ELOBSERVADOR
Contradicciones catastróficas

Estado del mundo: entre el nihilismo y la esperanza

Guerras, asesinatos, hambre y desastres climáticos: el mundo se conduce a la autodestrucción.

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En 2010, Stephane Hessel, un hombre de 93 años, escribió un manifiesto publicado en París con el título “Indignaos”, que convocó a miles de manifestantes en España, Francia y otros lugares. En 2023, el filósofo Edgar Morin (102 años) escribió un libro titulado Despertad. Ambos, al final de sus vidas, querían despertar la conciencia de los ciudadanos para afrontar los desafíos mundiales.

En los últimos 500 años la humanidad avanzó en dos direcciones. Una, hacia el control de la naturaleza mediante innovaciones sociales y tecnológicas; a esto lo llamaron la “exteriorización” o la “objetivación”, e incluyó la expansión capitalista, la revolución industrial, la mundialización. La otra dirección fue hacia la “individuación”, la conquista de derechos humanos y el fortalecimiento de la subjetividad. En teoría, ambas direcciones constituyen líneas evolutivas del Homo sapiens. El ser humano buscó dominar el mundo exterior y al mismo tiempo fue desenvolviendo su conciencia y su individualidad.

La “exteriorización” nos llevó a crear una estructura científico-técnica-social que se sobrepuso a la naturaleza. Alteramos los territorios, la vida animal, la vida humana, el aire que respiramos, las montañas. Los geólogos decidieron en 2008 reconocer que la intervención humana había alterado el comportamiento del planeta. Por eso propusieron denominar Antropoceno a la era actual.

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En otra dimensión, desde la Revolución Francesa de 1789 se proclama el fin del “orden natural” en los sistemas sociales y se apela al voluntarismo político con el lema “Libertad, igualdad, fraternidad”. Se buscaba instaurar una “república de iguales” para superar las relaciones de dominación. Esto inicia una serie de revoluciones con distinto signo que llegan a nuestros días. Pero a veces las revoluciones crearon nuevos sistemas de control político que llegaron a dominar a todos los individuos, como en países autoritarios diversos.

La coexistencia de principios contradictorios es muy frecuente en nuestros días. El Partido Comunista Chino controla el holding capitalista de inversiones más grande del mundo. El gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, invoca principios liberales para imponer el proteccionismo estatal y combatir a los disidentes.

Se considera que los progresos de los últimos cien años mejoraron la escolarización y el conocimiento científico. Pero la irracionalidad ha ido in crescendo en los últimos años en todas partes: en América, en Europa, en Asia, en África. Al mismo tiempo, ha crecido la voluntad y la capacidad para instalar mentiras (algo que ya había ensayado Stalin en Rusia o Gobbels con el nazismo en Alemania). La era de la información es también la era de la desinformación, o de las fake news.

Luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), muchos países crearon las Naciones Unidas para establecer códigos internacionales de respeto de la convivencia entre países y de los derechos individuales y sociales. La mayoría de las naciones del mundo (en la actualidad 193 países) adhirieron a esos principios.

En 2024 el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuestionó no solo el funcionamiento de la Unesco, de la Organización Mundial de la Salud y de otros organismos, sino que también puso en duda los principios de las Naciones Unidas. En particular, rechazó las políticas de bienestar social, la defensa del medioambiente y las políticas sanitarias mundiales. La negación del “cambio climático” se convirtió en un motivo para el rechazo de los acuerdos mundiales para combatirlo.

El “estado de guerra” se ha instalado en el mundo. Nunca como en este año se invirtió tanto en armamentos: cerca de 2,7 billones de dólares. Con un 10% de ese gasto se puede resolver el problema del hambre en el mundo en pocos meses.

En otro orden, las urgencias del estado ecológico del planeta no son menos inquietantes. El calentamiento global avanza, las catástrofes ecológicas con inundaciones e incendios son frecuentes en todas partes. Desaparecen millones de árboles cada año. Las depredaciones se agravan en el Amazonas, la reserva verde más grande de la Tierra. Los mares avanzan sobre las playas, los balnearios e islas.

Actualmente, unos 696 millones de personas viven en la extrema pobreza con menos de 2,15 dólares por día. La pobreza afecta a más de mil millones de personas. Unos 60 millones de personas emigran cada año para buscar mejores condiciones de vida.

Al mismo tiempo, las víctimas de las violencias se incrementan. Según Unodoc, en 2021 fueron asesinadas 458 mil personas, un número mucho mayor al de las víctimas del terrorismo y las guerras. De esa cifra, en América, el 50% fue víctima de organizaciones criminales. Según Insight Crime, en América Latina en 2024 ocurrieron 132.300 asesinatos, con mayor incidencia en México (25.469) y Brasil (44.583).

Estos simples indicadores trascienden toda relativización de los problemas actuales de la humanidad. Miles de organizaciones sociales, ecológicas, religiosas, políticas y académicas han publicado llamamientos para buscar alternativas más humanas, solidarias, inteligentes. Pero las convocatorias se encuentran frente al muro de una oligarquía del poder que desprecia los llamados de alarma y los valores de la convivencia internacional. Esto ha creado entonces una contradicción mayor a la que denunciaban los movimientos reformadores del siglo XIX. El estado actual del mundo conduce a la autodestrucción.

En medio de estos escenarios, nos encontramos con el desarrollo de la inteligencia artificial en una escala y una velocidad que transforman en poco tiempo las prácticas económicas, los transportes, la educación, los sistemas de salud, las armas de guerra. En la era de la inteligencia artificial, varios de los tecnólogos y empresarios de la información han alertado que si la IA se expande en los contextos actuales los usos de las nuevas tecnologías pueden derivar en mecanismos de agresión más sofisticados (que ya comenzaron a operar).

En la literatura y el cine “ciberpunk” el gran temor es la autonomía de los robots inteligentes que pueden dominar el mundo. Para los filósofos poshumanistas, la supremacía de la inteligencia artificial podría ser un desenlace beneficioso teniendo en cuenta que los sistemas inteligentes van a operar con principios más coherentes para hacer funcionar las cosas.

Este desenlace distópico que se discute en círculos intelectuales y académicos no resulta evidentemente alentador. Muestra por un lado el grado de alienación que avanza en el mundo y por otro lado la incomprensión del devenir humano. Las máquinas no piensan ni tienen sentimientos (aunque lo simulen), pero pueden ser portadoras de las buenas y malas intenciones de quienes controlan los sistemas de información. Ya proliferan los intentos de crear mediante inteligencia artificial programas o artefactos con intencionalidades agresivas de todo orden.

Podríamos agregar los escenarios pesimistas sobre los efectos de un orden económico que provoca pobrezas y desigualdades. Ha sido uno de los aspectos que los cientistas sociales progresistas han estudiado ampliamente durante los últimos cien años. El crecimiento económico permitiría crear un nuevo orden mundial más equitativo y solidario. Pero prevalecen las desigualdades y sobre todo un modo de acumulación expoliador.

Una consecuencia colateral es la migración masiva de personas que abandonan sus países porque no pueden lograr condiciones básicas de vida digna. Unos 60 millones de migrantes por año se vuelcan hacia Europa, Estados Unidos y otros lugares.

Describir las crisis actuales sin caer en el pesimismo. Albert Camus intentó superar el nihilismo asumiendo que la historia se presenta de manera absurda. Inútil buscar el sentido o la verdad en el curso del mundo. Los pesimistas abundan en la actualidad. Pero no bajo los principios del anarquismo o el existencialismo sino con convicciones negativas o nihilistas.

Las Naciones Unidas han acumulado desde 1948 numerosas declaraciones y proyectos para alcanzar un estado de desarrollo mundial equilibrado. Algunas iniciativas permitieron mejorar los sistemas educativos, de salud, de transporte o de producción. Pero el consenso ético-social y político se fue deteriorando en la medida en que grupos de poder confiaron más en sus deseos de supremacía y en sus capacidades para acumular riquezas sin control.

Pese a todas las críticas que se pueden formular a las Naciones Unidas, no hay duda de que constituyó históricamente un progreso evolutivo que permitió a la humanidad adoptar estrategias para superar problemas económicos y sociales. Se realizaron innumerables esfuerzos para mejorar el bienestar social y el respeto de los derechos humanos. Las Naciones Unidas apoyaron las emancipaciones de las mujeres, de los países colonizados, de los negros, de la minorías culturales. La Unctad apoya más de 203 proyectos de desarrollo en 72 países. Las Naciones Unidas acordaron los Objetivos para el Desarrollo Sustentable 2030. La Unesco ha realizado aportes significativos para universalizar el acceso a la educación. La Cepal realiza investigaciones y elabora diagnósticos permanentes para el desarrollo de América Latina.

No faltan ideas ni recursos humanos calificados para enfrentar los desafíos actuales. En cambio, parece que el obstáculo principal recae en las políticas de poder de las oligarquías económicas y políticas. Nos encontramos ante un bloque parecido al Ancien Régime que sostenía el orden feudal hasta el siglo XIX. Solo que ahora este bloque dominante tiene una complejidad difícil de superar con estrategias simples. Por eso algunos confían en algún acontecimiento espectacular como la guerra o el desastre ecológico, o la traslación de las crisis de los países periféricos hacia los países ricos. Existen teorías catastróficas sobre estas eventualidades.

Apelando a la conciencia histórica y a la acción de millones de personas y organizaciones sociales que sin cesar trabajan para superar las contradicciones que nos amenazan, podemos afirmar que aun los grandes imperios y las barreras que parecían insuperables fueron superados por los movimientos que buscaban el bienestar colectivo, la democracia, el respeto de las diversidades. Como algunos han sostenido, vivimos en la era de la incertidumbre, pero el futuro sigue dependiendo de la resiliencia, de la acción y de los valores que sostienen los actores sociales portadores de la esperanza. Todavía podemos trascender los muros que nos encierran en un destino indeseable.

*Dr. en Filosofía. Profesor de Posgrado en la Untref y la Universidad Nacional de Mar del Plata.