No estaba en Berlín cuando logró la estatuilla como mejor actor. Había vuelto apenas cuatro días
antes de que en el Festival Internacional de Cine también su director
Ariel Rotter ganara por la película
El otro.
Julio Chávez quería cumplir religiosamente con las funciones de
Yo soy mi propia mujer, la obra de teatro que de la mano de
Agustín Alezzo lo trajo de vuelta al escenario porteño. El entusiasmo por la
película es inevitable. “
Me siento muy halagado. Hubo mucha adhesión del público. Aunque un premio no es garantía de
nada... la gente no siempre te viene a ver por eso. Lo cierto es que nadie tiene la vaca atada como
tampoco hay seguridad de que una película pierda por una crítica espantosa. Pero siempre es mejor
un reconocimiento, ayuda a que el cine de autor se comercialice aún más.”
Cigarrillo, cortado en jarrito, butaca de teatro y calor, mucho calor de verano, reciben en una
sala de ensayo al actor, pintor, escenógrafo, profesor y dramaturgo, quien vuelve con su primer
unipersonal. Casi como si estuviera contando un secreto, Chávez relata la historia de
Yo soy mi propia mujer, la obra ganadora de dos premios Tony y un Pulitzer, que cuenta la
vida de Charlotte von Mahlsdorf,
un travesti y coleccionista de muebles que debió luchar contra la represión del nazismo y
del comunismo de la ex Alemania Oriental. “
Sobrevivir, como dice ella. No hay otra opción. Sobrevivir dentro de lo que uno cree es su
propio camino,” dice el actor.
—¿Qué es lo que intenta decir la obra?
—El material está pidiendo que el espectador entienda la experiencia que tuvo Doug
Wright, el autor, al atravesar la vida de Von Mahlsdorf. Cuando termina la obra hay algo que surge
y es “¿cuál es la verdad?”. Como dice Luigi Pirandello, la verdad es lo que vos
quieras.
—La apuesta parece arriesgada. ¿Tiene miedo al fracaso?
—Por supuesto. Siempre tengo miedo de que no me vaya bien, pero me tengo que
arriesgar como todos. Pero los miedos son compañeros de viaje, son todos marineros. Yo como ser
humano intento que no gobiernen el barco, porque a ninguno de ellos elijo como capitán. A veces
creen que son los capitanes, entonces me gobiernan por unas horas, pero después intento tener a
cargo de mi barco al mejor capitán que, hoy por hoy, puedo llegar a tener. Para eso entreno.
—Tiene 50 años y 32 de carrera... ¿qué significa el teatro para usted?
—El teatro es un espacio donde puedo desarrollar y poner en juego lo más humano que yo
creo que tiene el hombre. Todos actuamos. En general, se cree que uno puede llegar a actuar una
ficción y en realidad todo es una ceremonia extraordinaria. La vida es una maravillosa ficción. Que
nosotros nos vistamos de traje y creamos que eso es elegancia, eso es una ficción. Es la
construcción de algo. La elegancia es una construcción.
—¿Qué cosas le molestan del ambiente teatral?
—El teatro está muchas veces capturado por una administración o por algo que se llama
la institución. Es cierto, no me imagino el teatro en el desierto, pero me duele cuando está
excesivamente capturado por eso. Y a veces tiene que responder y se termina casi haciendo del
teatro una prostituta, una entidad carente de autonomía.
—Eso pasa en todas las artes...
—Habría que ver si es la única manera de comunicarse. Yo les digo muchas veces a los
actores que entrenan conmigo que ésa no es la única manera. A veces esperan que la tía y el primo
los miren valorando un espacio. “Escuchame, si no estás en la televisión no sos nadie.”
No sé si no sos nadie. ¿Qué es eso?
—¿Va a volver a la TV?
—No lo sé. Las propuestas por ahora no me resultaron. Me han llamado para hacer Mujeres
asesinas, pero es cuestión de tiempo. Intento ser lo menos reaccionario posible. Me parece que hay
una opción. No me gusta provocarme en ese sentido, si yo ya sé lo que pasa ahí y sigo
despotricando... También tengo un marinero que se llama Resentido. No quiero ser tan ingenuo.
—¿Qué le dio la docencia?
—Para mí es la relación más importante de mi vida; incluso, más que el padre y la
madre. Me encanta ser alumno y ser maestro. Yo acompaño una formación. Es el lugar donde me siento
siempre nuevo.
—“Ella en mi cabeza”, de la que usted formó parte hasta la llegada de
Grandinetti, superó las doscientas funciones. ¿Cómo se hace para mantener el mismo entusiasmo
interpretativo en cada función?
—Es parte del oficio. Ahora estoy empezando a comprender lo que es la repetición. El
gusto de ver cómo se vuelve a transitar una misma huella. Y cuando vos sentís que atrapaste tu
naturaleza en el interior de la obra, una vez más, te aseguro, te sentís un poquito un dios.
"No tengo proyectos de irme al exterior". Hace tiempo que Julio Chávez viene
compitiendo en festivales internacionales. El año pasado, la película de
Rodrigo Moreno que protagonizó,
El custodio, se llevó el
Premio Alfred Bauer del Festival de Cine de Berlín, y en 2002, Chávez recibió el
premio al
Mejor Actor en el Festival de Biarritz por
Un oso rojo, de
Adrián Caetano. “
El público europeo no es más ni menos exigente que el argentino, pero tiene una sola
diferencias: si no le gusta la película se levanta y se va. Por eso es doblemente valorable cuando
admira tu trabajo”, asegura. A pesar del reconocimiento internacional, el actor no
proyecta construir una carrera en el exterior. “
No es que diga ‘nunca voy a trabajar afuera’... pero no me animo a expandirme,
no tengo necesidad ni fantasías sobre eso.”