Argentina es uno de los principales países productores y exportadores de miel. Hoy tiene la oportunidad económica de dejar de vender a granel y ofrecer un producto con identidad propia.
“En el imaginario colectivo Argentina es el país de las vacas y del trigo, pero en verdad también es el país de la miel, ya que somos uno de los principales productores y exportadores del mundo”, reflexiona Carlos Levin, ingeniero agrónomo y presidente de la Cámara Argentina de Fraccionadores de Miel (CAFRAM), aunque enfatiza que no se haya hecho demasiado por promoverlo.
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Es por eso que el objetivo de la CAFRAM se alinea en promocionar el producto, dejar de exportar a granel, agregarle valor y darle identidad propia, lo cual implica generar trabajo por la demanda de mano de obra, lograr presencia de productos argentinos en góndolas de todo el mundo y conseguir la fidelización de los clientes con la miel argentina.
“Tenemos 40 empresas en 11 provincias, lo cual nos permite ofrecer mieles muy distintas según su región, con características, clientes y posibilidades propias; la ventaja es que institucionalizando la oferta y con apoyo del Estado para poder exportar, tendríamos muchas más oportunidades”, explica Levin.
“Por ejemplo, hay un socio que tiene posibilidades de vender a Perú, pero no puede porque no hay convenio de reciprocidad, por eso estamos fortaleciendo relaciones con el Instituto Nacional de Alimentos (INAL) y el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA)”.
Articulación público-privada
Para Levin es fundamental lograr una articulación público-privada para que las exportaciones de miel fraccionada se agilicen y se logre un dinamismo económico que convoque a los productores.
Por este motivo, otras de las acciones de CAFRAM fueron generar vínculos con proveedores de envases de vidrio para la correcta conservación del producto (es lo que exigen los mercados internacionales) y formar un consejo compuesto por actores públicos y privados para fortalecer acciones de exportación, siempre pensando en valor agregado.
Además, desde julio la entidad es socia del Instituto Argentino de Normalización y Certificación (IRAM) y están trabajando en un sello y normas de calidad para certificar la miel.
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“Vinculadas a la miel hay muchas oportunidades comerciales que se podrían aprovechar, como por ejemplo pensar en una producción combinada de colza y miel: la miel de colza es muy valorada por aroma y color y la colza es ideal para producir biodiesel”, ejemplifica Levin. “La idea siempre es generar acciones que mejoren la vida de la gente. Hoy muchas familias se van del campo porque no encuentran oportunidades y la apicultura puede ser un factor de arraigo si los jóvenes ven que pueden vivir de esta actividad”.
En este contexto, la capacitación en apicultura, la comunicación a la sociedad sobre la importancia de la abeja y las posibilidades económicas para el país que ofrece la miel, y la difusión de la actividad son los ejes del cambio.
Con respecto a la difusión, Levin es contundente: “Se puede tener colmenas en toda la Argentina, desde Ushuaia hasta La Quiaca y es fundamental que la apicultura vuelva a la educación: hay muchísimas escuelas rurales que podrían producir miel y consumir el producto en desayunos y meriendas, de ese modo los chicos llevarían ese conocimiento a sus casas y le pueden cambiar la vida a su familia".
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Para producir este cambio Levin explica que hay que "sacarse esa idea que todavía mucha gente tiene de que las abejas son peligrosas, y empezar a comunicar la verdad: todos los servicios ambientales que nos brindan y que gracias a ellas tenemos comida en nuestro plato todos los días”.
"Sin abejas, el mundo dejaría de existir como lo conocemos"
“Esta es una actividad que despierta pasiones y que va más allá de dinero porque tiene que ver con la naturaleza misma, el problema es que hay poca conciencia sobre el ambiente y el desarrollo sustentable: basta ver las series y los medios para darse cuenta de que son temas ignorados, lo cual es bastante grave ya que más de 150.000 especies vegetales desaparecerían si las abejas dejan de hacer su trabajo, así que la vida tal como la conocemos dejaría de existir, ni más ni menos”.
Andrés González, oficial de Ganadería, Sanidad y Biodiversidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) coincide al afirmar que las abejas son de los insectos más importantes entre los polinizadores y, por lo tanto, esenciales para mantener la biodiversidad y proveer los servicios ecosistémicos de la polinización necesarios para la producción de importantes cultivos, contribuyendo directamente a la seguridad alimentaria y a los Objetivos de Desarrollo Sostenibles de las Naciones Unidas vinculados al Hambre Cero y a la Vida de los Ecosistemas Terrestres.
“La abeja no sólo contribuye a la producción, también está muy ligada a nuestra cultura: existen registros sobre apicultura en los códices del pueblo maya y los productos de la apicultura, como miel, cera y jalea real, entre otros, se usan en ceremoniales religiosos en distintas culturas y también como ingredientes medicinales”, destaca González y agrega que la FAO reconoce todas estas contribuciones de la apicultura a la sociedad y recientemente ha publicado una guía de Buenas Prácticas para la Agricultura Sostenible desarrollada junto a Apimondia, la Federación Internacional de Asociaciones de Apicultores.
“En 2021 se firmó un acuerdo con esta entidad en el Día de la Abeja para simbolizar la importancia de la visión de la FAO sobre la apicultura y los apicultores en relación con la seguridad alimentaria a nivel global, por eso nuestro compromiso está en continuar en la promoción y el apoyo de la apicultura, con foco en los pequeños productores y las mujeres apicultoras en los países en desarrollo”, recalca.
Además, la miel fue el producto elegido para la Argentina por la iniciativa global de FAO Un País, un Producto, que consiste en el Desarrollo de Productos Agrícolas Especiales de distintos países y que puntualmente en este caso apunta a desarrollar estrategias para diferenciar a la miel argentina en los mercados internacionales con el fin de dejar de exportar en tambores y pasar a exportar un producto con valor agregado.
La escasa valorización de los "servicios de polinización"
Para María Alejandra Palacio, coordinadora del INTA Proapi, una red de investigadores que trabajan de forma integrada con técnicos, apicultores y empresas en distintos territorios, hay una escasa valorización de los servicios de polinización que brindan las abejas a pesar del gran impacto biológico y económico que esto implica. Es por eso que desde el Proapi se trabaja especialmente en capacitación vinculada a este tema y a nutrición, sanidad, genética, cría de reinas y, también, agregado de valor.
Lo innovador de la propuesta es que se trata de un plan de profesionalización que consiste en 5 módulos que se desarrollan durante el año donde se integran todas las prácticas necesarias para los apiarios y, lo más destacado, es que además del INTA también cuenta con la certificación de la Universidad del Centro.
“La apicultura es una actividad productiva con alto potencial y es un ejemplo de una cadena agroalimentaria que está en manos de pequeños productores y que posicionan al país entre los líderes de producción y exportación de la miel”, destaca Palacio.
“Además, es de gran aporte a la sociedad porque representa una alternativa importante para las economías regionales dado que permite el desarrollo económico de los emprendedores y favorece los modelos asociativos, lo cual la convierte en una herramienta de desarrollo de los territorios. Otra de las ventajas es que no requiere de tierra propia, se desarrolla en todo el país e involucra a toda la familia”.
GZA crédito fotos: ©Ana Sofía Levin