ESPECTACULOS
teatro y television

Dos medios, la misma pasión

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La televisión, el teatro. La misión de poner en diálogos y acciones representaciones ficcionales de una vida, de cualquiera. De vidas posibles de seres que existen adentro de quien los crea pero que no son Fulano o Mengano, no tienen relación con el cotidiano banal. No son tal o cual, son tal y cual juntos. Y ahí no hay televisión ni teatro que valga. Todo se vuelve un todo único, lleno de particularidades que enriquecen los mundos y las plataformas en que serán exhibidos.

No crear desde la trama, para mí una de las más frecuentes trampas autorales. Buscar “el asunto”; me resulta imposible y aburrido crear desde el suceso, desde lo que se pretende contar. No imagino a los grandes autores pretendiendo contar historias trascendentes. Los imagino dando vida a seres de poca monta, de tres rengloncitos y al cesto. De a tres rengloncitos por día se construyen las obras que llevan adelante los personajes que te quedan, sin embargo. No imagino Hamlet escrita en un par de semanas, ni esa tragedia pensada desde el hecho policial. Con modestia, creo que se debe intentar dar forma desde el interior de esos seres imaginarios, que son todos en uno mismo y los que nos llevarán a poder contar algún suceso.

La trama, o el hecho, tiene vida corta. Una vida como la de un fósforo, que termina en la mejor parte. Los que socavan el terreno del drama son los personajes. En el teatro, esta sentencia suele estar más aceptada; como si existiera el mito de que en el teatro se asiste a ver personajes y en la televisión se asiste a ver hechos de cualquier índole. Lo cierto es que una televisión sin personajes es una televisión horrenda, espantosa, que quita las posibilidades de comunicar a espectadores vivos y participativos. Pura mentira. Pura vagancia.

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Mejor, vamos con los personajes. Demos la vida por ellos. Con los seres que detestamos y amamos; sin maniqueísmos, altruistas y detractores, ruines y adorables. Con ellos podés robar el banco o pedirle casamiento al ser amado. Lo demás, como dije. Es trama, es tensión que destensa. Los personajes florecen, inventan estados y palabras.

En Farsantes, por ejemplo, no era importante el “cómo” de Pedro y Guillermo. Lo importante, en verdad, eran Pedro y Guillermo como seres y que el encuentro amoroso estaría atravesado por esas existencias. Así, podría decir algo similar de cada uno de los personajes que me tocó edificar en los programas de televisión. El Diego Moreno de Resistiré, el Predás de Verdad Consecuencia, el Guillermo Segura de Vulnerables o el querido Pablo Aldo Perotti y su inseparable Lombardo de El puntero, por citar algunos. Voy con ellos siempre, en su viaje. Los actores se apoderan de esas almas errantes y van, viajan, hermosamente.

En el teatro parto de las mismas premisas. No hay trama. Nada debe suceder, solamente ellos y ellas. Seres con un peso dramático brutal pero de ellos, de su vida, de su intimidad. Cuando eso se pone en evidencia, surge la acción que no demora, que no duerme la pelota, que arriesga, que toma por las astas al toro que nunca quiere ser tomado. Lo que van “a hacer” surge después de tener a quien “lo va a hacer”. El tan deseado conflicto por el que los dramaturgos y guionistas damos la vida. Todo el día, todo el tiempo. ¿Qué sería de la vida de El padrino sin Michael Corleone? Quizás una comedia con tiros.

Con las criaturas de La nueva autoridad sucede lo mismo. Televisión y teatro me habitan de manera similar. Esos personajes se disputan un poder que creen que les pertenece, pero en verdad confrontan por algo más íntimo, más inexplicable. Esos personajes están hablando de ellos mismos y no del edificio en el que viven. Los invito a conocerlos. A poder subirse a esas vidas para desde allí hacer nuestro propio viaje.

Eso es en definitiva ver televisión o asistir al teatro. Diferencias al margen, queremos personajes que saquen de paseo a nuestra imaginación.

*Guionista. Autor y director de La nueva autoridad, en el Teatro San Martín.
Ganó el Premio Argentores por su labor en Farsantes.