Primero estudió matemática aplicada a medio camino entre la matemática pura y la ingeniería, una carrera poco difundida en Latinoamérica, en el Instituto de Enseñanza Superior del Ejército.
A eso le sumó una especialización en aplicaciones tecnológicas de la energía nuclear, en el Balseiro. "Un estudio de blindajes radiológicos de reactores nucleares", agrega, pretendiendo aclarar.
"Y el doctorado, en ciencias de la ingeniería, lo hice estudiando la fluidodinámica de combustibles de reactores nucleares refrigerados a gas”, sonríe y pone cara de ‘no me digas que ahora no se entiende todo’.
Evidentemente no me conviene seguir por este rumbo en la conversación con Raúl Marino, si busco saber quién es. Hasta el momento, estamos enredados en una complejidad parecida a la que experimentan los perros sensatos, cuando se acuestan en el piso boca arriba en actitud de franca rendición.
Digamos, para simplificar, que luego de un periplo académico y científico arduo, el mendocino Raúl Guillermo Marino llegó a la Inteligencia Artificial (IA) abordándola desde, al menos, dos ángulos distintos: uno, la investigación del más alto nivel; dos, el desarrollo de soluciones en el sector privado.
Ambas sendas discurren bien cerca una de otra, porque la pasión de Marino es la educación. Allí confluyen sus deseos y sus esfuerzos mayores.
"Hoy estamos formando a los médicos que nos van a operar cuando vos y yo seamos viejos, reflexiona en un café porteño muy poblado, cerca de las ocho de la noche, y es hora de que tomemos decisiones para hacer una educación distinta, educando a cada uno según sus singularidades. Y la tecnología en eso es un gran aliado".
Como responsable del Departamento de Ambiente y Movilidad del ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires) Marino viene proponiendo un cambio de cultura en la forma de encarar los planes de estudio y las estrategias de enseñanza de las ingenierías bajo su órbita. Lo mismo impulsa en la Universidad Nacional de Cuyo, donde ocupa el cargo de Coordinador de Desarrollo Científico, Tecnológico y Social.
"A partir de que tenemos enormes volúmenes de datos, empezamos a poder crear modelos predictivos. Ahí es donde me divierto, porque uso la matemática para crear algoritmos. Esto, obviamente, ocurre en casi todos los ámbitos de la vida. Nosotros, por ejemplo, pretendemos saber qué tipo de atención ofrece cada alumno, qué clase de inteligencia posee, para adecuar la enseñanza a sus posibilidades".
En ese tren, Raúl comenzó a trabajar con Interbrain, una startup tecnológica mendocina que utiliza dispositivos de Realidad Virtual para mejorar la experiencia formativa, especialmente en capacitaciones para grandes empresas.
"Nosotros empezamos a ver que con la información que tenemos de cada persona, más las posibilidades del software adaptado a un determinado contenido, logramos ser más eficientes en la incorporación de habilidades de quienes estamos formando”.
Mientras explica esto, a Raúl no se le escapa para nada que el ámbito educativo es, aunque suene paradójico, uno de los que más resisten los cambios. "Muchas veces somos los docentes los que queremos enseñar algo tal como nos lo enseñaron a nosotros, y lo mismo hacemos con los planes de estudio ( ) yo creo que, para que el círculo de la inversión en educación cierre, tenemos que innovar y ofrecer a la sociedad un sistema que forme personas que luego hagan un aporte valioso al sistema en el que se formaron. O sea, hay que cerrar el círculo", analiza.
Marino repasa: aprendizaje por proyectos, trabajo colaborativo, construcción del conocimiento, inteligencias múltiples. ¿Si cada persona es distinta, por qué pretendemos enseñarles a todos con la misma forma? Esa pregunta, en términos matemáticos, lo "empuja a desafiar el método".
Lo dice y se le iluminan los ojos. Lo repetirá a lo largo de las dos horas de charla. Desafiar el método, "porque alguien se tiene que comer las piñas" que vendrán, inevitablemente, como consecuencia de querer cambiar lo que muchos quieren dejar como está.
“Ahora, junto con Daniel Luna –Jefe de Informática del Hospital Italiano– estoy dirigiendo una tesis de doctorado de una médica argentina que está en Miami, estudiando cuál es la mejor técnica para hacer oftalmología a distancia (…) usando la cámara del celular y el flash, con un software que permite captar ciertas patologías. Esto abre la puerta a que, en lugares alejados, por ejemplo, prevengamos enfermedades con asistencia remota”.
Marino agrega que allí usan IA para analizar la relación médico - paciente, porque no es lo mismo la atención cara a cara que mediante un sistema informático. “El virtuoso que está detrás de todo el proyecto es Roberto Zaldívar, el mejor oftalmólogo del mundo –se ríe con un orgullo que le explota el pecho– mendocino, que lo tenemos ahí a tres cuadras de casa. O sea, en este país hay mucho por hacer, ¡y hay con qué!”.
Zaldívar recibió, en abril de este año, el mayo premio con el que se reconoce a un oftalmólogo en Estados Unidos. Es el primer extranjero en la historia a quien se le otorga ese reconocimiento. Raúl Marino, por enésima vez, machaca sobre la idea desafiemos el método. Con ideas, sin chicanas ni mezquindades, con evidencia, investigando… pero no podemos seguir haciendo siempre lo mismo si queremos que Argentina sea distinta”.
Advierte, al mismo tiempo, que casi todo se hace a pulmón, sin los recursos suficientes. Pero su energía es contagiosa. Tanto que, por un momento, sobre el final del encuentro, simpatizo con su énfasis. Nos despedimos en la vereda, y lo veo bajar por las escaleras del subte rumbo al centro porteño.
Entonces recuerdo que la entrevista comenzó tarde, porque al atardecer la Línea B estuvo demorada por “medidas de fuerza” impuestas por el sindicato. ¿Cuántos métodos habrá que desafiar para que las cosas sean distintas? ¿Cuánta energía hará falta para impulsar la innovación tecnológica en Argentina, sabiendo que lo haremos con las armas de siempre, recursos humanos sobresalientes, en escenarios sistemáticamente adversos?
En algún pasaje de la charla, Marino evocó a San Martín. Yo prefiero dejarlo descansar tranquilo en una memoria que se me hace novela.