Pasaron las elecciones de medio término. Vendrán muchas elecciones más. Gracias al juicio a las juntas militares impulsado y promovido por el presidente Raúl Alfonsín, los militares ya no son una amenaza para el ejercicio democrático electoral. Pasaron las elecciones y se atenuaron el palabrerío vacío y las promesas altisonantes, por ahora. Mientras tanto, se conocieron desmadres judiciales de personas que hacían de la transparencia una de sus banderas.
Los habitantes de este país, ya sea a pie, en bicicleta, moto, patineta o auto, que tenían en la agenda diaria los mismos problemas cotidianos y futuros seguirán con desazón el huidizo movimiento del dólar. Movimiento que parece ser producto de un personaje inasible e insondable: “el mercado”. Además de los problemas que realmente afectan de manera desigual a los que votaron o no votaron, tal vez sea hora de discutir la utilidad de las elecciones de medio término. Para definir de manera civilizada y sin mezquinos intereses corporativos, los beneficios y las dificultades que plantea este sistema que data de 1853 y que no siempre es expresión de una comprehensiva participación ciudadana sobre los temas que realmente afectan su vida, su presente y su futuro.
Ahora bien, antes, durante y después de este acto cívico del 26 de octubre, el mundo y la vida siguen andando para los más de cuarenta millones que habitamos esta extensa geografía. Siguen andando con las mismas desigualdades. Riqueza y pobreza. Dos carriles donde la desigualdad se manifiesta de múltiples maneras. Los primeros tienen recursos políticos, económicos, sociales y culturales. Bien o mal adquiridos o heredados. El resto es un universo donde lo que falta justamente son esos recursos.
El 52,7% de niñas y niños en Argentina se encuentra en situación de pobreza monetaria, (Indec, segundo semestre de 2024 – Unicef, 2025). Persisten, como un suplicio de Tántalo, enormes desigualdades. Algo se está haciendo muy mal si, a pesar de que el presupuesto de niñez ejecutado por el gobierno nacional aumentó en la AUH, seguimos sin resolver temas vitales.
Donde miremos encontramos desigualdades: espacios de cuidado infantil; escolaridad primaria y secundaria; acceso a la universidad; vivienda; salud; agua potable; cloacas; transporte público; acumulación de residuos en más de 5 mil basurales a cielo abierto, donde miles de seres humanos viven de lo que recogen en ellos; un sistema jurídico juvenil (apoyado por legisladores, partidos políticos y ciudadanos con las mejores o facilistas intenciones) que insiste en la salida más fácil, injusta e ineficaz como es la baja de imputabilidad; una ley de salud mental que nunca logró plasmar la alternativa a la desinstitucionalización y deja, a quienes necesitan atención, a la buena de algún dios. Maquiavelo, en Discursos sobre la primera década de Tito Livio, afirma: “No creo que exista cosa de peor ejemplo en una república que hacer una ley y no observarla, sobre todo si quien no la observa es quien la ha hecho”. Estos y muchos más temas no resueltos se expresan en la ausencia de expectativas, en el descreimiento ante cualquier asomo de esperanza, sueños o deseos, en la búsqueda de salidas rápidas y desgraciadas frente a la miseria cotidiana.
Ninguna de las consignas o propuestas de esta elección de medio término propuso soluciones viables, concretas, sostenibles. Ninguna hace mella en la cabeza o el corazón de quienes cumplen con el deber cívico de votar. Las razones del voto son insondables, volátiles, pragmáticas, emocionales, desesperadas muchas de ellas. Pero el motivo último está en la percepción que tiene sobre su vida y su futuro cada votante, en la relación que cada uno establece entre lo que vive cotidianamente, lo que espera (o ya ni espera) y la interpretación que hace de las promesas que se diluyen como pompas de jabón al día siguiente de la elección. Maquiavelo afirma que “los hombres en los asuntos generales se engañan bastante, pero en los particulares no tanto”. Tal vez esos hombres no adviertan que siguen pasando las grullas.
*Politóloga UBA.