El 6 de enero se cumplirán cinco años de la salida del régimen de convertibilidad de la moneda,
causa o consecuencia, según se mire u opine, de la crisis económica, política e institucional que
estuvo atada al tipo de cambio fijo por más de una década y un fuerte endeudamiento externo.
Con motivo de este aniversario, PERFIL entrevistó a uno los promotores de la necesidad de
romper con el corsé de la convertibilidad, desde mucho antes de que haya ocurrido por la crisis. En
el turbulento inicio de 2002, De Mendiguren era ministro de la Producción. Ahora es vicepresidente
5º de la UIA, posición desde la cual José Ignacio de Mendiguren revivió los hechos y recordó que
“la devaluación fue parte de la convertibilidad”.
—¿Qué reflexión le merece, a cinco años, lo ocurrido en 2002?
—Yo nunca estuve con tipos de cambios fijos porque nunca se sale bien, siempre se sale
mal, o peor. De todos modos, creo que de la convertibilidad habría que haber salido con el blindaje
(N.de la R.: por el auxilio financiero de US$ 40.000 millones que logró Fernando de la Rúa). Todos
negaron el problema, que era de insolvencia externa.
—Si el país hubiera devaluado antes, ¿la salida habría sido más ordenada?
—Sí. Hubiésemos estado en una situación muy distinta, con US$ 30.000 millones de
reservas, más los fondos del blindaje. El país no estaba en default y tenía el sistema financiero
funcionando. Se hizo de todo y ¿cuál fue el resultado? Una fuga de más de US$ 22.000 millones, con
lo que hubo que cerrar los bancos. En ese momento, se hizo todo lo que se podía. Lo desprolijo fue
la convertibilidad, no la salida. Salir de la convertibilidad no era, en diciembre de 2001, una
elección. El “1 a 1” explotó, se destruyó a sí mismo, y la devaluación era parte de esa
crisis.
—¿Cómo evolucionó el modelo luego de la devaluación?
—Nosotros teníamos claro que íbamos a sentar las bases de una economía basada en la
generación de su riqueza. Mi responsabilidad era que el país arrancara. El país dejó de caer en
febrero de 2002, y en marzo inició el sendero de crecimiento que no paró hasta ahora.
—Pero muchos sectores todavía no lograron reacomodarse, como el de los
servicios.
—Creo que, en ese caso, se ha demorado demasiado el retraso. Sabíamos que iba a haber
un cambio de precios relativos, pero llevamos cuatro años...
—Varios analistas consideran que el modelo está agotado, ¿cuál es su
opinión?
—En 2002 priorizamos el arranque. Para mí, no había peor costo que el país parado. Eso
ya se hizo. En esta etapa, hay que pasar del crecimiento al desarrollo económico, pasar de la macro
a la microeconomía. Crecer es hacer más soja; desarrollarse es crear valor. No se puede garantizar
el crecimiento sostenido sin un mercado interno pujante.
—Pero más de un empresario no invierten para desarrollar el mercado interno por temor
a los controles a los precios.
—Eso es un tema transitorio. De todas maneras, hay una cierta contradicción. La
felicidad perfecta no existe. La apuesta a mantener el tipo de cambio competitivo, tasas bajas y no
enfriar la economía tiene un costo: pérdida de libertad, negociación de precios. Pero para que no
desaliente la inversión, debe ser transitorio, hasta incrementar la oferta.
—El crecimiento lleva cuatro años, ¿termina el ciclo?
—Lo peor que nos puede pasar es creer que estamos en piloto automático.