The Available 20’s es el título del nuevo single de Kevin Johansen –con Cachorro López en varios de los instrumentos y en la producción–, disponible en sitios gratuitos de internet y plataformas musicales. En él parecen sintetizarse algunas marcas de estilo de este cantautor cuya vida transcurrió entre Estados Unidos y la Argentina, como la mezcla de idiomas, la fusión de ritmos y épocas musicales, y un tono irreverente, descontracturado –como el juego de palabras entre “available”, “disponible”, en inglés; y “a+bailable”, en español–. Con esta combinación ha conquistado a más de una generación, un heterogéneo conjunto de seguidores que podrán disfrutar de los shows vía streaming programados para el 28 de julio, y 8, 18 y 28 de agosto, desde La Tangente, el espacio cultural y gastronómico del propio Kevin Johansen.
—En este nuevo single, de algún modo homenajeás a la década de los años 20 ¿Quiénes son tus referentes de entonces?
—En esa época entre guerras, París era una fiesta, Buenos Aires, el granero del mundo… Sonaban Bessie Smith en el blues, Cab Calloway en el jazz, el famoso cantante que se dice que, cuando Piazzolla vivió en Nueva York de adolescente, escapaba a verlo en Harlem. La música de Cab Calloway sonó mucho en los dibujos animados de Betty Boop… Y bandas: de Tommy Dorsey, de Lionel Hampton… las primeras Big Bands. El Dixieland comenzaba a aparecer… Las voces de Louis Armstrong, de Josephine Baker. Aunque se habla de la década del 60, creo que los 20 fueron la primera gran revolución sexual y cultural del siglo XX.
—Difundís esta canción que estimula a bailar, con el leitmotiv de “la fiesta como protesta colectiva”. En el contexto de pandemia y mundo trastocado, esta convocatoria parecería tener cierto espíritu carnavalesco…
—Totalmente. El baile es una forma de protesta: la libertad de nuestro cuerpo. En los 20, estaban los bailes como el “charleston”, el “jitterbug”, el “lindy hop”… Esta canción fue compuesta el año pasado preguntándome qué nos depararán estos 20, estos años locos que estamos tratando de vivir. Estamos viviendo una época de cambios de paradigma, de libertades individuales, de vuelta a la libertad de nuestros cuerpos: el baile es la forma más primaria de expresar nuestra libertad, de manifestar nuestras ganas de descontrolarnos.
—¿Cómo es el proceso creativo de tus canciones?
—Los que escribimos canciones tenemos la responsabilidad de pintar nuestro tiempo. Parafraseando lo de “Pinta tu aldea…”, yo digo: “Pinta tu tiempo y serás atemporal”. El sueño de todo cancionista es que un manojo de tus canciones tenga la chance de sobrevivir en el tiempo a través de las décadas. Soy de una generación intermedia, hijos de los años 60, herederos de una generación en la que nuestros padres artísticos fueron víctimas de exilio forzado, de censura, de amenazas de muerte por escribir una canción. Nuestra generación disfrutó de cantar sobre lo que se nos canta. Somos hijos de la primavera democrática de Alfonsín. Eso conlleva una nueva responsabilidad. Si yo cantara sobre la libertad como cantó hace cuarenta años un León Gieco, un Silvio Rodríguez, un Charly García, un Serrat, sería lo que dice el negro Rada: un cansa-autor, un demagogo. Mi generación canta sobre nuevas libertades a conseguir, gracias a Víctor Heredia, Litto Nebbia, Miguel Cantilo, Jorge Cafrune y Víctor Jara.
—¿En qué andan los proyectos que suelen hacer con Liniers?
—Siempre hacemos cosas juntos. Está viviendo en Vermont, Estados Unidos. Con Alberto Montt, un colega suyo, hacen un podcast, La vida es increíble, un show de stand up e ilustración. Y me pidió una versión que hice de un tema que se llama justamente La vida es increíble, así que siempre estamos pergeñando cosas nuevas. Tengo ganas de hacer algo con él en Estados Unidos; quizás el año que viene eso vea, con suerte, la luz.
—¿Cómo surge la mezcla de español y el inglés en tus composiciones de toda la vida y en toda tu obra?
—Es absolutamente complementario. Yo viví en Estados Unidos hasta los casi 12 años, pero criado por una madre argentina que nos decía a mí y a mi hermana: “No quiero que ustedes sean unos gringuitos”; entonces iba siempre machacando con el castellano, que entró en mi vida en la edad justa, cuando todavía podés aprender un segundo idioma sin acento. Así que realmente soy completamente bilingüe. Las canciones surgen como surgen: a veces salen en inglés; a veces, en castellano. A veces, sale una estrofa en castellano y otra estrofa en inglés. Respeto eso, porque mi bilingüismo es parte de mí: no lo puedo evitar.
De ayer y de hoy
—¿Cuáles son tus primeros recuerdos musicales?
—Mi madre, muy latinoamericanista, cuando vivíamos en Alaska, decía que, desde niño, yo bailaba al ritmo del lavarropas. Creo que ella siempre quiso que yo fuera músico. Le encantaba la música clásica, el folklore, el tango. Me acuerdo mucho de Los Beatles, del disco de Tita Merello Se dice de mí, de otro de Julio Sosa y de un disco de Hijitus, que había traído, en vinilo, mi abuelo cuando yo tenía unos dos años y él nos había venido a visitar a Alaska.
—Canciones como “Cumbiera intelectual” hacen eco en un sector muy particular de público ¿Quién creés que conforma hoy a la gente que te sigue?
—Obviamente hay una parte de mí que se ríe de mí mismo, porque estar en Sony Latin y en el mercado latino con este nombre gringo… es la historia de mi vida ¿Quién es este gringo que canta en castellano, que es argentino, pero que es yankee? Viví diez años en Nueva York, hace veinte que estoy en la Argentina, empecé a ir a España en 2002. Tengo público allá y en Latinoamérica. Por los géneros musicales, digo que soy un “desgenerado”, y a mis fans les digo cariñosamente “mis confundidos”. Aguante la gente confundida en el mundo. El público que conoce Cumbiera intelectual, Desde que te perdí y Sur o no sur no está formado solo por veinteañeros ni cincuentones. A veces, vienen padres y hasta abuelos con sus nietos. Me encanta tener en la banda The Nada a un baterista como “el Zurdo” [Enrique] Roizner, que tiene 80 años. Desde el escenario, también manifestamos que estamos abiertos generacional y estéticamente.