En estas semanas de encierro pensé muchas veces en Roque, un empresario metalúrgico de nuestro país.
Roque es uno de tantos que alguna vez emprendieron algo y que subidos a esa tabla resbalosa que solemos llamar empresa lanzaron productos o servicios que gustaron a muchos, al punto que fueron adoptados, y se consolidaron en un mercado más o menos estable.
Como todos ellos, Roque armó un delicado sistema sobre el que pivoteaban los intereses de sus clientes, varios proveedores de acá y de afuera, empleados con sus obras sociales, los que confiaron y metieron plata (amigos y familiares, tantas veces), las empresas de servicios con tarifas fluctuantes y una carga fiscal que parecía una montaña rusa, aunque siempre ascendente.
Y Roque siguió, reinvirtiendo consecuentemente cada peso que le entraba. Al fin y al cabo, era su vida; ¿qué sería si no?.
Solo el 23% de las Pymes pudo pagar el sueldo de abril en tiempo y forma
En cada crisis –fueron tantas a lo largo de décadas–, el sistema que había creado se ponía a prueba. Había que destinar más tiempo a los que sin estar dentro de su empresa eran una parte interesada: visitas más frecuentes al oficial de crédito, llamadas al exterior para pedir consideración luego de otra devaluación, conversaciones interminables con el delegado sindical, discusiones por los dividendos establecidos en la asamblea del año anterior.
Al final de la cadena, naturalmente, lo esperaba su cardiólogo, que le advertía que un by pass ya era razón suficiente para bajar dos cambios. Pero el tipo le siguió poniendo el pecho a las balas hasta que, a principios de marzo, se desayunó con el COVID-19.
Aquella noticia interior leída de pasada bajo una sombrilla de La Lucila del Mar no era broma: tanos y gallegos (sus ancestros), franceses y británicos distraídos en el Brexit, aparecían en todos los programas tirados en la banquina por un virus importado por avión.
Una pandemia: ¡tomá mate!
Por las dudas, a fines de febrero tomó más deuda para aumentar el stock: lo único seguro en estas latitudes, decía. Tres semanas más tarde, se vino la cuarentena, una especie de eclipse comercial que empezó a acalambrar la cadena de pagos.
El delicado sistema de relojería que Roque había construido y maniobraba con oficio comenzó a crujir. Al principio sus clientes pidieron más, casi un acto reflejo a las mayores compras que hizo. Pero a fin de marzo, con todos guardados en casa y el presidente hablando en cadena nacional o fotografiado con un barbijo bajo su pera, mi amigo concluyó que no se trataba de una crisis igual a las demás.
El 8% de las pequeñas y medianas empresas puede bajar las persianas
La calle estaba muerta y olía a miedo: los pedidos se frenaron en seco; los plazos de cobranza aumentaron (ningún cliente paga si eso no da ocasión a otra compra); de golpe a los proveedores se les metió en la cabeza cobrar de acuerdo a lo que informaban sus facturas; el Estado protegía a los excluidos, les prestaba poca atención a los de su tipo, y de a ratos le mostraba los dientes, no vaya a ser que reduzca su plantel; y sus empleados, los indispensables para cumplir las obligaciones básicas de su pequeña planta industrial en Turdera, lo miraban atemorizados detrás de su barbijo.
Abrumado por sus pesadillas, Roque se pasea zombie por su departamento de Caballito, en el que improvisó una oficina en la pieza de servicio. Todos los días, a las 9 de la noche, nota cierta euforia en los vecinos de enfrente. ¿Qué les pasa?, piensa internamente. Sus dos hijos menores se unen a esa sonora ovación a médicos y paramédicos que se están dejando la piel en esta pandemia. Comparte su causa, pero no le quedan fuerzas para pensar en otra cosa que en su empresa.
Hace dos días se puso en contacto con el psiquiatra de la crisis pasada, para pedirle que le prescribiera algo para conciliar el sueño.
Roque es, acaso, muchos Roques: el arquetipo del empresario Pyme local. Sobreviviente de mil batallas, hoy está encerrado, aturdido y descorazonado, sabiendo que la que se viene es la peor de todas. Ni propia, ni sectorial, ni acaso otra nacional: esta batalla es planetaria. Una lucha sin precedentes en el mundo, inédita.
Las Pymes son a la economía nacional lo que es el eje a una calesita. Como informaba la Cámara Argentina de Comercio (en julio de 2018), de las 606.000 empresas empleadoras de nuestro país, el 99,4% tienen menos de 200 empleados y explican el 65% del empleo privado formal.
En ese mundo se inscribe Roque. ¿Encontrará los auxilios financieros que le permitan seguir adelante? ¿Hasta cuándo podrá pagar sueldos si no cobra lo que ya vendió, o si paga lo que ya compró? A eso se refiere cuando me habla de calambre.
¿Qué pasará con las familias de sus empleados? ¿Y con las de sus proveedores? ¿Qué pasará cuando la calesita dé su ultima vuelta y finalmente se detenga? ¿Volverá alguna vez Roque a dormir por las noches, a tener la esperanza de un sueño?
Yo aplaudo todas las noches a mi amigo Roque.
*Empresario. Presidente de Fundación Tejido Urbano.