El que avisa no es traidor. Desde un inicio de su mandato, el Presidente Alberto Fernández anunció que el mayor obstáculo a vencer era la renegociación de la deuda externa.
Con el anuncio del lunes de esta semana de un acuerdo con los bonistas privados, aun cuando todavía faltan negociaciones por las condiciones de los nuevos bonos a emitir, hubo en el círculo rojo financiero que era una etapa superada. Todavía falta el trámite con los acreedores de organismos internacionales, en los que el FMI se lleva la mayor parte. No será un paseo, habrá tironeo y cierto oxígeno político para la gestión, pero el objetivo estará en ganar tiempo y postergar vencimientos de capital e intereses para que no caigan en los próximos dos años y le toque al que sigue. Sin embargo, no hay clima de fiesta en el Ministerio de Economía, porque a ocho meses del inicio de su administración, el tema deuda era condición necesaria pero no suficiente para cumplir la promesa presidencial de poner a la Argentina de pie.
Agazapadas hay tres variables que se muestra inquietas, como un pura sangre en las gateras: los precios, el dólar y la tasa de desempleo.
Ayer, el titular del INDEC, Marco Lavagna quizás pecó de triunfalismo cuando dijo que se notaba una desaceleración de los precios, cuando salió el relativamente bajo IPC de julio: un bajísimo 1,9% para el total del país, que significa un 25% anualizado. Como para firmar el empate.
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La otra variable que se muestra en un nivel bajo es el dólar oficial, en el eufemísticamente llamado mercado único y libre de cambios (que no es único ni libre, claro). Tanto que los rumores de que se cortaría la última ventanilla de acceso: los 200 dólares por mes y sujeto al cumplimiento de ciertas condiciones. Casi 4 millones de personas eligieron esta forma de guarecerse de lo que intuyen será una tormenta inflacionaria o devaluatoria. El mantenimiento de la brecha con el tipo
de cambio financiero (el dólar bolsa o el contado con liquidación) o el blue (entre 60% y 70%) es una historia repetida y no hay que ser adivino para spoilear el final: una devaluación del “oficial”, el endurecimiento del súper cepo o el intento de controlar todas estas variables acelerando el paso devaluatorio intentando evitar corridas de todo tipo. O una heterodoxa combinación de todas ellas. Hay diferentes opiniones sobre una medida que, cualquiera sea el resultado final, sería antipática para los ahorristas minoristas que siguen desconfiando del optimismo oficial por el despegue económico inminente.
La tercera variable es la tasa de desempleo, que se mantiene estoicamente en el límite inferior de los dos dígitos cuando la inactividad indica que muchos del tercio de la fuerza laboral que está ocupada por el sector privado y buena parte de los autónomos e informales, están al borde de la parálisis. Aquí opera otro cepo: la doble indemnización, que el ministro de Trabajo auguró será prorrogada “todo el tiempo que sea necesario” y las trabas para efectuarlos aun pagando la penalidad referido. El estado de muchas empresas y la incertidumbre de cuándo y cómo se procederá a la reapertura hace que algunas prefieran bajar la persiana a prolonga una agonía y,
además, es más fácil y barato acudir a los procedimientos de crisis que negociar despidos. El reciente caso de LAN Argentina ofrece un claro ejemplo.
Por estas razones, hay algunos indicadores que convendría monitorear de cerca y que operarían como un tablero de control del previsible agravamiento de la crisis económica post-pandemia.
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- Devaluación del dólar. La pregunta no es si se producirá sino a qué velocidades. El impacto se traducirá en presión sobre el precio de los alimentos, los medicamentos y los insumos industriales, los energéticos, entre ellos.
- Precio de los alimentos. En julio, el aumento fue del 1,3%, o sea casi un tercio menos que el índice general, pero con un dólar retrasado y con mayores controles de precios que el resto de los productos. Una devaluación o un relajamiento de los controles por escasez, llevaría el índice muy por encima del promedio.
- Dispersión de precios relativos. Los precios regulados, aumentaron sólo 0,5%, por estar justamente pisados, así que ensancha la brecha con los precios más libres, aun los que tienen algún tipo de control más o menos flexible. Esto produce desequilibrios que encontrarían en un golpe inflacionario una forma de readecuarse.
- Actualización de las tarifas. Ya sea por lo mencionado anteriormente o por el impacto devaluatorio, las tarifas de los servicios públicos se han visto congeladas y son las que acumular la presión de absorber los mayores costos.
- Quita de subsidios. Seguramente será uno de los pedidos del FMI para dar luz verde a una renegociación pacífica por impactar de lleno en el déficit fiscal que alimenta el endeudamiento. Casi un tercio del crecimiento del gasto en la última década es por esta causa.
- Aumento de pedidos de quiebra y concursos- Otro cepo que favoreció la calma antes de la tormenta: el virtual cierre de los juzgados comerciales que con su reapertura esperan tener cifras récord de convocatorias de acreedores o directamente su propia quiebra. Salvo que exista una ley para patear el tema… y la ley salió. Aun así, habrá que monitorear la cifra en comparación con el mal año anterior.
- Aumento de la circulación del dinero. El tsunami monetario fue el único salvavidas ante la pandemia. Pero con la historia inflacionaria argentina no hay que descontar que los tenedores de pesos quieran deshacerse de ellos como una papa caliente y eso espiraliza el proceso.
- Aumento del endeudamiento interno. Será una de las alternativas para absorber la masa monetaria en circulación, a pesar de la intención de bajar la retribución a las colocaciones de letras.
- Aumento de la tasa de interés. Pero para eso y evitar una fuga masiva al dólar, deberían aumentar las tasas al menos emparejándola con la inflación. Otro costo a considerar.
- Aumento de impuestos. No hay mucho margen, pero la creatividad fiscal siempre sorprende. Habrá algún guiño para la tribuna, pero los diez impuestos que realmente mueven la aguja estarán marcados de cerca con anuencia del FMI.
Cada una de ellas opera de manera autónoma sobre la inflación, pero, en combinación con las demás, podría llevar oxígeno a una eventual corrida de precios en el último trimestre del año. La crisis no terminó con las sonrisas de los negociadores de la deuda, sino que ese fue el punto inicial de un blanqueo de los desequilibrios generados por las cuarentenas sobre un cuerpo social ya castigado por décadas de políticas cortoplacistas. La pandemia aceleró los tiempos y el futuro ya llegó para cobrar su deuda.