La tecnología continúa avanzando y cada vez se pueden observar con más claridad los alcances de las transformaciones que provoca en los hábitos culturales y sociales de las personas, tanto en lo que respecta a los modos de acceder a la información y a las industrias culturales como a las formas de intercambios comerciales y de servicios.
En ese contexto, donde la innovación no se detiene, cada una de nuestras acciones alimenta una gran memoria digital que utiliza esa información para anticipar nuevas conductas. El Big Data -o macrodatos- es un término que hace referencia a una cantidad de información tal que supera la capacidad del software convencional para ser capturada, administrada y procesada en un tiempo razonable.
Esta información crece constantemente. Según las estimaciones que pueden encontrarse en la red el límite superior de procesamiento ha ido creciendo a lo largo de los años. Se estima que el mundo almacenó unos 5 zettabytes (1000 millones de terabytes) en 2014, la mitad de todo el “peso” de internet para estos días que ya supera los 10 zettabyte (la dimensión de este volumen si se pone esta información en libros, convirtiendo las imágenes a su equivalente en letras, se podría hacer 4500 pilas de libros que lleguen hasta el sol). Esa es la energía de la que se alimenta la inteligencia artificial, que se ha convertido en la gran protagonista de la revolución digital dada su capacidad para replicar las cualidades de la inteligencia humana.
Indudablemente, la AI, así conocida por sus siglas en inglés (artificial intelligence), desempeña un papel esencial en nuestra vida cotidiana y tiene un enorme potencial para nuestra sociedad. Sin embargo, su poder transformador trae consigo desafíos importantes, que van desde la generación de nuevas oportunidades en el acceso a la información y mejoras en los procesos de toma de decisiones hasta el riesgo de reproducir desigualdades o exclusiones en las búsquedas de empleo.
Así, la inteligencia artificial es una herramienta que puede resultar sumamente provechosa para solucionar diferentes problemáticas sociales y avanzar en saldar viejas y nuevas demandas, pero al mismo tiempo puede constituirse en una gran amenaza. Hoy, la tecnología está disponible, pero el gran desafío es cómo y para qué vamos a utilizarla.
TECNOLOGÍAS
PARA LA IGUALDAD
La reflexión sobre los fines de la tecnología se encuentra cada vez más presente como tema de debate en el ámbito académico. Semanas atrás, la Fundación Foro del Sur organizó la charla “Mujeres en la economía digital” en el marco de “Las Argentinas Trabajamos”, iniciativa de la que participó Renata Ávila, abogada guatemalteca especializada en la intersección de los derechos humanos con la tecnología.
“Nuestro desafío es cómo superamos la desigualdad en la era de los algoritmos”, profundizó Ávila al ser consultada por el suplemento Educación con motivo de su visita al país. Claro, es que suele decirse que la tecnología es el gran igualador de género porque es neutral. ¿Pero es esto cierto? La incorporación de la tecnología a los procesos productivos trae evidentes consecuencias en los trabajadores en general, ¿pero impacta de igual manera en las mujeres? ¿Qué les espera a las trabajadoras en la era del Big Data y los algoritmos?
“Hay un montón de mecanismos de decisión automatizados, diseñados por gente, pero que actúan independiente de los humanos. Entonces, en lugar de tener personas leyendo curriculum se tiene un sistema que busca por ellos, ahorrando tiempo y dinero, con parámetros que pueden ser, por ejemplo, ‘hombres o mujeres que no tengan hijos’, porque no quiero que falten al trabajo. Eso es ilegal (...). Ya desde la oferta laboral se pueden tener sesgos, podemos pedir a la empresa de sistemas, por ejemplo, que no le muestre nuestros avisos laborales a mujeres ‘pañuelos verdes’. Pero esto se puede dar vuelta. Queremos que la tecnología vuelva a ser nuestra, para defender los avances sociales que tuvimos”, advirtió la especialista.
Esta idea de apropiación de la tecnología es, sin duda, uno de los grandes desafíos de la educación hoy. Cómo entender el comportamiento humano a través de los datos y cómo usar esos datos de una manera positiva para la sociedad, son parte de las reflexiones que demanda la actualidad.
“Esa es la nueva formación digital que deben tener los chicos y las chicas, no dejemos que los eduquen los gigantes tecnológicos sobre cómo debe ser su percepción de la tecnología. Eso no es suficiente. Hemos pasado de una década intensa, la del 2000, donde éramos creadores de tecnología, de periodismo ciudadano y de Wikipedia, a ser una década haragana, pasiva y de consumo, moviendo un dedo y alimentando los sistemas de inteligencia artificial”, afirmó Ávila.
“Hemos pasado de una década intensa, la del 2000, donde éramos creadores de tecnología, de periodismo ciudadano y de Wikipedia, a ser una década haragana, pasiva y de consumo, moviendo un dedo y alimentando los sistemas de inteligencia artificial”. Renata Ávila.
EL APORTE DE LAS BÚSQUEDAS
Para acompañar el desarrollo tecnológico y generar una ciudadanía crítica que pueda comprender la instalación de estos fenómenos en nuestra vida cotidiana, la educación superior fue testigo de una serie de reflexiones en torno al vínculo de la inteligencia artificial con la filosofía y la política.
Invitado por la Federación de Docentes de las Universidades (FEDUN), el cientista de datos y economista norteamericano Seth Stephens Davidowitz visitó nuestro país recientemente para brindar una serie de charlas en la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el XIII Congreso en Economía y Gestión ECON 2019. Sus exposiciones buscaron acercar este reciente campo de estudio a docentes e investigadores de las universidades públicas argentinas.
El economista, que también obtuvo un máster en Filosofía en la Universidad de Stanford, se dedica al análisis crítico de datos. Tras su paso por Google, donde hizo aportes en el desarrollo de Google Trends, se abocó al estudio de la conducta de los usuarios de Google y sus búsquedas, que fueron volcadas en Todo el mundo miente, libro que plantea que, en privado, la gente es mucho más sincera que en sus manifestaciones públicas.
Pero las búsquedas de los usuarios quedan en un registro que las vuelve públicas -en el mejor de los casos, anónimas-, visibles y tentadoras para todo aquel que sepa cómo verlas y para qué usarlas. En efecto, a través de búsquedas de Google se obtienen nuevos conocimientos que permiten medir socialmente cuestiones como el racismo, el aborto, el abuso infantil, la preferencia sexual, la ansiedad, entre muchos otros temas.
En este sentido, Davidowitz explicó que, al combinar encuestas tradicionales con datos de los usuarios en internet, se pueden realizar importantes predicciones sobre el comportamiento humano. Bajo la premisa de que “todos mienten”, el especialista norteamericano sostiene que las personas no suelen ser honestas sobre sus pensamientos y sus acciones, pero en la intimidad de su hogar, computadora en mano, suelen realizar búsquedas que permiten ubicar a Google como una fuente de esa información. Internet se torna así en una herramienta más transparente que las respuestas que se dan en encuestas o grupos focales.
“Hemos detectado, luego de las investigaciones, que la gente suele mentir en la mayoría de sus interacciones pero que, por algún motivo, tiende a ser muy honesta con Google. Tal vez esto tiene que ver con que las personas se sienten cómodas y buscan lo que realmente les interesa, desean y piensan”, explicó el especialista.
Otro punto sobre el que profundizó Davidowitz giró en torno a cómo la sociedad puede apropiarse de estos datos de forma positiva, corriéndose del uso que realizan las corporaciones, para hacer importantes aportes al bien común. Al respecto, puso como ejemplo el tema de la salud y se refirió a una investigación en desarrollo vinculada al cáncer de páncreas, en la que se hizo una pesquisa de las búsquedas en Google de pacientes que sufrían esta enfermedad. Una vez establecidos estos patrones de búsqueda, se sintetizó la información para saber qué síntomas buscaban. Esta información usada correctamente “puede ser sumamente importante para realizar diagnósticos prematuros”, dijo.
Pero también expresó que existe un gran debate y un enorme desafío aún sobre este tema, y enfatizó en que debe crearse todo un aparato de legislaciones claras e instancias gubernamentales que se encarguen de dirigir y controlar el uso de los datos.
“La gente suele mentir en la mayoría de sus interacciones, pero, por algún motivo, tiende a ser muy honesta con Google. Tal vez esto tiene que ver con que las personas se sienten cómodas y buscan lo que realmente les interesa, desean y piensan”. Seth Stephens Davidowitz.
TECNOLOGÍA Y PODER
“La tecnología es política y la tecnología no está aislada de esta disputa por el poder”. Con esta frase, Renata Ávila ilustra de manera taxativa el rol de la tecnología en las sociedades actuales. Tal como destacamos anteriormente, la especialista guatemalteca plantea también un desafío en relación a pensar el uso de la inteligencia artificial en el marco de una estrategia nacional superior que la contenga.
“No estamos desarrollando la tecnología que la gente necesita y no estamos dando las oportunidades que nuestros sectores necesitan para desarrollarse. Tenemos que desarrollar una estrategia de innovación social digital, una estrategia de inteligencia artificial nacional que debe incluir un capítulo sobre esto, con presupuesto, con medidas específicas y con modelos de cooperación”, expresó.
El trabajo de expertos en la materia, como es el caso de las reflexiones de Ávila o Davidowitz, puede leerse en una clave interesante de cara al futuro: la tecnología tiene el potencial de mejorar la vida de todos los habitantes de la tierra, pero debemos buscar la forma de que esta premisa no quede solo en buenas intenciones o, peor aún, se limite a reproducir las desigualdades históricas y preexistentes.
Este es, sin duda, uno de los retos más importantes del presente, y la universidad puede contribuir a comprender los alcances de los avances tecnológicos y realizar la tarea de resignificarlos con el objetivo de lograr que se conviertan en mecanismos de inclusión y no de exclusión, en herramientas que brinden más oportunidades en lugar de generar selección y más desigualdad.
*Docente UBA