ESPECTACULOS
Malena Guinzburg

Con el deseo de ser querida por el público

Multiplica sus actividades entre el stand up, la radio y la televisión. Jura que no desea ser confrontativa y arremete contra la corrección política en el humor. Confiesa que está aprendiendo el baile del caño.

Malena Guinzburg.
| Enrique M. Abbate

De chica, soñaba con trabajar en el teatro San Martín”, confiesa Malena Guinzburg. “Pero actuar en la sala mayor de La Plaza también lo deseé”, subraya quien hoy hace funciones de trasnoche con el stand up (+) Canchero. Se multiplica entre el programa radial que conduce Ronnie Arias –Sarasa, de lunes a viernes de 13 a 17 por FM 100– y Periodismo para todos, por El Trece. “Quiero trabajar y no me importa dónde. Seguiremos e iniciamos un proyecto para los más chicos con el mismo grupo de stand up y esperamos estrenarlo durante las vacaciones de invierno.
Por ahora, lo titulamos entre nosotros, y sólo un poco en broma, Cancherito. También me ofrecieron escribir un libro, pero aún no acepté, la editorial me espera”, anticipa.

—¿Cómo surgen tus textos?
—Primero, me burlo de mí. Espero que en el próximo monólogo no esté tan presente mi problema con el peso, pero es lo que me sale, tema del que sé mucho porque lo vivo y siento que es bueno reírse de él. Mi primer monólogo fue para una muestra para el curso que hice de stand up. Soy hija del rigor: necesito presentar, tener la obligación o la presión, porque soy un poco vaga y lo postergo. Con Canchero hice todo el material nuevo, ahora cambiamos las coreografías y la puesta ya que pasamos del Picadilly a La Plaza, aunque los monólogos son los mismos, con pequeñas adaptaciones. Cuando estrenamos, estaba de novia y ahora me separé.

—¿Con qué no harías humor?
—Para mí, de todo se puede hacer reír. Tal vez públicamente se pueda dañar, y en mi caso no quiero ser confrontativa. Básicamente, quiero que la gente me quiera. Justo estaba en Chile cuando fue el terremoto, y pensé:
“Cuando me muera, hagan chistes sobre mí”. En la vida hago humor negro, aunque no lo publique. Me parece que hay que aflojar, existe mucha susceptibilidad. Soy judía, gorda, baja y bizca, y puedo reírme de todo esto sin sentirme discriminada. No soy una persona con capacidades diferentes de altura, ¡no! ¡Soy petisa! Creo que a veces eso de ser políticamente correctos nos quita el humor.

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—¿Se puede hacer reír con temas como el aborto?
—En vez de risa, que provoque la reflexión. Estoy absolutamente a favor del aborto. Siento que está atrasado este tema. ¿Cómo se puede debatir si una mujer violada puede o no hacerse el aborto? ¿En qué cabeza cabe? Me parece que hay que pensar: si tanto les importa la vida, ¡cuántas vidas salvarían legalizándolo! Lo más importante es la prevención y la educación.

—¿Participarías de “Bailando por un sueño”?
—No me llamarían nunca aunque estoy aprendiendo a bailar en el caño, pero soy durísima. Ese programa tiene una exhibición del cuerpo que no me da, ahora están el Bicho Gómez y Anita Martínez aportando su humor. No me molesta el programa desde lo ideológico, ya que cuando se burlan de las mujeres, ellas disfrutan, no sería mi caso, pero jamás lo prohibiría.

—¿Sos espectadora de televisión?
—Veo muy poca televisión. Tengo épocas, pero me encanta mirar y tuitear. Fui una gran comentarista de Dulce amor porque la veía muy bizarra y me divertía hacer chistes con esas situaciones.

 

Admirar a Francisco

“A los 16 años empecé a estudiar con Julio Baccaro –recuerda Malena Guinzburg–. También integré el elenco de teatro en mi escuela (Del Caminante), donde tuve como compañeros a Alejandro Oliva y a Rodrigo de la Serna. Después, estudié con Marcelo Subiotto y clown con Gabriel “Chamé” Buendía. Desde que estoy haciendo espectáculos dejé los cursos, pero quiero volver”.

Imposible no preguntarle por la herencia que le dejó su padre, el humorista y periodista Jorge Guinzburg, y Malena reflexiona: “Aprendí todo lo que un hijo puede aprender de su padre. Trabajé mucho con él, me gustaba y me siento muy parecida en su obsesión laboral”. “Disfruto mucho mi trabajo –subraya–; cada vez que voy al teatro me siento muy feliz, y encima me pagan por hacerlo. Es cierto que dejo de lado mi cansancio o me pierdo fiestas, pero trabajar de lo que amás es lo mejor que te puede pasar. No ejerzo de judía, pero me gusta serlo. Tengo algo de minoría”.
Sorprende cuando reflexiona sobre el actual papa Francisco: “Cuando lo eligieron, me dio mucho miedo por los temas en que la Iglesia se mete –aunque quede mal que una judía lo diga–; pensé que podía tomar prioridad una mirada más reducida. Imaginaba a un papa argentino en coche de oro; sin embargo, tiene una humildad que nos sorprende. Debe ser muy difícil estar ahí y querer hacer cambios. Lo que se muestra es muy bueno. En la Iglesia no todos hacen lo que él enseña con su ejemplo: austeridad y voto de pobreza”.