Carismática y de sonrisa fácil, Rigoberta Menchú Tum es capaz de disparar ideas sin piedad. Es crítica, aguda y filosa cuando habla de corrupción, de la vulneración de derechos, de la indiferencia, de la violencia. Pequeña y grande a la vez, es amable, alegre, aplomada.
Vino a Argentina de la mano de Guillermo Whpei, empresario social y presidente de Fundación para la Democracia, una ONG que trabaja temas temas como reivindicación de derechos indígenas y esclavitud contemporánea.
Rigoberta visitó la comunidad Qom La Primavera en Laguna Blanca, Formosa. Los integrantes de la comunidad Potae Napocna Navogoh la recibieron con los brazos abiertos y ella los instó afianzarse en sus costumbres, en sus tradiciones, a no perder su lengua, y a recuperar la alegría.
Luego de dos días de trabajo en La Primavera Rigoberta Menchú Tum estuvo en Rosario, donde dio una conferencia de prensa sobre el agua como derecho humano.
Al finalizar una mujer reclamó sobre la contaminación en San Juan y el uso de glifosato, y le respondió: “luchar por nuestros derechos no es sólo gritar en la calle ¡fuera la minería!, y luego volver a casa y haber quemado 5 llantas en el camino aumentando la contaminación. Yo soy muy crítica con las voces que solamente quieren exhibir una lucha por un día, la lucha más difícil es la que dura una vida, la más fácil es la que dura un día y finaliza quemando una cubierta”.
Al ser consultada sobre el ex presidente guatemalteco Otto Pérez Molina, preso por corrupción, Rigoberta, llena de opiniones y declaraciones que comparte con dulzura pero con férrea convicción, expresó “La corrupción es el cáncer de las instituciones”. Y lo dijo con orgullo, porque fue un representante del partido que ella misma fundó quien inició las denuncias que terminaron en la detención.
Rigoberta Menchú Tum lleva el indigenismo a flor de piel, el orgullo maya en la mirada y la bandera siempre en alto: en lucha permanente contra todo lo que atente, amenace, afecte la paz, la igualdad, el
respeto.
El Nobel
Rigoberta Menchú Tum recibió el premio Nobel de la paz en 1992 en reconocimiento a su trabajo por la justicia social y la reconciliación etno-cultural basada en el respeto a los derechos de los indígenas. En su discurso de aceptación consideró una de las más altas aspiraciones de justicia en la situación internacional la de un mundo en paz que le dé coherencia, interrelación y concordancia a las estructuras económicas, sociales y culturales de las sociedades. Que tenga raíces profundas y una proyección robusta. Es embajadora de buena voluntad de UNESCO.