Las personas pasamos cada vez más tiempo en el mundo virtual. Ya sea consumiendo contenido o produciéndolo, nuestra vida social parece haber dado un vuelco al universo de las nuevas mediatizaciones. Hay quienes sostienen que el COVID-19 modificó nuestras prácticas digitales adquiriendo nuevos hábitos. Otros opinan que, en lugar de modificar lo que hacíamos, la pandemia aceleró un proceso larvado. Lo cierto es que hoy no solo los dispositivos digitales, sino también las aplicaciones de teleconferencia y mensajería, son parte de nuestra vida cotidiana sin parecernos extrañas.
Para profundizar sobre esta problemática, se vuelve oportuna la lectura del libro recientemente publicado por La Crujía “Vidas mediáticas: entre los masivo y lo individual”, escrito por el doctor en Ciencias Sociales (UBA), José Luis Fernández, quien pretende brindar algunas herramientas para abordar la complejidad de la virtualidad. “Lo central es comprender que las diversas mediatizaciones, plataformas, aplicaciones y redes, y sus relaciones con los resistentes medios masivos, son contextos de nuestra vida social, del mismo modo en que lo son el hogar, el bar y la oficina donde trabajamos”, anticipa en un diálogo sobre su nueva obra.
- Como mencionamos anteriormente, hay quienes sostienen que el COVID modificó nuestras prácticas digitales adquiriendo nuevos hábitos. Otros opinan que, en lugar de modificar lo que hacíamos, la pandemia aceleró un proceso larvado. ¿Cuál es tu mirada sobre estas dos posturas? ¿Cuál consideras que es el principal contraste, en términos comunicacionales y tecnológicos, entre 2019 y 2021?
Soy de los que observan que con la pandemia se aceleró y profundizó un complejo proceso de mediatización que, sin embargo, ya estaba en marcha. Buena parte de la actividad afectiva, profesional, comercial y financiera ya se realizaba en plataformas y aplicaciones. Las interacciones individuales por chat llevan un par de décadas. Facebook y Twitter hace tiempo que exceden sus objetivos originales, YouTube es el mayor sitio de distribución de videos, música y de tutoriales, y antes del confinamiento, Spotify, Instagram y TikTok estaban en pleno ascenso.
Las principales transformaciones a partir de la pandemia se presentaron en lo que eran intercambios grupales que se realizaban cara a cara: las reuniones familiares y de amigos, las actividades educativas en aulas, y los viajes y encuentros académicos y por negocios. Lo que ocurrió y generó un fuerte efecto de dramatismo y pérdida, es que se trataba de actividades, cotidianas o periódicas, que incluían fuertes componentes de afectividad.
Las plataformas son contextos de las vidas mediáticas @unfernandezmas
— La Crujía editorial y librería (@LaCrujiaEd) March 23, 2021
V i d a s m e d i á t i c a s pic.twitter.com/XXyWpBGoab
- Con mayor evidencia que antes de la cuarentena, las personas pasamos cada vez más tiempo en la web. Ya sea consumiendo contenido o produciéndolo, nuestra vida social parece haber dado un vuelco al mundo virtual. ¿Qué impacto tiene esta tendencia para los estudios sociales? ¿Cuál es tu mirada respecto a la incidencia de la vida social en la web?
Desde el punto de vista de los estudios sociales, hay que tener en cuenta un doble proceso: se pasa más tiempo en conexión, pero también se pasa menos tiempo en actividades presenciales que, como vimos, están cargadas de afectividad y de contacto corporal cercano.
Las reacciones frente al avance de la vida social en la web y las pérdidas de la presencialidad son muy diferentes según segmentos poblacionales.
Lo más sorprendente ha sido la añoranza por la presencialidad de los sectores juveniles, que no estaban definitivamente conectados, como se temía, y el que muchos adultos mayores aceptaron su confinamiento porque encontraron desafíos y entretenimientos en diversas plataformas.
De allí nuevos temas de estudios sobre mediatizaciones, pero también desde el punto de vista etnográfico o microsociológico: el crecimiento de los festejos clandestinos y las relaciones entre abuelos y nietos, que es muy probable que salgan fortalecidas de la pandemia. En lo educativo, si bien se insiste en la relación entre desconexión y niveles socioeconómicos bajos, la experiencia muestra que las dificultades para aprender en lo no presencial no se reducen a los problemas de conexión, sino a los diferentes modos de procesamiento de lo didáctico, tanto entre los docentes como entre los alumnos. Además, se descubrió que, en muchos hogares, aun con niveles socioeconómicos relativamente altos, no hay suficientes dispositivos como para garantizar que cada integrante de la familia tenga un punto individual de conexión.
- ¿Cómo fue la génesis de “Vidas mediáticas: entre lo masivo y lo individual”? ¿Qué objetivos tenías cuando pensaste el libro? ¿Cuál es la propuesta que se dispara a partir de esta interesante obra?
El primer objetivo en el diseño del libro, muy consensuado con colegas, fue el de llamar la atención sobre la complejidad presente, aun de las mediatizaciones que se consideran más sencillas. Una conversación por una plataforma tipo Zoom, Skype o Meet, pone en juego complejas interacciones en las que intervienen dispositivos técnicos (¿te muteás o no?), sofisticaciones genérico-estilísticas (las relaciones entre ironía y argumentación, por ejemplo) y usos muy diversos (mientras organizo una clase trato de resultarle simpático a algún integrante).
El segundo objetivo fue el de proveer y proponer una base común para las diferentes disciplinas que estudian las mediatizaciones. Ellas oscilan en diferentes definiciones y jerarquizaciones dentro de los fenómenos, algunas muy generales e imprecisas, otras muy especializadas e imposibles de compartir. La propuesta común es la de enfocar como centrales a los sistemas de intercambio discursivo, que pueden ser diversos dentro de cada plataforma y aplicación, pero que sin los cuales no existirían las vidas mediáticas desde ningún punto de vista.
- ¿Cuáles consideras que son los desafíos que tendrán los investigadores a partir de las nuevas configuraciones comunicacionales?
El principal desafío es reconstruir todas las aproximaciones desde diversos enfoques sobre la mediatización, para establecer el campo común al que nos obligan la experiencia y la investigación sobre las vidas mediáticas: semiótica, ecología de los medios, etnografías, historias y economías de los medios, y el big data, están obligados a converger, no por buena voluntad, sino porque las vidas mediáticas obligan a la multidisciplina.
- Por último, ¿qué deberíamos entender, no como estudiosos sino como consumidores y productores de contenidos en lo mediático, sobre nosotros y el tiempo que nos toca vivir?
Lo central es comprender que las diversas mediatizaciones, plataformas, aplicaciones y redes, y sus relaciones con los resistentes medios masivos, son contextos de nuestra vida social, del mismo modo en que lo son el hogar, el bar, la oficina donde trabajamos, las instituciones educativas, los clubes o las sucursales bancarias. Si elimináramos esos contextos no habría vida social y cultural, aunque no sólo con los contextos alcanza: hay que comprender cada intercambio dentro de ellos.