EDUCACIóN
Entrevista a Isidoro Cheresky

“Los electores designan gobernantes legales y los reconocen, pero no transfieren plenamente la soberanía en el acto electoral”

Educación dialogó con el doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Toulouse Le Mirail y autor de Soberanía ciudadana y presidentes en busca de hegemonía (Prometeo), Isidoro Cheresky, sobre la democracia actual, la ciudadanía y el liderazgo político.

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La democracia está mutando. Son pocos los cientistas sociales que dudan de dicha afirmación. Sin embargo, la cuestión es definir hacia donde está yendo.

Para profundizar sobre estos procesos, el suplemento Educación dialogó con el doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Toulouse Le Mirail y autor de Soberanía ciudadana y presidentes en busca de hegemonía (Prometeo), Isidoro Cheresky, quien afirmó que “el sistema representativo, tal y como existía, está en decadencia porque la base de su funcionamiento era la existencia de una ciudadanía que se inscribía en identidades políticas, en partidos”. Ahora, sin embargo, el sistema representativo da espacio “a la emergencia de líderes de popularidad, es decir, líderes que no adicionan demandas, sino que producen un sentido”, expresó.

 

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El descontento de los electores respecto a los políticos parece ser lo que alimenta, en gran medida, al voto en nuestra época. Como señalás en tu libro, en las PASO de 2015 “un 40% del electorado no había votado por ninguno de los candidatos que llegaron al balotaje”. ¿Cuál es el lugar que ocupa este descontento en la puja proselitista?

La conflictividad es propia de la democracia, y en períodos en que se está en búsqueda de otra relación entre ciudadanos y élites, ella adquiere mayor relieve. Ni la desconfianza ni el estallido ciudadano serán desalojados, pues se enraízan en las diferencias que atraviesa la ciudadanía.

En ese sentido, los líderes de popularidad emergen porque pueden disputar un liderazgo en la arena ciudadana estableciendo una relación directa con los electores. La dificultad que afrontan es instituir un sentido diferente al de sus rivales, lo que frecuentemente tiene como principal recurso la negatividad, que es convocante porque el o los destinatarios del descontento –una situación social o económica, el rechazo per se a quienes gobiernan o a algún rival en particular- parecen más específicos que las promesas.

 

¿Qué lugar ocupa la ciudadanía en nuestra democracia?

Lo que suele aparecer como más visible, son los liderazgos de popularidad de diferente vocación. En verdad, lo que se viene expandiendo, ante todo en detrimento del sistema de partidos y de la representación tradicional, es una nueva ciudadanía.

La ciudadanía tiene centralidad porque vivimos en un mundo de hipervisivilidad e hiperpresencia, provistas por los medios de comunicación tradicionales y los nuevos. Como característica de la época, hay una desafección de los ciudadanos, una autonomización respecto a los partidos políticos, tanto en Argentina como en el resto del mundo. Ese es el panorama en el cual se vota, sin embargo, en el acto electoral no hay transferencia de soberanía. Los contemporáneos se comportan con una suerte de ideal de auto representación. Esta nueva ciudadanía es libre y diversa, y en consecuencia, no se atiene al respeto de las autoridades tradicionales. Los electores designan gobernantes legales y los reconocen, pero no transfieren plenamente la soberanía en el acto electoral.

 

La crisis de las autoridades tradicionales, entre ellas, los partidos políticos y los líderes tradicionales, pareciera ser el caldo de cultivo para que surjan, cada vez con mayor frecuencia, los outsideres. ¿Esto es así?

Los outsiders emergentes son líderes que responden –dan sentido y forma- a un gran malestar o descontento que no es apropiadamente abordado por la representación tradicional.

El nuevo modo de representación por el que acceden al gobierno líderes personalistas, se sustenta en la credibilidad de la renovación y ruptura con el status quo que prometen, y esa desconfianza tiene sustento. Los partidos políticos remanentes y otras organizaciones son partícipes en grados variables del status quo, y las críticas reformistas abundan en matices y no pueden ni cuentan generalmente con los recursos humanos para trazar otro rumbo. Custodian tradiciones que han perdido vigencia.

 

En definitiva, ¿podríamos asegurar que estamos viviendo una crisis del sistema representativo?

La gran transformación que ha habido en los últimos veinte años ha sido la expansión del espacio público suministrado por internet y las redes sociales. Ahora el espacio público no está más comandado por dirigentes, funcionarios o grandes diarios. Esta no es una sociedad revolucionaria, pero está distanciada respecto al poder, y lo que en el mundo se ve como crisis política, explica las fluctuaciones. Hay una pregunta entre quienes nos preocupamos por la teoría política, que es qué ocurre con la democracia en el siglo XXI. El sistema representativo, tal y como existía, está en decadencia porque la base de su funcionamiento era la existencia de una ciudadanía que se inscribía en identidades políticas, en partidos. Los actores de la política eran partidos que se confrontaban, que se disputaban el acceso al poder.

Ahora, el sistema representativo, desde el momento en que los ciudadanos se apartan de una identificación permanente, da espacio no a partidos, sino a la emergencia de líderes de popularidad, es decir, líderes que no adicionan demandas, sino que producen un sentido.

El liderazgo de popularidad está posibilitado por una ciudadanía que está autonomizada, que no tiene adhesiones permanentes, aunque sí en ciertos momentos da reconocimientos a partir de la misma popularidad y el electorado fluctuante.

El sistema representativo, tal y como ha existido hasta ahora, y que se ha caracterizado por las representaciones, está en decadencia porque los ciudadanos hablan por sí mismos, tienden a manifestarse, sobre todo en el registro de la negatividad, es decir, rechazando.

La constitución de liderazgos surge en ese contexto de negatividad, es decir, descalificando a los que están en el poder en ese momento o en relación a un enemigo del pueblo. En 2003, por ejemplo, ese enemigo era Menem.

 

¿Cuáles son los riesgos que suscitan los caminos actuales por donde transita la democracia de cara a los próximos años?

Lo advierte Alexis de Tocqueville: el riesgo de la democracia que hay que asumir es que los ciudadanos se desentiendan de la política y vivan vidas privadas pensando simplemente en la reproducción de la vida. En las sociedades contemporáneas, el efecto de estas transformaciones -que van desde las nuevas tecnologías hasta las nuevas costumbres, generando nuevos debates-, está en un posible repliegue de los individuos hacia el ámbito privado o las expresiones de descontento hacia la pura negatividad. No obstante ello, estas expresiones de descontento, en la espontaneidad, son efectivamente una expansión de la libertad.

Uno de los riesgos para las democracias contemporáneas es el deseo por parte de los líderes de popularidad de eternizarse en el poder, ganar elecciones y después gobernar ignorando incluso los procesamientos que le permitieron ganar las mismas elecciones. En definitiva, pensar que el pueblo está en sus cuerpos es un riesgo. Parece un chiste, pero cuando uno los estudia, ellos mismos dicen esto.

Respecto a los partidos políticos, creo que debería haber de nuevo cuño que impidiesen la trascendencia de estos liderazgos tan personalistas como son los liderazgos de popularidad. El liderazgo personalista existió en el pasado, pero ahora adquirió mayor significación.

 

*Politólogo, sociólogo, investigador y docente (UBA)

@leandro_bruni