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Noche de los Lápices: por qué hay que recordarla

Por Marina Larrondo* Siempre vigente entre los estudiantes, el 16 de septiembre de 1976 se recuerda con marchas y homenajes. Con los jóvenes otra vez en un lugar preponderante de la escena política, la socióloga Marina Larrondo plantea cómo el análisis del pasado da sentido al presente.

Hoy. Los centros de estudiantes secundarios apelan con frecuencia a la tragedia de 1976 para dar una identidad a sus reclamos.
| Cedoc Perfil

Desde 1985, miles de jóvenes realizan en diversos lugares del país, especialmente en La Plata y en la ciudad de Buenos Aires, marchas, actos, pintadas de murales, homenajes para conmemorar lo que se bautizó luego como La Noche de los Lápices. Como sostiene la socióloga Elizabeth Jelin, la memoria es una construcción abierta a las resignificaciones múltiples, más allá de que en determinados momentos se den procesos de “estabilización” de ciertas narrativas sobre los hechos del pasado. Sin embargo, aun en los momentos de “estabilidad”, los relatos sobre el pasado nunca están exentos de disputas. Esto es así no sólo porque los sujetos que conmemoran son múltiples, sino porque también se disputa sobre el presente desde el cual se conmemora y, con ello, el sentido mismo de evocar el pasado.
La marcha –o las marchas– de cada 16 de septiembre, lejos de ser un ritual estático, tuvo, tiene y posiblemente tendrá  fuertes resignificaciones. Fundamentalmente, en relación con el presente desde el cual se evoca la desaparición de nueve adolescentes, de los cuales sobrevivieron tres, durante la última dictadura militar. Las continuidades, en cambio, se vinculan a la vigencia de la construcción narrativa del episodio en sí y sus protagonistas. Los investigadores Sandra Raggio y Federico Lorenz mostraron que el relato de La Noche de los Lápices surgido a partir de los testimonios del Juicio a las Juntas, el libro y la película se basó en la invisibilización de ciertas características de los adolescentes protagonistas. El reemplazo de la figura de adolescentes militantes políticos –es decir, lo que ellos y ellas eran– por aquella más genérica de “jóvenes que luchaban por el boleto estudiantil” ha permitido que la conmemoración pueda ser procesada por la escuela secundaria con mayor comodidad pero, a decir verdad, también por las organizaciones estudiantiles. Por supuesto que desde distintos ámbitos han circulado y circulan otras lecturas sobre aquellos hechos. No obstante, aquel relato muestra una persistencia.
Ahora bien, si observamos cómo las organizaciones de estudiantes secundarios se han apropiado de la conmemoración, la pregunta ya no es qué sentido tiene recordar, sino cómo efectivamente los adolescentes recurren y han recurrido al pasado reciente en estos más de treinta años para dar sentido a su presente. Así, los jóvenes de los 80 construyeron la conmemoración desde la conmoción, la denuncia de los crímenes, la vocación por “defender la democracia” y el pedido por el boleto secundario. Lo hicieron, además, en un contexto de fragilidad de la democracia y de miedo: basta recordar las permanentes amenazas de bomba que sufrían las escuelas en aquellos años, lo cual originó la declaración de estado de sitio por parte del entonces presidente Raúl Alfonsín.
En los 90 y más allá, aun con las diferencias que atravesaban las distintas agrupaciones de estudiantes secundarios, se delineó un marco de oposición y confrontación con el Estado nacional relativamente común y un conjunto de demandas compartidas. Los jóvenes expresaron en las consignas de la marcha una serie de reclamos unánimes: el repudio a la impunidad dada por las leyes del perdón y el indulto, el pedido de juicio y castigo a los culpables y también el rechazo a la reforma educativa y la denuncia de sus efectos, la represión policial hacia los jóvenes (“gatillo fácil”) y los lineamientos de la política económica. Desde esa lectura sobre el presente se planteó no sólo el homenaje, sino la obligación de seguir el ejemplo: Ellos lucharon por el boleto secundario, nosotros por la educación pública y gratuita amenazada. El seguimiento de aquellas marchas nos revela otro dato importante: en diversas oportunidades culminaban en episodios de represión policial.
En la actualidad, los actos y las movilizaciones cambiaron en varios aspectos. Aparece un escenario de fragmentación y disputa sobre los sentidos de la conmemoración en cuanto a “las reivindicaciones de hoy” y sobre qué significa continuar “la lucha de los chicos”. Por un lado, las organizaciones estudiantiles vinculadas al kirchnerismo añadieron al homenaje un conjunto de reivindicaciones positivas sobre las políticas de derechos humanos y socioeducativas que implementó el Estado. Apareció entonces en su discurso público una cierta idea de concreción de aquellos anhelos. Por ejemplo, la consigna que llevaron adelante en La Plata en 2011 fue “Construyendo el país que ellos soñaron”. Por su parte, las organizaciones estudiantiles vinculadas a los partidos de izquierda enmarcan el presente en una visión totalmente opuesta a las primeras y confrontativa respecto del Estado; la conmemoración se une a la denuncia por “los desaparecidos en la gestión K” y también se advierte una continuidad y profundización de políticas educativas visualizadas como neoliberales, de ajuste y de “regimentación” de los centros de estudiantes. Por último, los estudiantes independientes se centran en la conmemoración y el homenaje propiamente dicho, y en una reivindicación genérica sobre la “defensa de la escuela pública” y “por los derechos de los estudiantes”. Sin embargo, el relato sobre el pasado en sí no parece generar mayores desacuerdos, al menos claramente distinguibles en sus discursos públicos.
Este escenario de fuertes diferencias en torno al sentido de la memoria de La Noche de los Lápices podría llevar a dos lecturas opuestas: una que lamenta la “fragmentación” de la conmemoración (¿por qué no marchan todos juntos?) o aquella que observa que, lejos de una recordación siempre igual a sí misma, lo que parece haber es una diversidad de colectivos, espacios, lecturas y, en definitiva, formas de traer ese pasado para dar sentido al presente.

Un material que sirve para debatir el pasado
La película La noche de los lápices, dirigida por Héctor Olivera y presentada en 1986, sigue siendo un recurso para debatir sobre el pasado, aunque no es el único. Basta explorar, por ejemplo, YouTube para encontrar una infinidad de producciones audiovisuales realizadas por adolescentes que reflejan otras formas de contar lo ocurrido en aquellas jornadas de La Plata.
Los derechos de los estudiantes secundarios están vigentes para todos los estudiantes de escuelas públicas y privadas del país; aunque todavía hoy no son conocidos por todos. La conmemoración puede contribuir, sin duda, a su mayor difusión.    

*Doctora en Ciencias Sociales, socióloga y magíster en Educación. Docente de la Universidad San Andrés, la UBA y la Universidad Nacional de General Sarmiento. Integrante del Equipo de Estudios en Políticas y Juventudes (IIGG-UBA).

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