicaba a empujar todas esas iniciativas, cuando empezás a delegar, lo primero que sentís es que el otro no lo hace de la forma en que vos lo harías y que, además, es limitado, que hace todo mal. Ese momento me dura más o menos un minuto o dos. Enseguida empezás a pensar, bueno, pero si no lo hace él, lo tengo que hacer yo y eso me lleva tiempo. A los diez segundos, ya me digo: no, yo no quiero hacerlo. Entonces volvés a delegar el tema. Preferís que las cosas no se hagan exactamente como vos querés, pero que las haga otro. Y al final, los otros las hacen mejor. Cuando vendés la empresa, es un proceso de delegación mucho más profundo y brutal. Pero el proceso de delegación va cambiando tu cabeza y empezás a convivir de una manera positiva con eso. Hoy hay cosas que me gustan de la gestión de la compañía y otras que no me gustan. Entonces, manifiesto lo que me gusta y también lo que no me gusta, aunque siempre desde una posición constructiva. Trato de decidir en función de la mejor vida de toda la comunidad Los Grobo. Eso implica que haya cosas que no se hacen, aunque yo quiera, o que se hacen de distinta forma y yo lo acepte.
—Hay otro componente en ese largo proceso. ¿Cómo ser capaz de resignar identidad, el ego que se sostiene en ese rol como líder de Los Grobo? Desde 1983 o 1984, Gustavo Grobocopatel es Los Grobo.
—Nunca compré eso totalmente. Muchas veces pienso que Los Grobo es lo que queda en las personas que pasaron o están en Los Grobo. Por otro lado, no sé cuál es mi identidad. O si tengo una sola identidad o cuán compleja es. Soy una persona con facetas diferentes, pero soy una persona. Vine a la vida no solamente a hacer Los Grobo, que fue una cosa maravillosa.
Tampoco es un caso cerrado porque Los Grobo no lo es. Yo ya no lidero la compañía, pero estoy haciendo las cosas desde otro lugar. Además de la música, estoy trabajando con movimientos sociales, estoy con el Centro Cultural de la Sociedad Israelita de Carlos Casares, mi pueblo; me intereso en las industrias culturales; hago viajes; hago consultoría. Estoy en el desarrollo de innovaciones, pienso el futuro de la agricultura y de la Argentina.
La geopolítica de las oportunidades y los riesgos. La Argentina y las transformaciones necesarias.
—Con la mirada puesta en el futuro, ¿cuál es su preocupación en relación con el agro argentino y en relación con el agronegocio global?
—En relación con el agro global, estamos en un proceso de convergencia tecnológica que traerá muchos beneficios desde el punto de vista ambiental, desde el punto de vista produc- tivo, y por lo tanto los precios tenderán a la baja. Desde un punto de vista global, el cambio climático es un tema, hay que terminar con la deforestación e intensificar el uso en general de prácticas más amigables con el medioambiente, como la siembra directa, por ejemplo, son caminos prometedores. Hay regiones del mundo, en algunas de ellas estoy haciendo consultorías, donde hoy el tema ya es la incorporación de esa tecnología y el desarrollo de organizaciones modernas que las aprovechen e implementen. Es todo un proceso de transformaciones tecnológicas, culturales, organizacionales y políticas. Por ejemplo, el campo en América Latina, excepto Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, es pobre. En ese punto, hay que generar procesos de transformación que incorporen el agro más pobre al proceso de generación de riqueza y desarrollo. Conozco ese desafío porque he estado trabajando en esas zonas. En África existe un problema de transferencia tecnológica, entonces hay que generarle todo un sistema que facilite el flujo de know how hacia esa región para que se desarrolle.
—Hay cambios geopolíticos significativos. ¿Le preocupa el impacto en el agro de las guerras que puedan suceder? ¿O, paradójicamente, pueden volverse oportunidades?
—Como siempre en la historia de la humanidad, las guerras son problemas y, al mismo tiempo, son oportunidades. Para algunas regiones será un problema y para otras será una oportunidad. Pero no lo veo como un tema de la agenda inmediata. En una guerra mundial entre China y Estados Unidos, los chinos tendrán que seguir comiendo. Quizá le dejen de comprar a Estados Unidos y tengan que comprar a otros países.
—Emiratos Árabes, Venezuela, Vaca Muerta en la Argentina se volvieron sinónimo de reservorios claves de los hidrocarburos. ¿Cuáles son las regiones productoras y con potencial productor en el sector del agro?
—El cinturón maicero norteamericano, la Pampa Húmeda argentina, algunas zonas de Brasil, Ucrania y una parte de Rusia y otra parte de Europa: Francia, Alemania, algo de Inglaterra.
Además, hay zonas con oportunidades de crecimiento, pero con menos productividad: eso equivale a mayores costos porque son zonas que demandan más fertilizantes y correcciones. La productividad se mide en dólares por tonelada. Entre esos casos, está Colombia, una parte de Venezuela, los cerrados de Brasil. En África, las sabanas africanas. El resto de los países agropecuarios está casi al límite de su potencial productivo: China e India ya no tienen posibi‐ lidades. Las otras zonas de Eurasia son de baja productividad porque hay poca agua.
—El agro está condicionado, como usted bien lo explica, por regulaciones y políticas públicas decididas por cada gobierno, por el Estado. Las crisis políticas de nuevo cuño, como la de Jair Bolsonaro o Donald Trump, otra vez presidente, que acentúan la polarización y generan inestabilidad política, ¿pueden jugar un rol especial para el agro?
—Desde el punto de vista del mercado de granos, la gestión de Bolsonaro pudo ser mala para Brasil porque no se alineaba con los intereses de los consumidores europeos, enfocados en el factor medioambiental. También, la incertidumbre política puede alejar inversiones interesadas en el agro. En ese caso, el desarrollo de Brasil podría volverse más lento y beneficiar al desarrollo del agro en la Argentina. Como lo que pasó con la Argentina, pero al revés, con perjuicio para nosotros: las políticas de los gobiernos kirchneristas enlentecieron el desarrollo del agro en la Argentina y aceleraron el de Brasil. En esa competencia desequilibrada, siempre termina funcionando un sistema de balances y compensaciones que van perjudicando a unos o a otros.
—Usted conoce como pocos el agro brasileño porque Los Grobo tuvo operaciones importantes en Brasil. ¿Cómo es que la política brasileña para el sector del agro le ha dado previsibilidad para el crecimiento?
—En Brasil, la economía no está trabada por debates ideológicos y por las dudas en torno al capitalismo y al desarrollo. En la Argentina, la ideologización nos hace ir para atrás. Lula, un progresista, fue muy proagroindustrial. Lo mismo las gestiones que lo precedieron o sucedieron. En cambio, en la Argentina, la ideología condiciona la acción. Contamina la realidad.
—Las crisis económicas y políticas vienen impactando en el agro argentino. En Brasil también hay inestabilidad política y cimbronazos económicos. ¿Esas disrupciones no alcanzan a las políticas del agro?
—No parece. En los últimos diez años, la producción de Brasil creció un 80% o 90% mientras que la producción de la agricultura argentina está prácticamente estancada: tuvo, apenas, un aumento promedio en torno al 10%. La productividad del agro en la Argentina siempre fue mayor que la de Brasil, un 10% por encima; ya no. La productividad de la Argentina, en el sector, está por debajo de la de Brasil. La incorporación de tecnología fue clave. En la Argentina, al contrario, las retenciones son un mecanismo antitecnología porque trastoca la relación insumo producto, en perjuicio del producto, que vale cada vez menos.
—¿Por qué la política brasileña tiene una mirada distinta sobre el sector del agro que le ha permitido esta previsibilidad y este crecimiento?
—La discusión ideológica y las dudas que puede haber sobre el capitalismo y sobre el desarrollo no detienen la economía. Hay una visión compartida. Incluso, Brasil con Lula intentó llegar a lugares como África para transferir tecnología. Lula ha sido un dirigente con una mirada muy constructiva de la agroindustria, aunque se podría decir que ideológicamente podría estar lejos. En cambio, en la Argentina, la ideología contamina la acción. La ideología no te deja ver la realidad, no deja pensar de manera libre, y no solo al sector sino en general. Contamina la realidad. La discusión argentina se moraliza en base a datos sin asidero.
—¿El desafío argentino en el agro es superar esa matriz conceptual?
—A nivel local, el tema trasciende lo agropecuario. En la Argentina, hay que encarar una serie de transformaciones generales porque, tal como veníamos, íbamos de mal en peor. Hay un consenso general de la necesidad de llevar adelante cambios y transformaciones, y no solo entre los que votaron a Milei. También los que votaron por Massa están empezando a reconocer eso. En la Argentina, el cambio es necesario. ¿Qué cosas hay que incluir en ese cambio? Salvo un pequeño grupo, en la mayoría hay conciencia de que el problema es el déficit fiscal, que los problemas de deuda no son la causa de la crisis, sino la consecuencia de la crisis. La consecuencia es gastar más de lo que tenés. Este es un momento excepcional porque hay conciencia de la población de que hay que cambiar. Hay más conciencia de la necesidad de cambios en la educación. O en el empleo: tenemos que crear empleo, no necesariamente proteger el trabajo. O, como repito continuamente, aprender a cambiar de trabajo para crecer en empleo. Para ello es fundamental recrear un contexto de crecimiento económico.
—Es decir, menos foco en el stock y más en un flujo de empleo.
—Exactamente. Tiene que crecer el empleo nuevo, nuevas empresas y no tanto proteger las viejas empresas porque, cuando es así, se paraliza la economía. La cuestión es cómo hacerlo: si hacerlo con motosierra o con bisturí. Yo creo que hay que ir por procesos más republicanos, de conversaciones. Mi punto de vista es que ese es el camino: tiene que haber una conversación sobre las cosas; no se pueden imponer. Pero ojo con distraerse.
—¿El riesgo es que se caiga en una pseudoconversación, un “como si”, una conversación fake que, en realidad, termina protegiendo el statu quo?
—No tiene que ser una pseudoconversación, no tiene que ser una conversación para dilatar, o para conservar lo que no funciona o lo que beneficia a unos en contra del equilibrio general. Hay que hacer una especie de uso intenso del bisturí. El otro tema es quién puede hacer esa transformación. ¿Quién es el líder o cuál es el tipo de liderazgo que puede llevar adelante ese proceso? ¿Es un líder que rompe todo o es un líder que negocia? Ese es el debate que se está dando en la Argentina. El sector del agro tendrá que acompañar ese proceso, obviamente con críticas y con aportes, pero ese es el tema de la Argentina hoy: cómo transformar para encon trar el camino de la prosperidad compartida y qué tipo de liderazgo es el más constructivo y efectivo para alcanzar una transformación en serio que sea, además, sostenible hacia el futuro.
A veces pienso que Milei es alguien que vino a hacerle un service a nuestra maltratada patria. Esto debería ser de interés de todos, especialmente de los políticos porque alguien les está haciendo el trabajo que ellos deberían haber hecho en los últimos veinte años.
—El sector del agro, para que realmente alcance esa transformación y termine de despegar, ¿depende más del Estado o del sector privado?
—Cada uno tiene su rol. El Estado tiene que encarar una tarea central: la desregulación. En ese sentido, el trabajo que está haciendo Federico Sturzenegger es titánico y patriótico. En el futuro hablaremos mucho de esto. Pero tiene que encarar otras tareas fundamentales: la apertura de mercados y la firma de acuerdos comerciales, transformar la forma de financiación de la cultura y su integración a la economía y a la sociedad, la transformación de la educación y del sistema de salud, la Justicia. Este es un proceso que no es solo un tema del Estado. De hecho, las revoluciones que desde hace veinte años transforman al campo argentino se hicieron con muy poca participación del Estado.
—El desarrollo del trigo HB4, resistente a la sequía, donde el Estado y el sector privado se aliaron, con la participación privada desde Bioceres, con el Estado vía Conicet y la investigadora Raquel Chan en la Universidad Nacional del Litoral, ¿es un caso atípico?
—Es un caso muy interesante, pero es nuevo y todavía le falta impactar estructuralmente en el agro. En cambio, la adopción de la siembra directa, que transformó para siempre la producción del agro, no partió del Estado ni del INTA, siquiera. Fue un cambio cultural alentado por los mismos productores, verdaderos pioneros. Si el Estado le saca presión a la gente, la deja innovar, crear, emprender, la Argentina que viene, la que queremos todos, la de la inmensa clase media, la del desarrollo, la de la integración al mundo, la del fin de la pobreza, va a ser traccionada por los emprendedores. El rol más importante que el Estado debería tener es de facilitarles el camino a esos emprendedores. (…)
☛ Título: Desde el campo
☛ Autor: Gustavo Grobocopatel
☛ Editorial: Sudamericana
☛ Edición: Julio 2025
☛ Páginas: 480
Datos del autor
Gustavo Grobocopatel es uno de los empresarios más influyentes de la Argentina y la región.
Es el fundador de Los Grobo, que presidió entre 2002 y 2020. Como consultor, ha asesorado a gobiernos en Argentina, Colombia y Ghana, y en conjunto con la Kennedy Harvard School, en México, Albania y Kazajstán.
Es miembro del Consejo Económico y Social de la Universidad Di Tella, del Consejo Internacional de la Fundación Don Cabral (Brasil) y del Consejo Asesor de Entrepreneurship and Competitiveness Latin American Program de la Universidad de Columbia, entre otros. Es fundador de la Cámara Argentina de Biotecnología.