Como con todo célebre pensador que ha desarrollado sus labores y ha publicado textos militares, históricos, poéticos, dramatúrgicos y políticos, resulta parcial cualquier abordaje que se pueda hacer sobre su obra. En este caso nos interesa iluminar el aporte que Nicolás Maquiavelo (1469-1527) hizo en torno al poder político. Mientras que Aristóteles es considerado un precursor de la ciencia política por sus estudios empíricos y sistemáticos, Maquiavelo fue quien caracterizó a la política como necesaria y autónoma respecto de la ética y la religión. En otras palabras, fue de quien heredamos el acierto de que, para estudiar los fenómenos ligados al poder, es preciso secular la política.
Este punto siempre despierta posiciones dicotómicas. Por un lado, están quienes sostienen que Maquiavelo desarraigó a la política de la moral y que eso es denostable. Otros, por el contrario, ven esto como algo positivo. Sin embargo, hay quienes sostienen -como lo hace Eduardo Rinesi en Política y tragedia (Colihue)- que el pensador florentino llena su teoría política de moral, pero no la cristiana, tan arraigada en el siglo XVI, cuando publicó su obra.
En estas escuetas líneas nos interesa enfocar los aportes de Maquiavelo en un área específica de la ciencia política. Fueron tres los elementos de la comunicación política moderna que nuestro autor logró anticipar: la contingencia, las crisis y la imagen.
Contingencia
El autor de El Príncipe entendió el vínculo relacional que implica el ejercicio del poder, como el carácter contingente de la modernidad. Pero la fortuna, la suerte, no es el único actor en nuestro mundo. Si solo hubiese suerte, devenir, predestinación, no hubiéramos salido nunca de la Edad Media. En la modernidad las cosas pueden pasar o no, y en esa posibilidad la acción de las personas -y sus virtudes- juegan un papel fundamental. En términos electorales, si la intervención de los candidatos y los gobernantes no produjera ningún efecto, y todo estaría irremediablemente determinado, nadie se molestaría en hacer campañas electorales, planificar su comunicación de gobierno o diseñar una estrategia. Pero Maquiavelo nos alerta: “la fortuna manifiesta su potencia allí en donde no hay ninguna virtud dispuesta para resistirla” (cap. XXV).
Crisis
El tiempo es pendular para nuestro autor. La calma y la crisis se pueden alternar rápidamente. En esa dinámica no resultaría virtuoso un gobernante que solo sea -esencialmente- de una manera. Lo virtuoso para Maquiavelo es que, quien gobierna, pueda adaptarse a lo que necesita en cada momento, ya sea que atraviese etapas de crisis o de serenidad. En otras palabras, “necesita tener un ánimo dispuesto a moverse según le exigen los vientos y las variaciones de la fortuna” (cap. XVIII).
Sin dudas, el estudio de la política –cuyo objeto es el poder- desestima, a partir del aporte de Maquiavelo, considerar que un gobernante es efectivo cuando solo es bueno. La versatilidad, la adaptabilidad y el pragmatismo son los valores que el florentino le imprimiría a la política. Sin embargo, por si algún desprevenido lo interpretaba mal, procuró aclarar que no debe “alejarse del bien, si se puede, pero hay que saber entrar en el mal si se lo necesita” (cap. XVIII). He aquí la moral que señala Rinesi.
Imagen
“La imagen es eje central en la construcción del liderazgo del gobernante. En definitiva, lo que desvela a Maquiavelo es lo que hoy llamaríamos “percepción”. Como señala, “no es necesario que el príncipe tenga cualidades deseables, pero sí mucho que parezca tenerlas” (cap. XVIII).
Para nuestro escritor, los súbditos, los gobernados, no son meros espectadores del espectáculo político orquestado por el príncipe. Todo poder es una relación, y el vínculo emocional del soberano con el pueblo es esencial para que esa relación no se deteriore. Para Maquiavelo es importante ese feedback. No basta con emitir un mensaje, sino que importa mucho cómo lo percibe y cómo responde el electorado.
La lectura de Maquiavelo es un clásico. Como esgrime Tomás Várnagy en Fortuna y Virtud en la República Democrática (CLACSO), los clásicos son aquellos que aún con una temporalidad de 500 años, como es el caso de nuestro autor, sus líneas son significativas y sus pensamientos, movilizantes.
Maquiavelo estudia el poder empírico. Decide sacrificar la tradición de pensar en el buen gobierno, en el rey filósofo de Platón o en la divinidad con la que se enarbolaba al monarca cristiano del medioevo, con el objetivo superior de pensar cómo construir, mantener y aumentar el poder en cada circunstancia.
*Politólogo, docente e investigador (UBA) @leandro_bruni