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El techo que se convirtió en piso

Lo que pareció una conquista social de otra época terminó siendo cuestionada por sus pares. El 16,5% que el todopoderoso Hugo Moyano consiguió luego de una sugestiva reunión con el Presidente no tuvo término medio.

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Tristan Rodriguez Loredo |

Lo que pareció una conquista social de otra época terminó siendo cuestionada por sus pares. El 16,5% que el todopoderoso Hugo Moyano consiguió luego de una sugestiva reunión con el Presidente no tuvo término medio. Para algunos observadores no significaba ni más ni menos que convalidar las presiones recibidas en las últimas semanas para incorporar nuevos criterios en las paritarias a desarrollarse este año. Que el 2007 sea electoral le brinda un condimento adicional y una dinámica que, muchas veces, escapa al férreo control que el Gobierno quiere tener sobre todos los actores económicos.
Que los sindicalistas argumenten, sin excepción, que lo que piden es simplemente una actualización para empatar con la inflación habla más del fracaso rotundo de la política de tierra arrasada en el INDEC que de las tradicionales ansias reivindicatorias del movimiento obrero organizado. Haber puesto en tela de juicio la honestidad intelectual del trabajo del organismo estadístico gatilló las demandas contenidas de todos los negociadores.

Verosímil. Al no haber parámetros “creíbles”, todo suena verosímil: el 16,5% de Moyano (casi tres puntos menos que su famosa línea “Mauyinot” con la que rompió el freezer de dos años largos sin aumentos), el 25% que piden los de Luz y Fuerza, el 20% o el número que están macerando los ferroviarios.
La lectura de estas cifras desnuda un mercado laboral esencialmente distinto al que cultivó la mística de “lucha” del sindicalismo modelado por Lorenzo Miguel hace tres décadas. En ese entonces la distribución del ingreso arañaba el fifty-fifty que alentaba Juan Perón: 50% del producto se lo llevaba el asalariado en las postrimerías del plan de la “Inflación 0” de Gelbard y antes de la debacle del “Rodrigazo”, en 1975. La desocupación era friccional y la informalidad era sólo marginal a los efectos macroeconómicos.

Impactos. Actualmente, el sector trabajador se lleva el 38% del ingreso (casi tres puntos más que en el pozo de la crisis de 2002). Podría apostarse que la presión sindical por lograr mejores condiciones salariales para recomponer la pérdida del último lustro, y que encuentra eco favorable en un gobierno que parece convalidar dichos reclamos, se cristalizará, finalmente, en un resultado favorable al empleado: sueldos más altos. Pero también que el impacto final en el mercado laboral dependerá de la situación en que se encuentre cada sector. Si bien, la tasa de desocupación general (sin contar los planes sociales) le cuesta perforar el piso del 10%, existen nichos en el mercado laboral con pleno empleo garantizado y sin miras de aflojar en su demanda. Para ellos, con o sin dirigentes ávidos de glorias sindicales, la trayectoria salarial será al alza. Otros, en cambio, enfrentan una situación más estable y la pulseada paritaria será más dura.

Diferencias. Pero la gran diferencia con la radiografía social de los 70 es la dualidad del mercado laboral: la brecha creciente entre empleados formales e informales, en medio de los cuales se cuela la cuña de los estatales, que en muchos casos esconden altos índices de desocupación.
Un cálculo realista indicaría que las tres cuartas partes del creciente ejército de los cuentapropistas (otra novedad de esta época) son informales. Así, al 38% o aun un 40% que se podría alcanzar en un año deberían sumarse los ingresos percibidos por los autónomos y así, aun sin alcanzar el paraíso del 50% peronista, ser más representativo de una economía que fue cambiando lenta pero inexorablemente. Por último, el marco en el cual se desarrollarán estas negociaciones es sustancialmente diferente al de Isabel- Rodrigo-Mondelli. El déficit “gemelo” se transformó en un superávit por partida doble (fiscal y externo).
El deterioro de los términos de intercambio trocó en un boom de los commodities, al amparo del crecimiento chino y el ahora anunciado tirón de los biocombustibles. Sin embargo, el peligro es el mismo: que la inflación vaya deteriorando las variables que posibilitaron la recuperación de la producción, las cuentas públicas, el empleo y el ingreso.
Una encuesta de Eduardo Fracchia, director de Economía del IAE, a un centenar de ejecutivos de empresas arrojó que su principal preocupación (55%) es, justamente, un desborde de las negociaciones sindicales. Esta ansiedad pasa a mayores cuando no pueden trasladar los aumentos a los precios con facilidad (por controles o competencia) y cuando la fuerza negociadora de la contraparte crece por cuestiones políticas. Un mercado competitivo, con sindicatos fuertes alentados por efecto demostración de otros gremios en diferente situación, podría desembocar en situaciones preocupantes.
Meter todo en la misma bolsa, pasado y presente, trabajador formal y cuentapropista, público y privado, del Norte y del Sur; no hace más que aumentar la confusión. Las políticas universales se convierten en su caricatura, la receta, y terminan siendo políticas para nadie.