Durante años, el modelo era lineal: un productor presentaba una idea a un canal o a una plataforma, y esperaba respuesta. Hoy ese esquema está en crisis. Los commissioners son menos, más selectivos y trabajan con métricas precisas. Esto deja en situación vulnerable a los productores pequeños y medianos, que deben encontrar nuevas formas de financiar, negociar y articular sus proyectos para que sean viables.
En este contexto, la clave no está solo en la propuesta artística sino en la capacidad de integrar agendas, recursos y derechos de múltiples jugadores. El desarrollo de un contenido se parece más a un rompecabezas que a un simple pitch.
La música como motor narrativo y de negocio. La elección de Duki como protagonista no es casual. En menos de una década, el artista pasó de grabar freestyle en plazas a convertirse en la figura musical argentina de mayor proyección internacional. Construyó su comunidad de manera orgánica, antes de que managers, sellos y sponsors entraran en escena. Esa autenticidad lo volvió un personaje atractivo no solo para su audiencia, sino también para una plataforma global como Netflix, que necesita narrativas frescas y relevantes a escala local y regional.
La música tiene un poder singular: viaja sin traducción, marca tendencias, instala discursos y estilos. Pero al mismo tiempo es un terreno minado por la complejidad de los derechos. Los proyectos documentales sobre artistas suelen naufragar en este punto: demasiados interlocutores, lenguajes distintos, egos fuertes y culturas corporativas difíciles de conciliar.
La negociación como acto creativo. La producción de Rockstar: Duki, desde el fin del mundo encontró su mayor desafío en sentar a la mesa a actores de peso específico muy distinto: Netflix como plataforma global; Dale Play, la empresa de management que acompaña al artista; Pegsa, productora con larga trayectoria en entretenimiento, y por supuesto el propio Duki, protagonista de la historia.
La verdadera creatividad no estuvo solo en la puesta en escena, sino en lograr que estas partes –cada una con su agenda, sus fundamentos y su poder de negociación– encontraran un terreno común. Fue necesario traducir necesidades legales, administrativas, técnicas y artísticas en un idioma compartido. En otras palabras, ejercitar una creatividad aplicada al management y a la ingeniería de derechos.
Profesionalización y confianza. El proyecto demostró que la profesionalización es un activo estratégico. Convencer a los distintos stakeholders de que la mirada de un director (el talentoso y experimentado Alejandro Hartamnn) debía prevalecer en lo narrativo, o que un clearance riguroso de derechos musicales era innegociable, requirió construir confianza. En ese proceso, incluso el propio artista terminó reconociendo que contar su vida en pantalla implicaba un grado de método y de delegación poco habituales en su carrera.
La suma de esas decisiones permitió que la obra no solo llegara a buen puerto, sino que además elevara la vara en términos de estándares creativos y de negocio para la región.
Un modelo replicable. El estreno de Rockstar: Duki, desde el fin del mundo no es solo un lanzamiento atractivo para fans, haters y curiosos. Es también un caso de estudio para la industria. Muestra cómo, en un mercado cada vez más concentrado y competitivo, el verdadero diferencial surge cuando los productores logran hacer compatibles las agendas de jugadores con intereses diversos.
En tiempos en que abundan los proyectos que mueren en la etapa de desarrollo, este documental demuestra que la creatividad entendida como capacidad de orquestar voluntades es tan valiosa como la que se plasma en el guion o en la cámara. Y que, lejos de ser un obstáculo, la complejidad del ecosistema puede transformarse en motor de innovación si se aborda con estrategia.
Como productor ejecutivo de este proyecto, puedo decir que el aprendizaje más grande fue entender que mi rol no consistía solo en acompañar el proceso creativo, sino en ayudar a que cada parte encontrara su lugar en una orquesta compleja. La creatividad se volvió una herramienta de negociación, de diseño de acuerdos y de traducción entre culturas distintas.
Al final del camino, confirmé algo que hoy considero central en la industria: en proyectos de esta magnitud, la clave ya no es elegir entre lo artístico y lo empresarial, sino integrar ambos mundos bajo un mismo paraguas. Esa integración es la que hace posible que un documental como Rockstar: Duki, desde el fin del mundo exista, y que llegue a millones de pantallas en todo el mundo.
* Especialista en contenidos transmedia y negocios.