Atrapado por las luces y el sonido del agua, un porteño cualquiera se queda largo rato frente a la Fuente de Cibeles, en el centro de Madrid. Cuando por fin retome la marcha y camine distraído, es muy probable que sólo una imagen lo sorprenda y pueda sacudir su hipnosis. Un cartel con la cara torturada de Héctor Alterio dice que El túnel , la novela corta de Ernesto Sabato, se presenta en el Teatro Bellas Artes. El visitante entonces se acerca y husmea la entrada ante la mirada de un acomodador con ganas de irse a su casa.
—¿El señor Alterio sale por aquí?
—Sí, a las 10 y cuarto, más o menos.
La obra va de 20.30 a 22. Es martes y la noche se siente apenas fresca. El público, más de lo supuesto, comienza a salir, chisporrotea y se aleja hambriento. Pocos esperan en la puerta. Previsible, Alterio cumple su rutina y pisa la vereda acompañado por un productor. Es un hombre de 77 años que camina despacio y mira con grandes ojos celestes sin apuro a los extraños. Al otro día, por la tarde, antes de internarse en el camarín, compartirá un cortado con PERFIL en la tradicional confitería del Círculo de las Bellas Artes.
—Hace 32 años que vive en España, le entregaron el Premio Goya a la trayectoria, en fin, ya es de la casa y conoce de qué se trata. ¿Los españoles quieren seguir recibiendo actores argentinos?
—Depende de la situación sociopolítica. A mí me tocó el último coletazo del franquismo y supe, porque me lo contaron mucho después, que se veía con malos ojos que trabajara. Yo no había elegido quedarme y durante los tres primeros años me duró la indecisión sobre qué hacer. Me di cuenta de que mi actitud era albergar nostalgia y deseos no cumplidos. Algunas personas me tendieron una mano, en un ámbito no propicio con gente prohibida y que no tenía ninguna obligación conmigo. Ya con la caída del franquismo pude entrar con más seguridad al mercado laboral. Ahora es distinto, no hay problemas y son muy pocos los actores argentinos en España. Y por otro lado, vienen con la seguridad que te da un contrato. Hay muchas coproducciones así que los productores ya tienen conocimiento de a quien traen. Ya no se viene a ver qué pasa. Las distancias se acortaron.
—Pero igual se extraña...
—Y... Eso les pasa a todos los de Buenos Aires, somos todos melancos. Recuerdo que los que estábamos en el exilio hacíamos juegos perversos a ver si podíamos decir las calles de Callao al Bajo, y el que perdía cometía una afrenta a esa especie de nacionalismo.
—Son las historias sufridas de exiliados y de inmigrantes.
—Sí, yo soy hijo de inmigrantes napolitanos. Mi apellido es Alter –io, “el otro yo”.
—Entonces actuar en Vientos de agua (miniserie de Juan José Campanella sobre la inmigración española a la Argentina) lo habrá movilizado íntimamente, ¿no?
—En absoluto. Mi participación gruesa fue en el último capítulo, en Asturias. Lo demás fueron escenas muy pequeñas y de tanto en tanto. Estuve en Buenos Aires casi dos meses y medio sin haber participado casi en nada, tiempo en el que estuve abocado a estudiar el texto de El túnel. Pero no, lo que mi personaje hace en el último capítulo no es una elaboración mía, un proceso mío, yo sólo actué. En cuanto a la suerte del producto, los resultados fueron igual de malos aquí y allá, por distintas razones... (¡Plop!).
Por segunda vez en pocos minutos, Alterio derriba al grabador con las manos.
—Perdón... Ah, me hace acordar que siempre le tiraba encima la copa a mi mujer cuando recién nos conocíamos...
Retoma la charla sobre los fracasos televisivos. Dice que tiene experiencia, que ya le pasó cuando interpretó al psicoanalista de El grupo, la versión hispana de Vulnerables, el unitario de Pol-ka que en Buenos Aires había sido un éxito pero que al otro lado del Atlántico no funcionó.
—Difícil meterse con el psicoanálisis en España...
—No me lo digas a mí que mi mujer es psicoanalista y te puedo contar mucho. Ahora cambió un poco pero igual todavía causa pudor decir que uno hace terapia.
Profesión irregular. A pesar de él mismo, los dos hijos de Alterio, Ernesto (36) y Malena (32), son actores y españoles. “Yo no quería porque ésta es una profesión muy irregular, muy inestable, ellos lo saben porque vivieron las alegrías y la falta de trabajo. Pero nunca fui un padre autoritario. En lo que sí insistí fue en que primero estudiaran para tener una formación más sólida que la que tuve yo”, dice el abuelo primerizo de Lola, de seis meses, hija de Ernesto.
—Alterio, hablando de trabajo y dinero, ¿ya está hecho?
—Tengo una casa, bonita, muy bien valuada, y un coche. Vivo muy bien. Pero tengo que seguir trabajando, y mi mujer, también. Lo que me gustaría es tener una ocupación regular y continuada como los cantantes de ópera que tienen completa su agenda por años. Estaría más tranquilo. Por ahora, con El túnel sé que tengo trabajo hasta junio. Para compensar, cuando se hacen ciertos espacios, tengo un caballito de batalla que son los poemas de León Felipe que hago con un amigo concertista de guitarra. Nos contratan los ayuntamientos.
—¿Lo llaman mucho de Buenos Aires?
—Sí, pero para hacer notas. ¿Por trabajo? No. Antes sí. Tengo un representante en la Argentina y otro en España. Pero lo que pasa es que si los proyectos no vienen avalados por una coproducción difícilmente me puedan llamar a mí. Mi cachet es en euros, eso ya está establecido. Hubo un momento en que Federico Luppi, Pepe Soriano y yo siempre trabajábamos y algunos estaban disconformes. Me gustaría preguntarles ahora. Pero está bien, es la renovación generacional, gente joven que se incorpora con nuevos criterios. La paga mía, la voz mía, la forma de trabajar mía, a lo mejor ya no les resulta y buscan a otro... Yo estoy muy bien aquí, estoy tranquilo, ¿vale?
El túnel en el escenario
En Madrid, hasta el 22 de octubre, Héctor Alterio junto a Rosa Manteiga, Paco Casares y Pilar Bayona presentan la adaptación realizada por Diego Curatella de El túnel de Ernesto Sabato, bajo la dirección de Daniel Veronese. Después, seguirán de gira por España hasta junio, por lo menos. Llevar la pieza a Buenos Aires es una posibilidad de la que se habla, incluida la opción de una puesta en escena con elenco argentino, pero todavía no hay nada en firme, si bien el guión tiene una versión española y otra argentina.
La obra es contada por el pintor Juan Pablo Castel (Alterio), el protagonista de la novela, 30 o 40 años después de que asesinó a su amante María Iribarne (Manteiga). “Únicamente un actor de su envergadura podía encarnar la inexorable y desoladora pasión de su protagonista”, escribe Sabato en el programa entregado a los espectadores, que vio la puesta en escena a través de un video. Sobre esa pasión, Alterio dice que no adhiere pero que puede comprenderlo. Aunque los aplausos finales reconocen el esfuerzo del actor, la adaptación es floja, poco creíble y queda gusto a poco al salir del Bellas Artes.
* Desde Madrid