En los últimos años hemos visto una aceleración en dirección a reducir la brecha de género que caracterizaba y aún caracteriza a las relaciones sociales. Si bien es un proceso de larga data, movilizaciones recientes como las del #MeToo y #NiUnaMenos han llevado a nivel global a instalar en un lugar central de la agenda la problemática del acoso sexual, del abuso sexual, de los femicidios, la educación sexual integral, e incluso del derecho a decidir, como ha sido el reciente caso del aborto en nuestro país.
A escala más cotidiana, decenas de comportamientos socialmente naturalizados están puestos en cuestión. En menos de una generación, se están produciendo cambios profundos. Desde luego, falta muchísimo camino por recorrer en la dirección de la igualdad y equidad en las relaciones de género. Pero de todas las desigualdades reinantes (étnicas, religiosas, económicas, etc.), en esta, creo, es en la que más recorrido se ha hecho y en la que mayor empoderamiento se ha logrado.
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La reacción. En contraste con este proceso, si no a escala planetaria, al menos a escala occidental, ha resurgido una reacción que amenaza con hacer retroceder al movimiento igualitario. Discursos que detrás de proponer una vuelta a los valores no ocultan su más firme misoginia. Desprecian la perspectiva de género considerándola una ideología, plantean que la desigualdad entre hombres y mujeres tiene una fuente natural, consideran que la educación sexual es un asunto privado de las familias antes que un asunto público, y enfocan la problemática del aborto desde una perspectiva moral y religiosa antes que como un asunto de salud pública.
A lo largo y a lo ancho de Occidente aparecen candidatos con discursos explícitos en ese sentido, entre otras cosas, que se convierten en presidentes: Jair Bolsonaro en Brasil, Rodrigo Duterte en Filipinas, Viktor Orban en Hungría, Recep Tayyip Erdogan en Turquía y, desde luego, Donald Trump, tan solo por citar a los más destacados. En Argentina pareciera empezar a tomar color esta tendencia. Periodistas muy populares como Eduardo Feinmann y Baby Etchecopar se han manifestado abiertamente en contra de los diferentes colectivos de mujeres que se movilizan en dirección de visibilizar las desigualdades ubicuas de género, descalificándolos; en el mejor de los casos.
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El fenómeno llegó a la política local de la mano de Alfredo Olmedo, el diputado salteño reconocido por vestir una característica campera amarilla, que se ha convertido en candidato a la presidencia posicionándose como “el Bolsonaro argentino”.
Después del aborto. En nuestro país, las movilizaciones en favor de la despenalización del aborto, en el primer semestre de 2018, pusieron en la mesa la fortaleza de la movilización de los diferentes colectivos feministas y de los diferentes sectores de la sociedad que apoyaron esa iniciativa. La revolución de los pañuelos verdes, aseveraron algunos análisis.
Tras las primeras movilizaciones, la reacción no se hizo esperar, y con menor capacidad de movilización, pero un potencial respaldo silencioso, salieron a la calle los pañuelos celestes, contrarios a la iniciativa de la despenalización, bajo el lema de “salvemos las dos vidas”.
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Verdes y celestes se convirtieron en algo más que los colores que distinguían las posiciones en torno a la despenalización del aborto. Un estudio que publicamos por entonces en PERFIL reveló la fuerte correlación entre la convicción religiosa y las posiciones en torno al debate, así como la distribución territorial del apoyo de cada color.
En el debate legislativo que precedió a la votación en Diputados, así como en el debate que precedió a la votación en el Senado, las posiciones reflejaban con claridad sus concepciones integrales acerca de la desigualdad de género. La discusión dejó claro que frente al avance de las posiciones igualitarias y pro libertad de elección, existía una reacción que naturalizaba las relaciones desiguales de género y se afirmaba en el campo adverso a la libertad de elección.
La percepción sobre la desigualdad de género. La pregunta que nos intriga es si son viables las ofertas político-electorales que manifiestan abiertamente posiciones misóginas, machistas y contrarias a la equidad de género. En esa dirección, en el marco de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (#Espop) de la Universidad de San Andrés, intentamos indagar sobre las percepciones respecto de los estilos de liderazgo según el género y la dificultad de acceso a los altos cargos públicos de las mujeres. ¿Cuán inclinada está la sociedad a advertir la desigualdad existente o considerarla normal o natural?
En primer lugar, la sociedad advierte casi en su mayoría que hay menos mujeres en los cargos políticos de mayor jerarquía. Un 49% de los entrevistados considera que hay pocas mujeres en los cargos políticos de mayor jerarquía, mientras que un 21% considera que hay una proporción justa; solo un 7% considera que hay muchas mujeres, mientras un 23% no sabe o no contesta a la pregunta. En los diferentes segmentos de la sociedad prevalece el diagnóstico acerca de la presencia de pocas mujeres en los cargos políticos de mayor jerarquía.
Si bien la percepción de la ausencia de mujeres en los cargos de mayor jerarquía es ampliamente compartida, la percepción de que eso se debe a una dificultad en el acceso (por ejemplo una desigualdad de género a priori) no parece ser un asunto de consenso. Considerando el total de la población, las percepciones están divididas: si bien el 49% considera que es más fácil para los hombres acceder a un cargo de mayor jerarquía, un no despreciable 40% considera que no hay diferencia en cuanto a la dificultad de acceso, mientras que un marginal 3% considera que es más fácil para las mujeres.
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Estas percepciones no son, desde luego, homogéneas en todos los segmentos de la sociedad. Las mujeres tienden a percibir la desigualdad en mayor grado que los hombres: un 57% de las mujeres considera que es más fácil para los hombres, mientras que solo un 38% de los hombres tiene esta opinión.
En la misma dirección, solo un 31% de las mujeres considera que no hay diferencia, mientras que una mayoría de hombres (51%) considera eso. También existen diferencias importantes entre las distintas regiones del país en cuanto a la dificultad o no de acceder a cargos públicos: por ejemplo, mientras en CABA el 60% considera que es más fácil para los hombres acceder a los cargos de mayor jerarquía, en el NEA solo un 35% comparte esa opinión.
Percepciones sobre el liderazgo. La sociedad en general (58%) percibe que no hay diferencia entre hombres y mujeres en cuanto a sus estilos de liderazgo, aunque un 31% considera que son diferentes. Entre los que opinan que hay diferencias, un tercio considera que las mujeres tienen un estilo de liderazgo mejor al de los hombres, solo un 17% cree que el estilo de liderazgo de los hombres es mejor que el de las mujeres, mientras que una mayoría (50%) considera que si bien son diferentes, ninguno es mejor al otro.
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Las percepciones no son, nuevamente, homogéneas entre los diferentes segmentos de la sociedad. Por ejemplo, entre las mujeres un 10% considera que los hombres son mejores líderes, mientras que entre los hombres un 25% tiene esa opinión. Entre las mujeres un 40% considera que ellas son mejores que los hombres, mientras que solo el 20% de los hombres comparte esa opinión. Entre los oficialistas o promotores del Gobierno (aquellos que en sus charlas cotidianas hablan siempre en favor del Gobierno), un 21% considera que las mujeres tienen un mejor estilo de liderazgo, un 39% cree que los hombres son mejores lideres y un 40% considera que no hay diferencias entre ambos. El contraste de estos con los críticos del Gobierno u opositores (aquellos que en sus charlas tienden a hablar negativamente del Gobierno) es notable. Entre los críticos, el 43% considera que las mujeres son mejores líderes, mientras que solo el 9% piensa que los hombres lo son.
Supremacía ‘natural’
Es difícil predecir si las opiniones contrarias a la búsqueda de mejorar los estándares en materia de equidad de género tenderán a prevalecer al punto tal de llevar a la presidencia a un misógino confeso, como en el caso de los países citados. En principio pareciera prevalecer el reconocimiento general a la existencia de una desigualdad y una brecha en el acceso, al menos, a los cargos públicos. No obstante, hay razones para pensar que esta tendencia puede revertirse. Diferentes sectores de la sociedad tienen concepciones más proclives a desconocer la existencia de la desigualdad y a considerar como “natural” cierta supremacía del hombre respecto de la mujer. Quizás se trate solo de una reacción frente a los avances de los movimientos de mujeres que están cuestionando los fundamentos de un orden profundamente arraigado ubicuamente en las relaciones sociales.
*Politólogo, director de la Encuesta de Satisfacción y Opinión Pública. UdeSA @dgreynoso.