El orden de llegada coincide con el rol que cada una asume en la obra. Valeria Bertuccelli, la Caperucita de la historia, juguetea con su campera blanca en la puerta del teatro, al ritmo del indeciso clima porteño que alterna viento y humedad. “¿No vino nadie?”, pregunta en otro lado apurada Alejandra Flechner, mamá en la ficción y enseguida se disculpa por el comentario. Se ve que no quiere hacer la nota sola. Verónica Llinás, abuela de la obra, pasa directamente por maquillaje antes de la charla. No hay situación profesional similar a priori. Ninguna simultánea con muchachas de carácter. Se sabe de antemano que la talentosa actriz de Un novio para mi mujer es tal como la dupla de sus inicios en el Rojas, señorita “Nervio”, de pura cepa. Ni que hablar de las ex Gambas al Ajillo. Mejor acallar cualquier preconcepto.
—¿Qué cosas les disparó hacer “Caperucita”?
LLINAS: En principio, cómo plantear la magia de un cuento en el teatro, cuando los recursos son escasos, si se compara con el cine.
BERTUCCELLI: La primera reacción frente a Javier (Daulte) fue “ohh”, enseguida explicó: “Yo me pregunto por qué una mujer que tiene agonizando a su madre, sabiendo que está a punto de morirse, manda en su lugar a su hija, que tiene que recorrer un bosque peligroso donde indefectiblemente se cruzará con el lobo. Con esa idea, entendí que Caperucita se convertía en miles de cosas, no sólo sobre mujeres. Que es esto que debemos cruzar para convertirnos en quienes somos.
FLECHNER: Es un viaje de iniciación, una niña que se lanza al “mundo bosque” sin nadie que la ataje ni la proteja y ver cómo sale de eso.
Sumo cuidado. Para cada definición. No fue el director de Baraka quien las convocó sino todo lo contrario. “Queríamos hacer algo juntas y con vos”, informaron. “Al principio nos costó porque queríamos ser las tres bellezas de la costa”, agrega Llinás, al tiempo que Alejandra amplía enunciando la clásica trilogía escatológica. Bertuccelli se convenció: “Quería hacer teatro sin llegar a eso de ‘nosotros los actores...’ (con tono solemne), es que si algo no me gusta mucho me aburro y Javier hace que desde un delirio surja la realidad más absoluta, una tragedia que a la vez es inevitablemente cómica. “Además, agrega Flechner, no siempre trabajás con tanta profundidad”. “En mi caso, fue complicado hacer una abuela sin recurrir a ningún elemento externo, eso por momentos te da inseguridad” . “Igual, se trata de una cadena generacional No es la abuela de Tweety”, aclara Alejandra.
—¿Qué opinan del teatro de género?
F: No hay nada nuevo, Brujas es un ejemplo. Me parece una pelotudez clasificarlo de esta manera.
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