Tardó pero llegó. Después de unas cuantas vueltas, dudas y decisiones en principio tajantes de los productores –Fernando Navarro y Jorge Devoto, hombres del kirchnerismo– que luego fueron revisadas, el documental de Israel Adrián Caetano sobre Néstor Kirchner se estrenó. Eso sí, en pocas salas –apenas un par del Espacio Incaa en la Ciudad de Buenos Aires–, un lanzamiento mucho más modesto que el de la versión de Paula de Luque que vio la luz el año pasado, cuando los productores todavía no estaban convencidos de que aquello que Caetano les había mostrado valiera la pena.
Pero pasó algo imprevisto: alguien subió a internet ese primer corte rechazado y fue la propia presidenta de la Nación, Cristina Fernández, quien lo llenó de elogios. Eso bastó para que Navarro y Devoto volvieran a convocar a Caetano. Y hoy tenemos dos largometrajes sobre el ex presidente santacruceño, Néstor Kirchner, la película, realizada por de Luque, y NK, el que Caetano define como “un documento”.
—¿Cómo quedó tu relación con los productores después de tantas idas y vueltas?
—Las idas y vueltas las provocó la película, que no dejó de existir ante montones de personas con ideas diferentes. También las películas son empresas circunstanciales. Hubo una sinceridad brutal, sobre todo de mi parte, a la hora de defender la película. Pero estaba haciendo mi trabajo, dirigiendo y defendiendo el laburo de mucha gente que se había esforzado y el de la propia productora, que ya había invertido. Fui así de sincero porque tenía la seguridad de estar llevando el trabajo de toda esta gente a buen puerto, no sé si al mejor lugar, pero seguro al que yo tenía en mente. Ahí es cuando la película se lo lleva a uno por delante.
—Ahora que pasó un tiempo, ¿por qué pensás que no quisieron estrenar tu versión de entrada?
—En perspectiva, esas cosas pasan a ser anecdóticas y se terminan olvidando. Algo que puede ser visto como terrible, como un acto de censura o vaya saber qué otra figura descalificadora, es en realidad un atributo que tiene cualquier productor del mundo, el de decir “che, no me gusta cómo está quedando esto por la plata que estoy pagando”. Si alguien conoce a algún productor que no piense así, que me lo presente. Sería injusto decir que hasta que terminé esa versión rechazada, que no es la misma que luego circuló en internet, no tuve libertad de trabajo. La tuve y eso pasó a convertirse en una presión, supongo, también para ellos. Nunca me censuraron, simplemente hicieron uso de sus facultades como productores. Y dentro de esas facultades estaba también la de volver a llamarme para que terminara mi versión.
—¿Cómo sentís que pintaste la vida de Néstor Kirchner?
—No busqué pintar la vida de nadie. Conocí a Néstor Kirchner, con todo lo que eso implica. Sobre todo conocí su obra, más que su forma de moverse como político. Siempre me pareció una persona inteligente. Y la vehemencia en su discurso me devolvió la que yo había perdido. Era una traición que yo no defendiera con uñas y dientes la película de un hombre que en la política se defendió con uñas y dientes. Quien habla de sí mismo en la película es Kirchner. Habla por él y en representación de muchísima gente. Yo sólo documenté eso. Lo puse ahí, elegí lo que, según mi parecer, fueron instancias ideales para contar su personalidad política. Puedo contar de principio a fin más de un discurso que pocos conocen, puedo hablar de sus gestos, de cómo y cuándo levantaba la voz... Eso sí sé muy bien de Kirchner. Lo demás es parte de su vida personal, y yo no quise meterme ahí.
—¿Cristina tuvo alguna intervención en esta última etapa, más allá del tuit que escribió elogiando la película? ¿Hablaste con ella alguna vez?
—A la Presidenta la conocí cuando, con Pablo Culell y Sebastián Ortega, hicimos la serie Lo que el tiempo nos dejó. Creo que estaba Felipe Pigna también. Fue una reunión breve, sencilla. Recuerdo que me contó sobre las ganas que tenía de hacer una película basada en un libro de Miguel Bonasso. No recuerdo cuál...
—¿Creés que la película puede ayudar al kirchnerismo en una etapa difícil?
—Las películas son películas. Si bien sé que se trata de una que está destinada a amenizar más de un acto político, también estoy convencido de que las películas no cambian al mundo. El cine lo cambia.
—¿Ves más similitudes o diferencias entre Néstor Kirchner y Pepe Mujica?
—Montones de las dos. Como las que hay que normalmente entre dos personas que gobiernan países distintos. Pero en este caso, ideológicamente hay muchos puntos de consenso antes inimaginables entre dos presidentes latinoamericanos. En Latinoamérica, durante muchos años los presidentes andaban pidiendo que les pusieran una base yanqui en sus países.
—¿Volverías a trabajar en TV Abierta?
—Espero que no tenga que volver. Deberían darse condiciones que hoy veo imposibles. Por ejemplo, que respetaran mi trabajo antes de pedirme buena educación. Y eso hoy no ocurre. Porque lo que pido no es impunidad, sino poder ejercer el rol de director con todos los títulos en la mano.
Discusiones éticas y estéticas
—¿Es más difícil o más fácil producir películas ahora con respecto a cuando empezaste? ¿Cómo evaluás la política del Incaa?
—Nunca fue fácil, y ahora es casi imposible. Cuando se habla de cine argentino, siempre se habla de espectadores, no se habla de cine, de guiones. Ya no se discute si estamos haciendo cine o negocios. Si se impone ese discurso, estamos perdidos. Todos quieren filmar películas para tener una salida laboral y poder ejercer el título que obtuvieron en las escuelas de cine. Yo conocí gente que filmaba lo que se le antojaba y a cómo de lugar. Hubo algo en el medio que nos ganó: el éxito a cualquier precio, en lugar del cine a cualquier precio. Eso habla de una ausencia de política y filosofía para enfrentar a esta ideología. Y eso no es sólo responsabilidad del Incaa. Si las películas buenas son sólo las que llevan gente, estamos listos.