Las lecturas sobre historia argentina, y en especial sobre sus principales líderes, habitualmente cuentan con un atractivo especial, más aún cuando la figura es el primer presidente radical, Hipólito Yrigoyen. Curiosamente, pese a las muchas colecciones de biografías políticas surgidas de investigaciones universitarias, Yrigoyen no ha sido objeto de ninguna de ellas.
Por tal motivo, el suplemento Educación conversó con el historiador Luciano De Privitellio sobre Confidencias (Eudeba), un libro escrito por Yrigoyen que esperó casi un siglo para ser descubierto y publicado. Los papeles de trabajo que dieron lugar a la publicación del texto llegaron a la luz pública gracias a la donación de una familia vinculada con uno de los secretarios del ex presidente, tal como De Privitellio, curador de esos papeles y prologuista del libro, nos cuenta.
- Confidencias (Eudeba), de Hipólito Yrigoyen, nos abre un nuevo capítulo sobre lo que podemos conocer sobre esta figura y su pensamiento. ¿Cómo fue el proceso por el cual este material llega a nuestras manos? ¿Qué va a encontrar el lector en estas páginas?
Poco después de culminar su primer gobierno en 1922, Yrigoyen inicia la escritura de un libro, al estilo de unas memorias de su gestión, algo que era bastante habitual en aquellos años. Hasta donde sabemos, escribió durante 1923, antes de retomar la actividad política un año más tarde. Aunque los editores no lo sabían, dos capítulos de esa obra que sobrevivieron (no sabemos cómo) en manos de los hermanos Horacio y Rodolfo Oyhanarte, fueron publicados en 1957 por la editorial Raigal, bajo el titulo Mi vida y mi doctrina.
Lo que nosotros encontramos, a través del Museo Casa Rosada, nos permite saber que esos dos capítulos eran, en realidad, solo una pequeña parte de un libro mucho más extenso. En los papeles de trabajo reconocimos al menos 27 capítulos, aunque no podemos estar seguros de cómo era la estructura final del libro. Si bien sabemos que cuando Yrigoyen asumió su segundo mandato esta obra estaba terminada y le fue obsequiada al flamante presidente en forma de un encuadernado, Yrigoyen nunca quiso que la obra se publicara. Esta férrea negativa forma parte tanto de la historia que cuenta Rodolfo Oyhanarte en 1957 como la que cuentan los papeles que encontramos.
Lo que logramos reconstruir de la historia de esos papeles es que formaban parte del archivo del propio Yrigoyen. Un día antes del golpe del 6 de septiembre, el presidente ordenó a sus secretarios privados, entre ellos José Alfonso Gómez, que sacaran todo lo que pudieran de su casa de la calle Brasil, ya que era muy posible que asaltaran su vivienda (algo que, sabemos, finalmente sucedió: su casa fue saqueada y sus bienes incendiados). Gómez salvo del saqueo un cuadro oficial del presidente, algunos objetos personales y un paquete con papeles de trabajo. Gómez no los guardó en su casa, sino en la de un “vecino italiano” ya que sabía que también su casa sería allanada. A salvo los objetos, huyó a Uruguay junto a otros militantes radicales en un bote en el que ni siquiera todo podía entrar, por lo cual los fugitivos se turnaron para nadar a la par del bote. Más tarde Gómez regresó a la Argentina y recuperó los bienes de Yrigoyen dispuesto a custodiarlos hasta poder darle un destino.
¿Cómo llegamos nosotros a estos objetos? Gracias a los descendientes de José Alfonso Gómez. El camino lo inició un concejal radical de Esquel, Sergio Sepiurka, un apasionado de La Trochita (conocida oficialmente como Viejo Expreso Patagónico, una línea de ferrocarril que une las provincias de Río Negro y Chubut de la Patagonia argentina). En un reciente aniversario de su fundación por parte del propio Yrigoyen, Sepiurka se contacta con varios ex ferroviarios y familiares de ex ferroviarios, entre ellos Amparo Cataldi. Amparo está vinculada con los Gómez por lazos familiares: su padre y el hijo de José A Gómez (ambos trabajadores ferroviarios y militantes radicales) son concuñados ya que ambos desposaron a dos hermanas de apellido Loncarich. Úrsula Loncarich, que para entonces vivía en CABA, era la nuera de José Alfonso. Y es Amparo la que le comenta a Sepiurka que, en el living de la casa de Úrsula, se exhibía aún el cuadro de Yrigoyen. Sepiurka le propuso a Úrsula donar el cuadro al Museo Casa Rosada y Úrsula aceptó con entusiasmo. Cuando visitamos la casa de Úrsula, ésta nos indicó que además del cuadro estaban “los papeles”. Y así es cómo llegamos al hallazgo de los escritos, casi 100 años después de su escritura. Cabe mencionar que, una vez entregados los bienes, Úrsula no dudo en decir “misión cumplida” y, pocos días más tarde, falleció.
Una vez incorporados los papeles al patrimonio del Museo, iniciamos el complejo trabajo de curaduría, edición y publicación que estuvo a cargo de personal del Museo bajo mi dirección. Eudeba, por su parte, se ocupó de la publicación.
Sobre su contenido, se trata de un libro de doctrina, pero escrito en un tono muy intimista, a la manera de unas memorias. Repasa su gobierno, al que llama de la reparación, aunque lo hace muy al estilo de Yrigoyen: no se trata de mencionar o comentar medidas de gobierno o acontecimientos específicos (Yrigoyen nunca lo hacía), sino de afirmar los valores que lo guiaron como gobernante.
- En la actualidad solemos conocer mucho de la vida íntima de los políticos. Esto, sin dudas, es parte de sus estrategias de comunicación. Sin embargo, Yrigoyen, en muchos aspectos –y parafraseando a Manuel Gálvez- es una figura misteriosa. ¿Por qué no contamos con biografías de Yrigoyen, como sí de otros emblemáticos protagonistas de la primera mitad del siglo XX?
Tenemos biografías. Lo sorprendente es la ausencia de biografías escritas por historiadores profesionales, me refiero sobre todo al universo de historiadores formados en universidades nacionales a partir de 1983, que es cuando la historia se organiza como una profesión sólida. Si, en cambio, han escrito al menos dos biografías de Marcelo T. Alvear, un presidente radical importante, pero no tanto como Yrigoyen. Hay varias biografías de Yrigoyen escritas por simpatizantes radicales, algunas de ellas son excelentes, en especial la escrita por Félix Luna. Pero el problema de todas ellas, incluyendo la de Luna, es que hablan más del mito de Yrigoyen que del personaje Yrigoyen. El resultado es un libro entretenido y muy bien escrito (como en general sucede con los libros de Luna), pero yo no estoy del todo seguro que muestre a un personaje real sino más bien a un personaje mitológico.
El problema del “misterio” de Yrigoyen no es un fenómeno surgido en estos tiempos, sino que él mismo hacía gala de una figura un tanto misteriosa durante su vida. A diferencia de otros políticos casi no daba discursos públicos y solía tener actitudes que desconcertaban incluso a sus más fieles seguidores. Conocemos sus ideas porque, en cambio, tenemos algunos escritos, cartas (algunas de ellas públicas), por lo menos hasta el hallazgo de Confidencias, pero la figura misteriosa es resultado de su propia personalidad y su manera de entender la política. Bueno es recordar que esto exasperaba a sus opositores (y a no pocos simpatizantes) que no por nada lo llamaban El Peludo.
Con respecto a cómo define su vida pública, es importante entender que se considera a sí mismo como la encarnación más pura y sólida de los valores de lo que denomina como la causa, a la que entendía sobre todo como una reparación espiritual y moral de la Argentina y el mundo. Por eso, Yrigoyen no hubiera comprendido del todo la distinción entre su figura pública o privada. Para él, público y privado van de la mano, son la misma cosa: en ambas dimensiones debía ser la encarnación más perfecta de la moral. Esta veta espiritualista no es para nada una excepción en los años que van del fin del XIX a comienzos del XX. Tanto en Europa como en América se extiende como una crítica feroz al mundo materialista. Pero en el caso de Yrigoyen, este espiritualismo está muy vinculado con sus concepciones krausistas (por Karl Krause, filósofo alemán). Esto explica tal vez ciertas extravagancias de Yrigoyen, como vestirse siempre de colores oscuros, una especie de “uniforme” de los krausistas, pero su pensamiento espiritualista, otra vez, tiene muy poco de original. Todos los que conocen bien, por ejemplo, Gálvez, suelen recordar sus hábitos de don juan, poco compatibles con la rígida moral krausista. Pero el secreto que siempre marcó este desliz lejos de poner en cuestión su moral tendía a ratificarla. Para Yrigoyen, vida privada y vida pública eran lo mismo.
- En tu estudio preliminar remarcás que, quienes escriben sobre su historia –no necesariamente historiadores profesionales- sobrevuela una tensión entre el mito y la persona. ¿De qué se trata esta tensión? ¿Cómo se vincula específicamente con lo que conocemos de Yrigoyen?
Justamente uno de los problemas en torno a su figura es que ha sido tan poco tratada por historiadores profesionales, me refiero al campo disciplinar que hace el intento de distinguir en los procesos históricos entre las miradas de la época, que tiene mucho de construcción personal o política, y los procesos reales. No es que descartamos la mirada de la época, eso sería un despropósito, pero lo trabajamos como un insumo más al que, como cualquier otro, sometemos a interrogantes y explicaciones más generales.
Cuando uno lee lo mucho que se ha escrito sobre Yrigoyen (y mucho de lo que aún se escribe hoy, por cierto) lo que suele suceder es que el personaje se parece mucho al mito que el propio Yrigoyen y el radicalismo difundían sobre él. Si Yrigoyen dice que inauguró la democracia en Argentina, pues aún hoy podemos leer que es en efecto lo que hizo. Si Yrigoyen dice que durante sus mandatos las elecciones fueron limpias, pues entonces fueron limpias. Y así. Esa extraña forma de credulidad, sin embargo, no se la concedemos a casi ninguna otra figura de la historia. Pero a Yrigoyen parece que sí; lo convertimos en una excepción epistemológica. A eso me refiero cuando digo que existe una tensión entre el mito y la persona.
Para el propio Yrigoyen y para muchos de sus seguidores, el único personaje comparable con era Jesucristo. Retomando esta idea es que Marcelo Padoan ha llamado a uno de sus libros sobre la discursividad yrigoyenista Jesús y el templo de los viles mercaderes. Aclaremos de inmediato que Padoan no cree eso, sino que lo analiza.
Pero es cierto que salvo excepciones tendemos a mirar el periodo yrigoyenista desde la mirada que los yrigoyenistas hacían de ese periodo. Algo que casi no le concedemos a ningún periodo de la historia. Uno de los temas que siempre remarco es el de la política electoral. Para Yrigoyen una elección limpia era, en esencia, una elección que ganaba él. Para definir esto no le interesan ni los métodos ni nada de eso, solo el resultado. Ganaron los radicales, fue limpia. Ganaron los conservadores, fue fraudulenta. Esa es la tensión. Y es difícil de resolver porque, aunque parezca un poco raro, hay muchas personas que aún hoy se definen como yrigoyenistas y la visión que suelen dar de Yrigoyen es la de su mito y no la de una persona, ciertamente un político extraordinario que logró construir algo parecido a un partido moderno y una sólida hegemonía política.
- ¿Cómo caracterizarías el liderazgo político de Yrigoyen a partir de la relación que tiene su vida privada y su vida pública?
La pregunta, para poder arrancar con la respuesta, podría ser más bien ¿qué mirada tenía Yrigoyen de la política y, dentro de esas ideas, entonces sí, como veía su propio liderazgo?
Lo primero que hay que decir es que muy al estilo de finales del siglo XIX y principios del XX, Yrigoyen creía que la historia estaba sometida a un pequeño conjunto de leyes a las que consideraba absolutas e inmodificables. Estas leyes eran esenciales para comprender el pasado, el presente y el futuro de la humanidad. En cierto sentido es lo mismo que cree, por ejemplo, el marxismo, que también someta a la historia a un conjunto limitado de leyes. Son las típicas filosofías de la historia tan en boga en esos años en los cuales las ciencias naturales ofrecían el modelo de análisis a las sociales.
Pero Yrigoyen no es marxista sino krausista y, por tanto, esas leyes no tienen nada que ver con el materialismo histórico, sino más bien con valores éticos y morales. Así, el progreso de la humanidad no se mide en función de clases sociales, ni siquiera de modos de producir bienes, sino de la imposición de valores. La historia está regida por una ley inmanente de naturaleza espiritual y no en cambio por una ley inmanente de naturaleza materialista. Y, por eso, es lícito asociar su figura con Jesús: ambos son encarnación del más radical desprendimiento material y de los más altos valores espirituales que, en el caso de Yrigoyen, suman además elementos de virtud cívica ya que, para él, la política no es sino la lucha por imponer la lógica de esos valores.
En el caso argentino, la marcha de la comunidad a la panacea moral se habría interrumpido en algún momento (vinculado a 1880 y la hegemonía del Partido Autonomista Nacional) y eso define lo que llama el régimen abyecto. Pero frente a ese régimen se alza la causa, es decir, la utopía moral que debe ser reimpuesta, ya que fue traicionada a través de la reparación. En este sentido, la reparación no sería sino la restitución de la ley histórica y es el propio Yrigoyen quien se siente el agente privilegiado de esa reparación. A veces incluso único: su pensamiento puede llegar a la idea de que el radicalismo puede doblegarse, pero él, nunca. Por eso es un líder. Porque encarna de un modo puro y perfecto la perfección moral de la causa y, por eso también, no hay distinción entre una dimensión pública y una privada. Y la política, por otra parte, es el único camino que une a ambas dimensiones y permite, en última instancia, actuar para que las leyes de la historia se impongan.
Se dirá: ¿no es contradictorio plantear al mismo tiempo la existencia de una ley y la necesidad de imponerla mediante la acción política? Pues quienes han estudiado el destino político de quienes se proclaman marxistas no encontrarán sorpresas: determinación y voluntad humana juegan un juego contradictorio, claro, si se observa desde la altura del puro análisis, pero de una eficacia extraordinaria cuando se trata de analizar el mundo sublunar del barro político cotidiano. Al fin y al cabo, lo mismo puede decirse de Vladimir Lenin o de Ernesto Guevara. Protagonizando la política creyendo a la vez en leyes inmanentes y voluntarismos extremos (que los tenían como protagonistas). Yrigoyen navegó a su manera por aguas equivalentes, y no sólo logro convencer a muchos de sus contemporáneos: aún hoy sigue ejerciendo una sorprendente y hasta desconcertante influencia sobre las miradas de la época que le tocó vivir.