Llega al teatro Lola Membrives y saluda con un beso a los que encuentra a su paso. Muchos del supernumerario staff de “El diluvio que viene” ya están entre bambalinas, calentando la voz, probando las luces. Ella entrará a escena como una hora después de comenzado el musical, y su camarín será el ámbito de la entrevista. Tiene el porte de una bailarina clásica aunque se haya puesto lolas: “Era chata y de la nada pasé a ¡paff!”, dice mientras ríe y enseña sus dientes perfectos, mirándose el escote. También admite un retoque de nariz. Y cuando se abre la puerta, la cara se le ilumina viendo al hombre que la ama, Martín Lamela. Así, contenta, parece todavía más linda, casi un calco de la Elizabeth Taylor en “Gigante”, glamorosa y sensual, morena, con ojos verdes de tintes violáceos y cutis de satén. “Nadie me toca la cara nunca más; me han maquillado muy mal. Hice varios cursos y sé arreglarme sola. Estoy tan canchera que me pinto sin espejo y a oscuras. ¡El otro día fue en el auto y yendo para un desfile!”.