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Invertir el mundo para pensarlo de nuevo: Utopía del Sur y la cartografía contestataria de Uriburu

Dos estudiantes de la Universidad del Sur de Buenos Aires (USBA) elaboraron un trabajo para la materia Comunicación, Sociología e Historia, que fue seleccionado por la docente para su publicación.

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| Juan Obregón

Dos estudiantes de la Universidad del Sur de Buenos Aires (USBA) realizaron un trabajo para la materia Comunicación, Sociología e Historia, que fue seleccionado por la docente para su publicación. Como parte del proyecto, debieron visitar el Museo de Bellas Artes y analizar una obra de arte contemporánea a partir de los materiales teóricos propuestos en clase.

Crítica de arte sobre la obra en lienzo de Nicolás García Uriburu: Utopía del Sur (colección del Museo de Bellas Artes).

Utopía del Sur
Utopía del Sur, Nicolás García Uriburu

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“Me dijeron que en el Reino del Revés hay un señor, llamado Andrés, que se cae para arriba y que una vez, no pudo bajar después.” M.E. Walsh

Expira mayo en la ciudad Buenos Aires cuando se acuerda la cita: “a las 11 frente al Museo Nacional de Bellas Artes”.

La comitiva surca las plazas teñidas en ocre intervenidas por el artista anónimo que aparece puntual a profetizar el invierno. El entorno es determinadamente anticipatorio del destino que se avecina.

Arribamos. El edificio es un templo en sí mismo e invita a la devoción. El cuerpo se hace ojo, el ojo mirada, la mirada pulsiones. Se alza al fin la cabeza acostumbrada a una virtualidad bestial e incorpórea. Trepamos.

En el segundo piso del museo los pies abandonan el nomadismo ante Utopía del Sur, una obra realizada en 1993 por el artista argentino Nicolás García Uriburu, quien desarrolló buena parte de su trabajo entre las décadas de 1960 y 1990, mientras exploraba la relación entre la naturaleza, la política y los modos de representación. En este caso, Uriburu presenta una imagen invertida del mapa del mundo con el hemisferio sur en la parte superior. La obra, queridos lectores, es una postulación política y forma parte de una serie de representaciones cartográficas que el artista produjo en la última década del siglo XX en un pronunciado diálogo con sus preocupaciones ambientales, culturales y semiológicas.

Por encima de las modas estéticas o las etiquetas institucionales, el arte de Nicolás García Uriburu emerge en la segunda mitad del siglo XX como un grito de advertencia y una forma de resistencia. La Cartografía invertida se erige en una estética del descentramiento; un quiebre de lo estático y estatuido.

Utopía del Sur sintoniza directamente con lo que el escritor Eduardo Galeano identifica como una condición estructural de América Latina: “la identidad latinoamericana se ha constituido en la marginalidad, a través del espejo roto del centro” (Las venas abiertas de América Latina, 1971). Al invertir simbólicamente el mapa del mundo, el artista no solo subvierte un orden cartográfico, sino también epistémico y geopolítico: el Sur —históricamente subordinado— deviene en sujeto que enuncia, que denuncia y que propone. Uriburu convierte a América Latina en el centro de una conciencia iconográfica global transformando los márgenes en espacios de significación política y simbólica. La colorimetría resignifica conceptos. Lo propio representa todo un gesto político ideológico que tiene un correlato visual claro: en sus mapas, el rojo de la sangre corre por los ríos del continente aludiendo directamente al uruguayo ilustre: “nuestras riquezas han generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros”. Uriburu visualiza estas venas abiertas con un dramatismo cromático que no embellece, sino que lastima la mirada.

“La mejor prosa no nace de la herida, sino de la cicatriz”, dice un viejo adagio. Quizás Latinoamérica sea justamente eso: un archipiélago de tierra, carne y lengua, marcado por un corte brutal. Un territorio cuyo cuerpo fue reconfigurado por los discursos dominantes, unido al continente apenas por una columna vertebral de tierra frágil y en constante erosión.

Estética, poder y medios

Así, como nos habla el “tajo” latino, Utopía del sur plantea la contra comunicación y, con ella, la descolonización estética. Para para el filósofo y escritor francés, Regís Debray, “la ideología dominante es la ideología de los dominadores” (1992), y en ese marco, el arte de Uriburu se alza como un lenguaje alternativo que subvierte los códigos visuales e institucionales del arte hegemónico. Uriburu altera el continente y convierte un símbolo de la tradición cultural europea en una superficie de protesta.

El poder no se impone a fuerza de decretos y uniformes, también necesita ecos: verse, repetirse, flotar en el aire. En efecto, Debray llama “mediasfera” a esa red de signos y tecnologías que contribuyen a legitimar y perdurar el poder. Una esfera que reproduce la dominación por medio de palabras, imágenes y pantallas: el aliento de la autoridad.

El arte, entonces, se vuelve acción directa y transforma el espacio público en territorio de disputa simbólica. “Pinto mi cuerpo, mi sexo y las aguas del mundo”, decía García Uriburu, para señalar que su cuerpo, el territorio y la naturaleza son superficies políticas marcadas por la violencia del desarrollo desigual. La naturaleza no es paisaje, es campo de batalla.

Micro revolución y contagio social

Desde una mirada sociológica, las acciones de Uriburu también pueden leerse a través del prisma de Gabriel Tarde considerado uno de los pioneros de los estudios sobre la opinión pública por su teoría de la imitación como base de la vida social. Tarde entendía la transformación social como un proceso de invención creativa que se propaga por imitación. En ese sentido, las coloraciones fluviales y los mapas invertidos no son solo gestos estéticos, sino creaciones sociales: actos de deseo, de imaginación colectiva, que invitan a ser reproducidos. Como sostenía, “toda innovación comienza en una mente singular y se disemina por contagio social”. Así, el mapa invertido constituye una propuesta performativa, una acción que invita a reconfigurar cómo pensamos el espacio, el poder y el saber.

Tarde sostiene que “la sociedad es un conjunto de creaciones, y no simplemente una estructura de funciones” (1890). Uriburu, al operar desde la creatividad poética, realiza una micro revolución que apela a la conciencia antes que a la fuerza. El verde —color de la naturaleza, de la esperanza, pero también del tránsito desde el rojo de la violencia— opera como símbolo del deseo de otra vida posible, menos depredadora, más armónica.

Arte, negatividad y praxis social

El carácter provocador del arte de Uriburu puede pensarse a partir de la noción de negatividad en Theodor W. Adorno, un pensador fundamental para entender el arte como espacio de oposición. Según Adorno, “el arte es la antítesis del mundo administrado”. Uriburu se sitúa justamente en ese lugar: como un anti administrador del orden visual y ecológico, denuncia no solo la destrucción de la naturaleza, sino también la fetichización del arte como mercancía.

En el contexto convulsionado de los años 60, con la emergencia de los movimientos contraculturales, el flower power, el situacionismo y las luchas antiimperialistas, la obra de Uriburu aparece como una forma artística coherente para con su tiempo. Como él mismo entendía, “sin provocación no hay vocación”, y su vocación era la de agitar conciencias, no la de complacer gustos (autocomplacencia propia de este s. XXI).

Utopía del Sur no es la imagen de un paraíso perdido ni de un ideal lejano. Es una acusación feroz al presente y un llamado a pensar en otros futuros posibles. Desde la melancolía anticipada por la destrucción ambiental hasta el deseo de revertir el orden colonial de las imágenes, Uriburu construyó una obra profundamente política que —como él mismo diría— “apela a todos los recursos que cuestionen la evolución y el progreso que amenazan la vida humana”.

En un mundo donde el Norte industrial sigue saqueando y contaminando, su verde efímero sigue brillando como un símbolo de resistencia. La utopía no es evasión: es afirmación de lo posible desde los márgenes. En la poética de Uriburu, el arte no representa: interviene.

Capital simbólico: mapa como discurso

Al invertir el mapa, Uriburu trastorna ese capital simbólico y revela que esa orientación no es neutra, sino una construcción colonial del mundo. El mismo Bourdieu señala que “la violencia simbólica es aquella que logra imponerse como legítima sin necesidad de justificación explícita”.

De esta manera la inversión del mapa es una acción que desacraliza la imagen dominante del orden mundial y la reemplaza por una visión contestataria donde el Sur toma la palabra. El Sur deja de ser iterativo, copiado, imitativo. El Sur también puede ser creativo, al decir de Gabriel Tarde.

Uriburu no pretende que todos den vuelta el mapa, sino que interioricen la posibilidad de ver el mundo desde otra perspectiva, una que desnaturalice la supremacía del Norte.

Imitación como reproducción del orden dominante

En los mapas tradicionales enseñados en escuelas y medios de comunicación, el mundo está organizado de manera que reproduce el punto de vista del poder: Europa en el centro, América Latina marginal, África abajo, invisibilizada.

“La ideología dominante es la ideología de los dominadores”, diría Debray; entonces, ¿por qué no permitirnos pensar que estos tradicionales y pretéritos mapas no son geografía, sino ideología?

El mapa girado, estimado lector, rompe la imitación ciega y propone una creación subversiva, una “invención imitativa” que puede reproducirse y multiplicarse como conciencia crítica para beneficio de la humanidad.

Tal vez sea hora de dejar de mirar el mundo al revés, no porque el mapa esté girado, sino porque la historia siempre lo estuvo.

Por Norma Cabada y Sofia Armani, estudiantes de la Licenciatura de Comunicación Institucional y Comunicación Periodística de la USBA.