ECOLOGíA
“¿Realmente lo necesito?”

Moda ecológica: cómo reducir el consumo de fast fashion

La influencer ecológica Ecointensa cuenta cómo empezó y llegó al mundo sustentable para hacerle frente a la industria textil rápida.

Slow Fashion
Empezar a dejar de lado la industria de la moda rápida es un cambio cultural que fomentan algunos influencers ecológicos. | CEDOC

La humedad de la Ciudad de Cancún se hizo sentir ni bien bajé del avión. Yo, que siempre tuve piel grasa, percibí inmediatamente como mis poros se abrían sin remedio. Llegaba sin pasaje de salida, con un itinerario demasiado ambicioso y con más pertenencias de las recomendables. 

El plan original era otro, pero siguiendo consejos de una amiga argentina en Estados Unidos, en vez de instalarme tranquila en una casa, decidí ir de mochilera a México. Bastó con un único día de arrastrar mochilas y valijas, un taxi caro y un par de burlas para entender que así no iba a poder seguir. Y yo que al salir de Argentina creía que estaba viajando ligera… Esa tarde, en el piso del hostel más barato de Playa del Carmen, me enfrenté a mi ropa y no supe qué hacer. Me sentía ridícula llorando en frente de mis pertenencias, no sabiendo que dejar y que cargar.

Antes de seguir adelante, me gustaría aclarar que nunca fui una fanática de las compras y que mi placard nunca se caracterizó por respetar los últimos gritos de la moda. Así y todo, reducir la totalidad de mis pertenencias a los 60lts que cabía en mi mochila era de lo más complicado. 

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Afortunadamente, logré hackear mi dilema dejando parte de mis pertenencias en la casa de un amigo de un amigo de un amigo. Así el desapego no fue tan duro; no tenía el peso del “hasta nunca”. Viajé varios meses con lo poco que me había quedado y, cuando llegó el momento de volver a abrir aquella valija, fue más fácil decir adiós.

Fue en ese contexto de viaje ligero que mi relación con la ropa y los objetos en general se modificó. Varios principios empezaron a volverse cotidianos “si algo entra a la mochila, algo tiene que salir”, esto no tenía que ver solamente con la capacidad física de almacenamiento, sino con el límite de peso que mi cuerpo estaba dispuesto a cargar. Fue así que antes de sumar una nueva prenda a mi haber, evaluaba si estaba dispuesta a dejar atrás algo de lo que llevaba conmigo. 

También apareció la pregunta “¿realmente lo necesito?”

Muchas veces veía un top, una bikini, un sombrero, una remera que me gustaban. Pero a pesar de que estuvieran a buen precio me daba cuenta de que no tenía la necesidad de adquirirlos, que no cambiaban mi vida, no me brindaban solución a un problema y que, de hecho, si no los compraba, nada sucedía. Tal vez las ganas y la fantasía de poseerlos me duraban un par de horas, pero después ese instinto consumista se disipaba y volvía a disfrutar de mis trapitos caribeños (como le llamaba a mi ropa). 

Más adelante, empezó a suceder algo, de tanto usar una misma remera me empezaba a aburrir de ella y lo mismo le pasaba a mis amigas con su propia ropa. Era entonces que organizaremos nuestras “grati-ferias” y cada una ofrecía aquella prenda que estaba dispuesta a “soltar”. Otras veces la dinámica no era tan formal, sino simplemente una decía “amiga, quiero solar esta remera, ¿a vos te gusta? si es así te la regalo” o también podía ser que una dijera “ando necesitando un short para el trabajo, si alguna tiene de más ¿me avisa?”. Muchas veces la que recibía decidía entregar algo propio también, y así se generaba el intercambio.

Como resultado de esto tengo un top de crochet rosa chicle, una camisa con flores que me dio una compañera de trabajo cuando le regalé mi riñonera guatemalteca, un short de jean negro super cómodo y unas cuantas cosas más. Además, detrás de todos estos objetos, hay más que una prenda, hay una anécdota y una energía hermosa por saber que eso, antes de ser mío, fue de alguien a quien quiero.

¿Qué tiene que ver todo esto con la sustentabilidad? Que cuando volví a Argentina y dejé de cargar mi mochila, traté de mantener vivos estos conceptos, ya no por el peso de mi ropa en la espalda, sino por su peso en mi consciencia. 

Al pisar Buenos Aires y meterme en el mundo “eco” me enteré del impacto ambiental de la industria textil. Resulta que esta es una de las más dañinas del planeta, que se contaminan miles de millones de litros de agua para su producción y que aparte de tener un impacto ambiental negativo, esta industria está estrechamente relacionada con la explotación de niñes y mujeres en los países más pobres del mundo. Me enteré de que para que una camisa me salga barata, hay personas trabajando en condiciones de hacinamiento.

Me empecé a preguntar si quería ser cómplice de esa industria, y la respuesta fue que no. Cuidar lo que ya tengo, intercambiar ropa con amigas, comprar ropa usada en ferias americanas o por Instagram a emprendimientos conscientes de Slow Fashion, reparar e intervenir lo que hay en mi placard, luchar contra el estimulo constante de consumo, preguntarme si realmente necesito aquello que deseo, son hoy mis formas de vestir de una manera sustentable.